THE BRITISH IN MEXICO
Número 6: Una historia del Hospital American British Cowdray en la Ciudad de México
Introducción
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Debe haber una infinidad de maneras de abordar el amplio campo al que se refiere esta serie, es decir, la historia de los británicos en México. Se podría tratar el tema en estricto orden cronológico: un aislado inglés persiguiendo aventuras en la nueva colonia adquirida por España, en el lejano 1534, seguido por una creciente corriente de británicos, llegando para buscar sus fortunas en México. El punto de vista geográfico también sería una avenida muy iluminada, pues la actividad de los pioneros ingleses fue dictada, en general, por las áreas en las que se establecieron. La ocupación sería otro método para registrar esta saga, revelando enormes contrastes, desde la crianza de ganado en Chihuahua, en donde se dice que Lord Delaval Beresford contaba con 150 mil acres de tierras de pastura en 1897*, hasta la muy redituable empresa agricultora conocida como Tlahuanillo Cotton Estates, en la región de la Laguna en Durango y Coahuila, hasta la minería, que estaba muy difundida lucrativa, peligrosa y, probablemente, la ocupación que atrajo la mayor cantidad de ingleses a México que ninguna otra empresa individual. La Banca, el comercio, la manufactura, los seguros, la administración de vías férreas, la construcción de puertos, los bienes raíces, la enseñanza, el entretenimiento, la exploración; todas ellas fueron ocupaciones que buscaban los ingleses. Incluso otro ángulo de investigación relacionaría importantes eventos tanto en la historia mexicana como en la del mundo, con el consiguiente impacto en los británicos que vivían aquí: la expropiación de la industria petrolera por el gobierno mexicano en 1938 inmediatamente llega a la mente, así como la influencia de la Segunda guerra Mundial.
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Mi elección personal de investigación sería la de las vidas de la gente que atraviesa la escena en este espectáculo público. Esto podría hacerse con bases individuales o colectivas. La profunda investigación biográfica de algunos personajes, ya sean científicos, viajeros, artistas, capitanes de industria, rancheros, diplomáticos, filántropos, artistas o ingenieros, podrían ser muy provechoso. De esta manera, el estudio de grupos específicos, como los mineros de Cornwall dentro y fuera de Pachuca, los equipos ingleses de fútbol de la costa del Golfo, en donde la competencia atlética era una distracción bienvenida en la vida monótona de los campos petroleros, o las “Damas” que proporcionaron educación elemental a los niños ingleses que vivían en las aisladas áreas de provincia. No existe fin en un panorama tan rico de potencial intensamente humano que es descorazonador pero inspirador en ciertos momentos.
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Existe aún otro método de abordaje más importante en la historia de cualquier grupo de gente, y es el análisis de las instituciones fundadas y fomentadas por sus miembros. Debe haber un profundo significado en el tipo de instituciones que mantiene una comunidad en desarrollo. El hecho de que la primera institución británica fuera el Antiguo Cementerio Británico en Tlaxpana tiene un enorme significado: A pesar de que había un poco menos de cien británicos residentes de la Ciudad de México en 1824, había, sin embargo, una urgente necesidad por instalaciones funerarias independientes de la iglesia católica. Cuando un hombre joven cercano a la Legación Británica fue accidentalmente balaceado y muerto durante una expedición de caza, sus compatriotas protestantes no tuvieron otra opción que enterrarlo en los terrenos de la Legación.
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La segunda institución británica en organizarse en suelo mexicano fue llamada la “Asociación Británica”, iniciada aproximadamente en 1828. Esta importante institución debía proporcionar un lugar de reunión para los ingleses que vivían en la Ciudad de México, así como albergar una Biblioteca Circulante de libros en idioma inglés. El énfasis social y cultural de esta institución tan antigua nos dice mucho acerca del tipo de ingleses que se establecieron aquí.
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A mediados del siglo XIX, se fundaron muchas otras instituciones, la más importante de las cuales fue una organización de caridad conocida como la British Benevolent Fund, que después se convertiría en la British Relief Fund. Fue diseñada para acudir en ayuda de los ingleses que se encontraban en circunstancias adversas, y las Minutas de este grupo testifican la ayuda a cientos de individuos necesitados, durante la segunda mitad del siglo. El Club Atlético Reforma tuvo sus orígenes en 1894; el British Club fue formalmente inaugurado en 1899. La dedicación a la Iglesia de Cristo tuvo lugar en la calle de Artículo 123, en 1898 a pesar de que esta anglicana institución existía desde 1871.
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En el curso del siglo XX, debe haber existido una veintena de organizaciones británicas de larga duración, además de las ya citadas. Sin importar su relevancia o fecha de fundación, pueden enumerarse a continuación:
Cámara Británica de comercio
Sociedad Saint Andrew
Sociedad Real de San Jorge
Consejo Británico
Instituto Anglo-Mexicano de Cultura
Asociación de Veteranos de Guerra
Club Británico de Bote
Club de Cricket de la Ciudad de México
Club de Polo de México
Niñas Guías
Exploradores
Sociedad Británica de Benevolencia
“Hic et Ubique” (una muy poco conocida sociedad literaria, ahora extinta, que celebró su aniversario número 50 en 1980, aproximadamente)
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Al paso de los años, esas instituciones, que comenzaron siendo exclusivamente inglesas, gradualmente abrieron sus membresías a las comunidades mexicanas y extranjeras. La lista anterior (que, sin duda alguna, está incompleta), contiene solamente los nombres de organizaciones que mostraron continuidad durante un período de 20, 30 y hasta 50 años. Muchos otros grupos fueron formados dentro de la comunidad británica durante el siglo y medio pasado, con el fin de cumplir con alguna función en particular del momento o por la iniciativa de algún individuo por un propósito en especial. Los ejemplos de estas organizaciones temporales serían el Comité de Caridad de Guerra durante la Segunda Guerra Mundial o los variados grupos teatrales o musicales.
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El papel de estas instituciones británicas en México no puede ser subestimado. Sirvieron para propósitos vitales, tanto a razones de salud o religiosas, de negocios o placer, intelectuales, artísticas o atléticas. Ellas fueron la estructura, el esqueleto, si se desea, de la comunidad británica. Proporcionaron enfoque. Permitieron a los ingleses unir fuerzas con otros ingleses para realizar un trabajo de caridad o una obra de tres actos, una excitante competencia de remo o la promoción de la cultura británica. No son poco fascinantes los registros de estas sociedades, muchos de ellos meticulosamente escritos con plumas fuente y tinta púrpura. Las reuniones usualmente requerían de transportación a caballo y carruaje, o incluso en bote; significaban sacrificio, muchas horas y esfuerzo cooperativo. Cada grupo tiene su propia historia por contar y es deseable que, en el futuro, se realice más investigación en este campo.
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La única institución británica que sobresale de las demás y es, de hecho, una categoría en sí misma, es el Hospital American British Cowdray. Este cuaderno está dedicado a su historia, sus logros, su lugar no solamente en la comunidad británica sino en la Ciudad de México en general, y esta es una historia que debe relatarse sin dilación.
Virginia G. Young
Junio, 1991
Ciudad de México
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* The First Hundred Years, British Industry and Commerce in Mexico: 1821-1921. (Los Cien Primeros Años, Industria y Comercio Británicos en México: 1821-1921) Instituto Anglo-Mexicano de Cultura.
Una Historia del Hospital American British Cowdray
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En lo alto de una colina, desde donde se aprecia el amplio y antiguo Valle de Tenochtitlán, existe un magnífico edificio, un verdadero monumento a más de cien años de arduo y dedicado esfuerzo de parte de miles de personas de muchas nacionalidades. Es muy apropiado que esta destacada construcción esté ubicada en una posición tan dominante; es una institución dominante desde muchos puntos de vista y, sobre todo, es merecedora de todo nuestro respeto. Un saludo se dirige al Hospital American British Cowdray, conocido por todos como el “ABC”. ¿Cómo empezó todo?
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La historia comienza a mediados del siglo XIX. En 1867, siguiendo la ruta de las fuerzas imperiales francesas y la ejecución del Archiduque Maximiliano de Habsburgo, el Presidente Juárez fue reelecto para reinstaurar el orden en la República Mexicana. Al siguiente año, está registrado en los anales de la Sociedad Británica de Benevolencia que había el propósito de establecer un “Hospital Americano” en la Ciudad de México, “para beneficio de los menesterosos y necesitados ciudadanos norteamericanos”. Pasaron 18 años antes de que esta idea llegara a la acción y, para 1886, Don Porfirio Díaz estaba firmemente atrincherado en su posición presidencial de 30 años de duración. El embajador Norteamericano en México, el general Henry R. Jackson, colocó la primera piedra para el Hospital Americano, situado en la calle de Gabino Barreda No. 34, en la placentera colonia residencial de San Rafael. Este terreno había sido donado por un neoyorkino, nacido de padres españoles, Simón Lara, quien permaneció en el grupo directivo del hospital hasta su muerte, en 1895. Como era apropiado, el primer edificio recibió el nombre de “Pabellón Lara”. En el curso de los siguientes 20 años, se agregaron tres edificios más al complejo del hospital Americano. Uno fue nombrado como el Embajador Jackson; el segundo se llamó Mayor R. B. Gorsuch, quien amuebló las áreas quirúrgicas con dinero propio; el tercero se llamó Bárbara Guggenheim, cuyos hermanos donaron 20 mil dólares desde Nueva York.
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Es muy revelador que, en aquella época, el mayor donativo individual durante los primeros años proviniera de un mexicano que había sido regente del Distrito Federal, Don Francisco Somera y Vázquez. Él lego cerca de un cuarto de millón de dólares en 1889 a esta recientemente creada institución. Otro donador sumamente generoso fue el norteamericano Edward W. Orrin, cuyo famoso Circo de los Hermanos Orrin dejó una atmósfera de diversión en el serio negocio de la recolección de fondos; sus actuaciones de beneficencia, de las cuales, invariablemente, el payaso Richard Bell era la atracción principal, eran ocasiones festivas que tenían lugar en los campos del Tívoli del Eliseo en San Cosme, también en la Colonia San Rafael. Después de su muerte, Ed Orrin legó la mitad de su considerable fortuna a la fundación del hospital Americano, incluyendo valiosas propiedades en la recientemente estrenada Colonia Roma. ¡Fue mucho más que un buen comienzo! Ahora demos un vistazo al desarrollo paralelo de la contraparte británica.
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El 9 de febrero de 1911, se reunió por primera vez un comité ejecutivo con la intención de asegurar un hogar para las enfermeras traídas de Inglaterra, bajo el auspicio de la Asociación de Enfermeras del Distrito de Lady Cowdray. ¡Muy poca noción tenían aquellas mujeres del proyecto futuro que estaban iniciando! Su idea original era contar con una central de enfermeras, de donde ellas partieran diariamente con el fin de atender a los enfermos en sus propios hogares. Rápidamente, se descubrió que el método era poco práctico y el establecimiento se convirtió en una clínica, es decir, en un hospital.
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En el año de 1911, Lord y Lady Cowdray estaban muy arraigados a México. 22 años antes, Weetman Pearson* encabezaba la firma de ingeniería S. Pearson & Son Ltd., había firmado un contrato con el Presidente Díaz para construir el Gran Canal, proporcionando un eficiente drenaje como solución al permanente problema de las inundaciones en el Valle de México. En los años siguientes a esta exitosa hazaña, el infatigable Pearson, con el apoyo de su esposa de Yorkshire, Annie, y del anciano dictador, su amigo Don Porfirio, transformaron los anticuados puertos de México en instalaciones funcionales, uniendo el golfo de México con el Océano Pacífico a través de la vía férrea de Tehuantepec, y habían logrado maravillas con la iluminación y el transporte a través de la energía hidro-eléctrica. Esta energía también fue utilizada para riego y para las fábricas, en regiones de la República Mexicana que anteriormente eran inaccesibles. Sin importar lo cuidadoso que fuera atendiendo las condiciones de trabajo de sus empleados a todos niveles, Pearson no siempre podía impedir epidemias de malaria y tifoidea en sus campos. Tanto él como su esposa demostraron que, para la época, había una gran reocupación por los trabajadores de S. Pearson & Co. Ltd.
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Así fue que, en 1911 y sólo tres meses antes del final de la Pax Porfiriana, La Clínica de Lady Cowdray fue fundada para la atención de los empleados de Pearson, principalmente. Muy pronto se convirtió en centro de los mineros heridos en el trabajo, de obreros de las vías férreas que corrían peligros inusualmente altos en sus ocupaciones, y para la comunidad británica en general. En 1919, las mujeres en la Ciudad de México estaban comenzando a dar a luz en el hospital, en lugar de en sus hogares. Y para 1920, la Sociedad Británica publicó su reporte: “La Asociación (de Lady Cowdray) ha extendido tan grandemente sus funciones que ahora se considera indispensable”. Incluso en aquellos tiempos, el costo de operación de un hospital era una preocupación primaria. El 2 de diciembre de 1913, Edith O´Shaughnessy, la brillante esposa del principal diplomático norteamericano, escribió a su madre: “Voy en la tarde a una venta de caridad en la casa de Mr. Adams, para la clínica de Lady Cowdray. Mr. A. es el representante de Cowdray de los enormes intereses petroleros en México”[1].
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El nombre de Mary Adams es probablemente el segundo más importante después de los Cowdray, en la formación y primeros años de la Clínica. No solamente formó parte de la junta directiva durante muchos años, sino que también donó una casa en Paseo de la Reforma como residencia para las enfermeras, después de que sus habitaciones habían sido invadidas por el hospital cuando el espacio adicional era desesperadamente necesario. Los diseños del Sanatorio Cowdray incluían la construcción de viviendas separadas para las enfermeras, para quienes en verdad había un amplio espacio en la gran propiedad de Anzures. A pesar de que el plan nunca se materializó, el hecho de que fuera a llamarse en honor a Mary Adams, nos da una idea de su importancia en el panorama general. En su testamento, Mrs. Adams, quien murió en 1942, dejó una dote de dos camas de hospital para ser utilizadas por británicos, que no pudieran pagar su hospitalización y/o tratamiento. La calidez de corazón de esta generosa dama, de regia presencia y maneras imperiosas, queda probada en el hecho de que personalmente tejió un par de botitas de lana para cada británico recién nacido en el Hospital Cowdray.
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De acuerdo con el reporte de la Sociedad Británica, el hospital era capaz de cubrir sus gastos de operación “con la ayuda de ingresos de los pacientes y contribuciones de la comunidad británica”. Posteriormente, el reporte agrega que Lord Cowdray subsana los déficits mensuales y asume el costo del salario de la matrona.
Tal como en el caso del hospital Americano, San Rafael fue el área elegida para la Clínica: la esquina de Artes y la 4ta. Calle Industria No. 103 que, en la escena contemporánea, es la esquina de Antonio Caso y Serapio Rendón. Esta ubicación estaba suficientemente centrada; muchos británicos y otros extranjeros vivían en la colonia San Rafael, en donde las propiedades residenciales eran tan costosas como en cualquier área de la ciudad, con excepción de algunos lotes en Paseo de la Reforma. Cerca de la San Rafael, había otra hermosa área residencial, Santa María la Ribera, mencionada por Madame Calderón de la Barca* cincuenta años antes. El Paseo de la Reforma estaba creciendo hacia el oeste, a pesar de que San Cosme era la más antigua y transitada ruta hacia San Rafael y Tacuba. En carruaje, la distancia no era muy grande hacia la recientemente construida Legación Británica, en la calle de Lerma, aunque la ruta era accidentada pues atravesaba pantanos o campos polvorientos, según la época del año. Además, existía una importante vía férrea en lo que actualmente es el Parque Sullivan, con la estación de trenes justo al lado del Paseo. Otra ventaja de esta ubicación era el hecho de que, cuando toda atención era insuficiente en la clínica, el Cementerio Británico de Tlaxpana estaba convenientemente cerca para proporcionar un lugar de descanso final. A una distancia considerable hacia el oeste, hacia el Castillo de Chapultepec, se cruzaba el Río Consulado (también conocido como Verónica), antes de toparse con los campos de juego del Club Atlético Reforma; se había planeado una ruta de tranvía para conectarlo con la ciudad.
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A pesar de parecer tangencial para nuestro tema principal, es apropiado mencionar algunos datos biográficos de Lady Cowdray, pues sin su iniciativa y liderazgo, es dudoso que la historia del “ABC” hubiera progresado en la manera en que lo hizo. Annie Pearson, (Cass, de soltera), nació en 1862 como hija de Sir John Cass, propietario de una fábrica, en Bradford, Yorkshire. Tenía 19 años cuando se casó con Weetman, de 25. Desmond Young, en su excelente biografía de Lord Cowdray, Member of Mexico (Miembro de México), la describe como “una hermosa chica de Yorkshire, con gran espíritu y determinación”[2]. Ella compartía los puntos de vista liberales de su esposo con referencia a la política, a pesar de que, de acuerdo con Young, ella era más radical que él. Ambos creían, por ejemplo, en el Home Rule de Irlanda, el libre comercio, las pensiones para las personas de edad avanzada y el voto femenino. El autor Young aporta la siguiente descripción gráfica de Lady Cowdray:
“A la edad de cincuenta, observadora, gran anfitriona en Londres y madre de cuatro hijos, tuvo que ser sujetada por su familia para que no se encadenara a las barandas de Whitehall con las sufragistas”[3].
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No hay duda alguna de que Annie Pearson estaba muchos años adelante de su época. Para ella, contrariamente a la vasta mayoría de las mujeres de su tiempo, el lugar de la mujer no estaba necesariamente limitado al hogar, ni se oponía a que las mujeres casadas trabajaran. La mayor parte de su tiempo y energía los dedicaba al apoyo de la carrera de su esposo, según se declara a continuación: “Gracias enormes a Lady Pearson, quien atendió a los clientes de él durante sus largas ausencias en el extranjero, (Pearson) era un miembro popular de Colchester”[4]. Ella también ocupaba puestos de responsabilidad al mismo tiempo que cuidaba de sus tres hijos y una hija. De 1903 a 1928, fue presidente y tesorera de la Navvies Mission Society*. Además, como los Pearson nunca estuvieron lejos del Partido Liberal, sucedió que, en 1924, cuando Asquith renunció al liderazgo del mencionado partido, Lady Cowdray le ayudó comprando su casa en Cavendish Square y convirtiéndola en un Colegio para enfermeras. La casa de al lado se convirtió en un club de enfermeras y mujeres profesionales y, después de un gasto de 250 mil libras, Lady Cowdray tuvo la satisfacción de ver inaugurado su proyecto por la Reina María, en 1926. Probablemente a causa de su preocupación por las mujeres en la carrera de la enfermería, Lady Cowdray ha sido descrita con frecuencia como enfermera por méritos propios. No existe evidencia que compruebe lo anterior.
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Aunque, probablemente, no se hubiera creado una Clínica para la comunidad británica en la Ciudad de México durante los primeros años del siglo si no hubiera sido por la iniciativa de Annie Cass, también es tema de conjeturas el pensar cómo hubiera sido la carrera de Weetman Pearson sin el apoyo constante de su esposa. J. A. Spender, en su biografía de Pearson, ** publicada en 1930, sólo tres años después de su muerte, enfatiza el significado de esta relación que duró 46 años y que Pearson describía como “el evento más importante de mi vida”. Durante todos sus viajes, cuando Lady Cowdray no podía acompañarlo, le escribía largas cartas, compartiendo con ella sus planes de negocios, mostrando una gran dependencia por sus opiniones y mostrando una completa confianza en ella, así como un profundo afecto. Un paquete de esas cartas, escritas entre 1908 y 1909, de Pearson a su esposa, son particularmente reveladoras pues fueron escritas en México, cuando él tenía muchos conflictos con la situación petrolera en el país. Desmond Young también utiliza una cita de una de las cartas de Pearson , escrita a la edad de 39 años, para ilustrar la extraordinaria intimidad de este matrimonio:[5]
“Cuando poseo tantos tesoros en una esposa, ¿quién puede esperar que un insensible, desinteresado y absorto como yo – que solamente tiene una cualidad, que es la concentración – hubiera logrado la posición presente...en quince años? La única cuestión es cuando uno puede detenerse al encontrarse inspirado. Los siguientes vuelos significan mayores esfuerzos, menos diversiones, más desgaste y más lágrimas. Me doy cuenta de que merecemos descanso, probar el sabor de la vida campestre, tomar la vida más ligeramente, de manera que tengamos una sana y amable vejez, para permitir que nuestros hijos sientan que tienen que seguir adelante y que no todo ha sido hecho para ellos. Deseo informarle esto a ella, que frecuentemente me ha impresionado con tantas consideraciones y suplicarle que insista en su cumplimiento” (1895).
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Quince años después, de acuerdo con Young, Pearson escribía mucho en el mismo estilo, que “a pesar de ser sincero y ciertamente halagador para la destinataria,” mostraba una profunda desilusión personal.
La confianza era mutua. Spender relata un episodio en el que un eminente ingeniero llevó a Mrs. Pearson aparte del grupo reunido, y le pidió que disuadiera a su esposo de arriesgar su fama y su fortuna en la construcción del Túnel Blackwall, ubicado a varias millas de la ciudad, siguiendo el cauce del río. La única respuesta de ella a esta solicitud fue, “tengo la más profunda confianza en Dick”, el nombre con que siempre llamaba a su esposo.
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Tan importante es para esta historia la fuerza de la unión entre Lord y Lady Cowdray, que nos parece que vale la pena incluir un par más de citas. Lord Cowdray había recibido el premio “Freedom of Aberdeen” y estaba por enviar su discurso de aceptación, el 3 de mayo de 1927. Él murió el primero de mayo, y el discurso fue publicado en la Aberdeen Press. En el mismo artículo se publicó la respuesta de Lady Cowdray a la presentación de Lord Provost, dos días después de la muerte de su esposo. Ambas respuestas revelan la íntima relación que habían disfrutado durante casi cincuenta años.[6]
(discurso de aceptación de Lord Cowdray): “...sin embargo, si ustedes me permiten enfocar un poco más de su atención en las influencias que le han dado forma a mi vida...no puedo abstenerme de mencionar que nada se equipara con la sublime influencia que un hombre posee en esa perfecta compañera, una invaluable esposa. Tener a tu lado a alguien que comparte, con mente y corazón, los éxitos y los fracasos, quien da motivación y cuenta con el coraje para la administración del hogar, tarea en ocasiones desagradable pero necesaria, quien nunca teme a la responsabilidad, preparada para comenzar de nuevo si así se requiere; tal compañera está por encima de cualquier precio o premio. Ella es, simplemente, la sangre que necesito para vivir y no me disculpo por este tributo a la mía”.
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(Respuesta de Lady Cowdray a la presentación de Lord Provost): “...desde el inicio de nuestra unión en la vida, me parece que los dos nos adaptamos sin apenas saberlo, dos con las mismas ardientes preguntas que todavía hoy en día siguen agitando muchas mentes. Estoy casi temerosa de mencionar aquí esos temas tan posiblemente controversiales, pero creo que ustedes los adivinan por sí mismos. El primero es: ¿el lugar de la mujer está necesariamente limitado al hogar?; el segundo: ¿deben trabajar las mujeres casadas?.
“Estaré eternamente agradecida con la vida, que me dio un compañero que respondió a ambas preguntas en mi propio espíritu. A esa libertad, mi Lord Provost, le debo la libertad de ahora, si en sentido alguno recibo alguna reclamación de merecerlo de sus manos”.
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Hasta aquí hablaremos del aspecto doméstico de los Cowdray...y ahora se abre un nuevo capítulo en la vida del ABC. En julio de 1919, el presidente de la Sociedad Británica de México recibió el siguiente telegrama del Vizconde Cowdray: “La Vizcondesa Cowdray y su servidor, después de discutirlo con Mrs. Adams y el arquitecto Johnson, estamos muy satisfechos y complacidos en avisar a la colonia, a través de usted, que donaremos UN MILLÓN DE PESOS para construcción, equipo y dote para el nuevo Hospital Cowdray”[7] En la biblioteca del Museo de ciencias de South Kensington, Londres. Existen dos cajas, entre otros archivos Cowdray: una (caja E ½) está etiquetada “Anzures Land & Co., Ltd.” y la otra (Caja 51) se titula “Hospital Cowdray”[8].
La colonia Anzures estaba escasamente desarrollada en 1919, cuando los Cowdray compraron 33 mil metros cuadrados de terreno y ofrecieron una dote de 130 mil libras. Descrita como “en las afueras de la ciudad”, en realidad era una zona de pasturas, con el Río Consulado todavía fluyendo entre los campos, que aparentemente estaban menos infestados de mosquitos que los campos de la colonia Roma, apenas algunos años antes. Era un lugar abierto y saludable para construir un hospital. El “arquitecto Johnson”, mencionado en el telegrama que anunció el proyecto, era un inglés, Mr. Charles Grove Johnson, que vivía en México y que recientemente, en 1911, había finalizado la construcción de la Legación Británica en la calle de Lerma No. 71, en la colonia Cuauhtémoc.
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Todos los que alguna vez tuvieron alguna conexión con el “Viejo ABC” se deleitan en la historia de que la Oficina de Labores en Londres, enfrentándose a la solicitud de hacer planos para un hospital británico en México, simplemente tomaron un atlas, descubrieron que la latitud del país era precisamente la misma que la de la India, y procedieron a diseñar un edificio espléndido para el trópico. Así, el hospital, sin importar los 7,500 pues de altitud de la Ciudad de México, contaba con amplias y aireadas verandas y corredores muy ventilados, techos excesivamente altos y espaciosos jardines. Esta no es la ocasión para dudar de la veracidad de la anécdota anteriormente mencionada, que proporciona tanto placer en el cuento y el recuento; pero es un hecho que Grove Johnson no era un extraño en México y que, probablemente, había experimentado las heladas noches de la estación de lluvias y el aire frío de un “norte” ocasional durante el curso de los muchos proyectos de construcción que se le acreditan. No se puede negar que era un lugar perfectamente encantador: las jacarandas púrpuras en flor durante marzo y abril, el verde césped que se extendía lujosamente, las luces distantes del Castillo de Chapultepec en la colina, mirando hacia el paisaje del parque.
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Para darnos una idea del tamaño del Sanatorio Cowdray, que abrió el 11 de noviembre de 1923, hagamos referencia a las estadísticas presentadas por el Hospital American British Cowdray, en la excelente publicación anunciando su centenario. En el curso de 1934, un año típico, había 895 pacientes en el hospital de 56 camas, de los cuales, 147 eran casos de maternidad y 91 eran heridas laborales. El valor del dólar estaba a 3.5 pesos y el costo por habitación de una cama era de 11 pesos diarios. Había dos salas de cuatro camas, en las que uno se podía internar por seis pesos diarios, y dos suites de lujo, que costaban 22 pesos por día. El reporte continúa diciendo que, a pesar de que las pérdidas por operación del hospital en el año de 1934 eran de 4 mil pesos, esta suma era cubierta por numerosas donaciones.
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Los tiempos estaban cambiando...la placentera paz de la Ciudad de México se estaba comenzando a acelerar. Así como la población nativa se acercaba a los dos millones de habitantes en 1941, el número de habitantes extranjeros disminuía (con excepción de los refugiados españoles). El Presidente Lázaro Cárdenas propuso una política que favorecía el nacionalismo, que redujo substancialmente la empresa y la inversión extranjera. Esta tendencia alcanzó su clímax con la expropiación de la industria petrolera, en marzo de 1938. Después de muchas escaramuzas diplomáticas, las relaciones entre México y el Reino Unido se deterioraron, con la consecuente pérdida de confianza dentro de la comunidad británica. La llegada de la Segunda Guerra Mundial disminuyó aún más el tamaño de las colonias extranjeras.
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Esta fue la situación que hizo deseable, e incluso necesaria, la unión de los hospitales Americano y Cowdray, con el fin de formar una institución con más fondos y capaz de comprar equipo moderno, para reemplazar las instalaciones obsoletas del viejo Hospital Americano, en Gabino Barreda No. 34. Había también un asunto técnico relacionado con la situación legal del Sanatorio Cowdray el cual, con la unión con una institución no lucrativa, quedaría libre del pago de impuestos. De manera que la unión fue realizada: el Hospital Americano original fue vendido y el dinero fue utilizado para hacer mejoras a la propiedad de Anzures. Además de la construcción de nuevas habitaciones para pacientes, a las enfermeras se les proporcionaron atractivos apartamentos en la “Casa para Enfermeras Mary N. Adams” y se construyeron dos nuevas capillas, una católica y otra protestante.
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Un extracto del “Mexican Parade”[9] describe al hospital de la siguiente manera:
“El ABC, un edificio de estilo clásico en la tranquila zona residencial Anzures, es una bulliciosa institución que trabaja las 24 horas para conservar la salud de los más de 30 mil miembros de la colonia ‘inglesa’ de la ciudad.
“A medida que crece la colonia, crece el hospital. Actualmente incluye departamentos de cirugía, ginecología, medicina interna, polio y servicios de rehabilitación, además de escuelas de enfermería.
“El año pasado (1958), más de 3,700 personas fueron atendidas en el ABC, es decir, un incremento de 20% durante los últimos 10 años.
“El personal del hospital está particularmente orgulloso del hecho de que el tiempo promedio de estancia de los pacientes es de sólo seis días, que son tres días menos que hace diez años”.
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Sería imposible comenzar a hacer justicia a los muchos donadores del “viejo ABC”, tanto desde el ángulo médico como desde el ángulo del apoyo cívico que proporcionó la comunidad. Existe, sin embargo, un nombre que no puede dejarse de mencionar, aunque se escriba el libro definitivo de la historia de esta gran institución y se mencione la lista completa. El nombre es el del Dr. Sidney Ulfelder, neoyorkino que fue enviado, junto con su hermano Oscar, a encontrar la mina de oro perdida en la tradición de la familia Ulfelder. Sidney se había graduado recientemente de la Escuela de Medicina de Columbia en 1900, así que cuando Oscar resultó enfermo de tifoidea en el curso de la búsqueda de la mina, Sidney decidió cuidar a su hermano en lugar de confiar su cuidado a las relativamente primitivas condiciones, incluso del Hospital Americano, en aquella época. Oscar se recuperó y Sidney fue persuadido de unirse al personal del Hospital Americano. Una de sus primeras innovaciones fue traer enfermeras capacitadas a México y se casó con una de ellas, Ethel May. Sidney era médico general y cirujano, entrenando a varias generaciones de cirujanos en el transcurso de los 50 años de su vida profesional en el ABC. Incluso a la edad de 80 años, todavía podía practicar una operación y se mantenía sorprendentemente actualizado de todos los descubrimientos médicos. Al mismo tiempo, se mantuvo fiel a sus intereses y a su fe en el uso de remedios caseros. Sidney murió a la edad de 84 años, en 1959, dejando cuatro hijos para continuar con la gran tradición Ulfelder y su viuda Ethel May, quien le sobrevivió 10 años más. Nunca encontró la mina de oro por la que originalmente había venido a México, pero dejó en este país una invaluable herencia y los más altos niveles de excelencia en el campo médico.
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Comparadas con las condiciones del ABC en los tiempos de la unión, 17 años antes, era justificable sentirse orgulloso del progreso de esta institución. Pero al verse bajo la luz de una nueva era, con tecnología vitalmente mejorada, en 1955, de acuerdo con Mr. Donald Mackenzie, quien había trabajado para el “patronato” desde los años cuarenta, el ABC era un “hospital de campo, bueno para las troncilectomías”. En 1954, el reporte al presidente del comité declaró que el hospital había decidido mudarse. Aceptando el hecho de que el viejo edificio nunca había sido apropiado, fue por esta época que había un grupo de doctores altamente capacitados, con grados de especialización de las mejores instituciones médicas de los Estados Unidos y Europa. (En Los años sesenta se registró una nueva inmigración de refugiados, principalmente doctores judíos educados en Europa y, generalmente, mejor preparados que sus contrapartes mexicanos de la época). La falta de equipo e instalaciones nuevas fue una terrible frustración para aquellos profesionales. Además, como la transportación aérea entre México y los Estados Unidos se incrementó grandemente durante los años cincuenta, automáticamente se buscaba solución más allá de las fronteras para cualquier problema médico de gravedad, si era económicamente posible. Era esencial modernizarse si el ABC pretendía sobrevivir.
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Insatisfechos como se encontraban los médicos ante la falta de instalaciones modernas, más a disgusto se sintieron con la semi-feudal organización del hospital. De hecho, en 1951, estuvieron a punto de irse a huelga en contra de las condiciones existentes del momento, es decir, que el patronato se conformaba de 6 británicos y 6 norteamericanos, quienes dictaban las políticas sin aviso ni consentimiento de los doctores. Entre 1958, un año muy crítico en la historia del hospital, y 1962, Donald Mackenzie rindió su mayor servicio a la institución. Muy poco antes de morir, en 1989, este gran benefactor recordaba con placer los 20 años que trabajó para el comité del hospital, ocupando el cargo de presidente durante el altamente crucial año de 1963, último año antes de la mudanza a Tacubaya. Sobre todas las cosas, Mackenzie creía en la cooperación y en la mediación para esclarecer diferencias. Disfrutaba diciendo que el hospital en sí mismo estaba sufriendo de una grave enfermedad, es decir, la falta de comunicación. Siempre hablaba de los doctores con gran respeto y comprensión: “Ellos (los doctores) son, por naturaleza y las demandas de su profesión, personas altamente individualistas con tendencias de prima donna; no es fácil para ellos enterrar sus diferencias personales por el bien común del hospital en general”. Y, continúa diciendo, “en realidad, los doctores son los clientes principales de cualquier hospital, pues son ellos los que atraen a los pacientes”. Mackenzie, que invertía más de la mitad de su tiempo mediando entre los doctores y el personal del hospital (muy frecuentemente era la misma gente desempeñando diversas tareas), tuvo éxito al crear una constitución. Ésta produjo muchos cambios significativos, incluyendo un comité de directores consistente de 4 británicos, 4 norteamericanos y 4 mexicanos, con un director médico con la misma influencia que el presidente del patronato. Con lo anterior se había resuelto una de las más flagrantes injusticias y el futuro del ABC estaba asegurado, al menos en lo concerniente a las relaciones médico-administrativas. Las crisis financieras continuaron durante un año, aproximadamente, de manera que demos un vistazo a la ubicación propuesta para este cambio tan deseable.
Tacubaya era un antiguo asentamiento mexica, fundado aproximadamente en 1270. El nombre significa “lugar en donde dobla el arroyo”, en náhuatl. Había sido un centro de población durante cerca de siete siglos antes de convertirse en el nuevo terreno del Hospital American British Cowdray. Después de la gran inundación del Valle de México, que duró de 1629 a 1634, hubo una propuesta seria de mover a la Ciudad de México a los terrenos más ventajosos y altos de Tacubaya. A pesar de que la idea fue abandonada, los españoles utilizaron esta espectacular ubicación que dominaba el valle, con los dos volcanes al este del horizonte, para construir la magnífica residencia del Arzobispo en 1737*.
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Tacubaya tiene un significado especial para la comunidad británica, pues su reconocido miembro, Daniel Thomas Egerton, vivió allí en 1840- En aquel tiempo, estaba a seis kilómetros de la “garita de Belén”, que marcaba la frontera del oeste de la Ciudad de México. No era secreto que el camino a Tacubaya, que cruzaba antiguos campos de maguey, no era particularmente seguro de noche pero, aparentemente, la incomparable vista del Valle de México desde esta tranquila villa compensaba, según Egerton, cualquier falta de seguridad. Pero el destino decidió que la carrera de este gran artista del paisaje terminara abruptamente, cuando fue encontrado muerto; aparentemente el objeto del asesinato fue el robo, a unos cuantos metros de su casa. El hecho de que Egerton fuera acompañado de la “bellísima dama Agnes Edwards”, cuyo maltratado cadáver fue encontrado en las cercanías, ha hecho de ese asesinato irresuelto un estudio de siniestra especulación durante más de un siglo y medio. Y el acto de impensable crueldad no ayudó a mejorar la reputación de Tacubaya durante, al menos, los siguientes 50 años, a pesar de la maravillosa vista.
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Reau Campbell, en su clásica guía de México (1895), describe a Tacubaya de la siguiente manera:
“...no es poco apto llamarla el Monte Carlo de México. La ‘rueda de la fortuna’ o de la no fortuna gira bajo las sombrillas blancas, en cada calle, en donde los hombres, mujeres y niños pobres pierden sus ganancias. En los jardines, las clases altas juegan al mismo juego, con estacas más altas”[1].
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Con el fin de llegar a este paraíso de los jugadores, Campbell recomendaba coches de caballos que corrían de la Plaza Mayor, es decir, el Zócalo, hasta Tacubaya, cruzando la entrada principal del Parque de Chapultepec.
Edith O’Shaugnessy, anteriormente mencionada, estaba bajo el embrujo de México y Tacubaya era su lugar favorito. La siguiente cita de su libro de cartas está fechada el 21 de diciembre de 1913:
(Inserto: Weetman Pearson, Primer Vizconde Cowdray)
(Inserto: Annie Cass Pearson, Vizcondesa Cowdray)
(Inserto: Vista frontal del Hospital ABC, en Anzures. 1920)
(Inserto: Patio interior del “viejo ABC”, Anzures)
(Inserto: Corredor abierto del “viejo ABC”, Anzures)
(Inserto: Sala de operaciones del “viejo ABC” en Anzures)
(Inserto. Dr. Sidney Ulfelder, 1876-1959)
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“Cerca de diez o doce de nosotros vamos al adorable jardín de Madame Bonilla, en Tacubaya...
“Disfrutamos de un apacible día de campo en el antiguo jardín, la extraña magia mexicana haciendo que las cosas hermosas sean aún más hermosas y transfigurando todo lo que es ordinario...compartimos un excelente almuerzo combinado –todos trajimos algo- bajo un emparrado de madreselvas y rosas, con la real parsimonia mexicana. Después dimos un paseo por la ladera de la colina cercana, vestida de magueyes y árboles de chile. Los volcanes tenían una blancura difícil de expresar y una soberana belleza en su indiferencia por nuestros problemas; a través de las colinas que conforman su base están las guaridas de hordas de zapatistas...con verdadera despreocupación anglosajona por las advertencias de los nativos, nos sentamos largo rato debajo de un gran árbol de chile, el árbol del Perú que, según dicen los indios, provoca dolor de cabeza, incapaces de retirar los ojos de la suave silueta de la ciudad flotando en la tibia luz de la tarde. Incontables domos y chapiteles de iglesias se recortaban delicadamente en la bruma, el lago de Texcoco era una placa de plata más allá y, sobre todo, estaban los incomparables volcanes. Para completar el primer plano de la imagen, un viejo indígena, un tlaquichero, estaba extrayendo apaciblemente el jugo de una planta cercana de maguey...”[2]
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Hasta aquí llegamos con la historia de Tacubaya. Para 1944, la Guía de Terry describe esta entrañable villa como “uno de los más modernos suburbios”, con aproximadamente 50 mil habitantes. Para entonces, ya era accesible desde el Zócalo por tranvía, “Tacubaya, Mixcoac y Villa Obregón”; las cuatro millas se recorrían en 20 minutos.
Y, justo cuando Terry estaba escribiendo, un gran líder cívico en la comunidad norteamericana estaba mirando hacia adelante, al futuro. S. Bolling Wright, el fundador, vicepresidente y director general de la fábrica de acero “La Consolidada” compró un gran terrero en Tacubaya. Eventualmente, esta propiedad albergaría cuatro importantes instituciones: la Fundación de la Escuela Americana, la Iglesia de San Patricio, la Escuela Juniper y la Escuela Columbia. Aquí también se erigirían las torres del nuevo Hospital American British Cowdray.
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Durante 20 años, Wright había trabajado en el comité del Hospital Americano y, después de la unión, continuó trabajando en el Sanatorio Cowdray. Debe haber sido uno de los miembros más visionarios pues, en aquel reporte de 1954, se percató de que eran esenciales unas instalaciones completamente nuevas si el Hospital ABC iba a sobrevivir y a evolucionar hacia una nueva era. La siguiente década registraría un crecimiento sin precedentes en la República Mexicana y en su ciudad capital. La ubicación del hospital en Mariano Escobedo, en las “afueras de Anzures”, estaba ahora localizada en un lugar céntrico y los 33 mil metros cuadrados de propiedad urbana eran los más atractivos para los dueños del Hotel Camino Real, quienes estaban buscando un lugar adecuado para sus lujosas instalaciones. Se hizo el trato: S. Bolling Wright donó el terreno de Tacubaya; el dinero por la venta al Camino Real* se destinó a formar la base financiera para la construcción de un nuevo, moderno y completamente equipado Hospital ABC. Y, de hecho, todo lo anterior se hizo realidad, pero no sin incontables horas-hombre en reuniones y planeación, consultorías y compromisos, de sacrificios monumentales así como cercana cooperación entre las comunidades anglo-americanas combinadas, crisis y temores de errores para cumplir con las demandas del presupuesto y, finalmente, el triunfo, después de una larga lucha.
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El año de 1962 sería un año crucial. Inició de manera muy inocente: un anuncio en The News el 23 de marzo decía que el té-canasta-bridge en la Residencia de la Embajada Británica había acumulado 12 mil pesos. Pero las nubes de la tormenta comenzaban a aglomerarse peligrosamente y empezaba a ser obvio que los fondos de la construcción original se habían agotado por “crecientes costos y eventualidades no previstas”. Y el hospital, a mediados de ese año decisivo, fue descrito como “el cascarón de un edificio...suelos polvorientos...palomas volando hacia adentro y hacia afuera de las ventanas abiertas...hacia el este, la vista de las cumbres nevadas del Ixtaccíhuatl y el Popocatépetl...”
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La columna “Around the Town” (Alrededor de la ciudad, en español) del News del 4 de agosto, anunció que la reunión de las comunidades inglesa y norteamericana “para decidir el futuro del ABC” había cambiado de los salones Shirley al más amplio auditorio de la Preparatoria Americana. Para entonces, el hospital estaba pagando una multa de mil pesos diarios, por no evacuar la propiedad de Anzures. Las comunidades reaccionaron generosamente ante la crisis y se estableció un programa emergente: Una serie de almuerzos de ejecutivos y de líderes sociales, actuaciones para recaudación de fondos como “Mr. Roberts” en el Hotel Vasco de Quiroga y grandes donativos personales. Sin embargo, la tormenta continuó invencible hasta casi finalizar el año e incluso existió el riesgo de perder ambos hospitales, tanto el nuevo como el viejo.
El Embajador de los Estados Unidos, Thomas Mann, y el Embajador Británico, Sir Peter Garran se encontraban ahora “negociando frenéticamente” para mantener a flote el ABC, pero sus fuentes potenciales de recaudación de fondos estaban casi agotadas. De acuerdo con Donald Mackenzie, quien era presidente del patronato en aquel agobiante momento de transición, “sin tres hombres”, a quienes procedió a nombrar, “el Hospital ABC no existiría actualmente”. Floyd Ransom fue el primero en ser nombrado y fue el hombre elegido por el Embajador Mann para salvar al ABC. Ransom había vivido en México desde 1922, había fundado la firma de negocios Floyd Ransom e Hijos, S.A. y había establecido su reputación en recaudación de fondos en 1942, cuando organizó la campaña de donaciones para fundar la Biblioteca Benjamín Franklin. Hasta el momento, había realizado al menos tres viajes a los Estados Unidos, pagados por él mismo, para obtener préstamos para comprar equipo nuevo; en el cuarto viaje, consiguió un préstamo de medio millón de dólares a través del Vicepresidente Lyndon Johnson, cuyos términos probablemente establecieron un nuevo récord en complejidad legal.
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El segundo hombre nombrado como salvador del ABC fue Victor Agather, quien continuó en su papel de recolector principal de fondos hasta octubre de 1990. El 25 de ese mes se hizo una fiesta para honrar el retiro de Vic Agather y, entre los invitados, estaban los embajadores de Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia y la Comunidad Europea. Se le rindió tributo por su “valioso trabajo durante años, para financiar la expansión y equipamiento del hospital como lo conocemos actualmente”. Así, durante cerca de 20 años, “Vic” dedicó su tiempo y talento a la negociación de préstamos, viajando con dinero propio.
Para el otoño de 1962, se habían organizado comités financieros en las principales ciudades de los Estados Unidos: el General Robert Wood de Sears Roebuck encabezaba el comité de Chicago; Rudy Peterson, presidente de Bank of America, era el director del comité de San Francisco; Mr. George S. Moore, presidente del First National City Bank of New York estaba casado con una dama mexicana, Beatriz Bermejillo y promovió importantes donaciones entre amistades y corporaciones. Para fortalecer al vacilante ABC, la junta directiva había contratado a Robert O´Connor como director profesional, en diciembre de 1961. Con acreditaciones de Yale en derecho internacional y administración, además de una considerable experiencia con el Servicio Exterior de los Estados Unidos y en la fundación Ford, O´Connor parecía ser la persona ideal para colocar sobre pies firmes la dirección del hospital, una vez que iniciara.
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Esta situación se aproximaba a su clímax mientras México celebraba su independencia, el 16 de septiembre de 1962. Incluso a pesar de todos los esfuerzos realizados por individuos y grupos, tanto dentro del país como en el exterior, el desafortunado hecho permanecía: para terminar la construcción del edificio y para equipar al nuevo hospital, se requerían 15 millones de pesos adicionales (1.2 millones de dólares), de manera inmediata. Entonces, se produjo un momento de gran drama, reportado en The News el 3 de noviembre, durante un almuerzo en el University Club. Apropiadamente, Floyd Ransom hizo la declaración pública de que la situación había sido salvada por un “reconocido financiero, Don Carlos Trouyet” quien, de esta manera, se convierte en el tercer hombre del heroico triunvirato de que hablaba Mr. Mackenzie. Trouyet, descrito como un “gigante de sesenta años, que medía 6 pies y 2 pulgadas, que pesaba 200 libras y que era director de 49 compañías y en el proceso de abrir una docena de empresas nuevas” era, sobre todo, un gran humanista. Había cancelado un viaje a nueva York con el fin de asistir a este histórico almuerzo y para hacer personalmente la presentación. El ABC sobreviviría para beneficio de las generaciones futuras. La crisis había sido superada.
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Liberados de la paralizante presión de la estrechez financiera, el recientemente organizado comité de gobernadores fue capaz de poner a prueba su efectividad durante los años restantes de la década. Ahora consistía de nueve miembros electos, cuatro ingleses, cuatro norteamericanos y cuatro mexicanos. Adicionalmente, hay tres miembros honorarios representados por los embajadores del Reino Unido, los Estados Unidos y Canadá y cinco miembros invitados, incluyendo a la presidenta de Women´s Auxiliary, que pueden asistir a las juntas del comité. Paralelamente a este patronato que se ha descrito, existe una junta médica, que representa el punto de vista de los doctores y el personal médico. Se habían logrado grandes avances desde que los doctores amenazaron con la huelga en 1958, menos de diez años antes.
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Si el año 1962 fue un parteaguas, entonces 1968 también fue memorable. En abril de este año, Mr. Floyd Ransom, todavía presidente del comité financiero, pudo anunciar que la hipoteca de diez años sería liquidada en julio, adelantándose siete años y ahorrando 5 millones de pesos en pagos de intereses. Este pago fue posible gracias a grandes contribuciones realizadas por negocios privados e individuos, entre los cuales, Richard L. Ehrlich, director general de General Motors de México S.A. de C.V. merece una mención especial. La recaudación de fondos de la colonia británica fue instrumentada por C.H.E. “Charlie” Phillips, de quien se dice que “muy poca gente ha demostrado la consistente dedicación al beneficio del hospital como Mr. Phillips”.[3]
El año de 1968 también fue notable por la inauguración de la Capilla Jules Lacaud. Este gran filántropo, siempre apoyando generosamente al hospital ABC, había colocado la primera piedra para la capilla hacía casi dos años; cuando murió en marzo, a la edad de 89 años, parecía tan adecuado como irónico que el primer servicio oficiado en la capilla que él había donado fuera justamente el de su funeral.
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Un tercer suceso del año 68 fue la respuesta del ABC a las Olimpíadas Internacionales celebradas en México. El número de 160 camas fue incrementado a 235, con el fin de prepararse para el ingreso esperado de 80 mil turistas a la capital. Se emitió la orden de que los 400 doctores estuvieran disponibles durante los juegos y que no de otorgarían vacaciones al personal durante esas semanas.
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Con esto llegamos casi al final de la historia del gran Hospital American British Cowdray. Cuando uno llega a la entrada de este impresionante y moderno edificio, hay una sensación de seguridad en la presencia de dos modestas estatuas que fueron trasladadas del viejo hospital y que, de alguna manera, dicen mucho acerca de la estabilidad y la continuidad de esta institución. Las estatuas corresponden a dos mujeres pioneras en el campo de la enfermería: Florence Nightingale y Edith Cavell.* Al entrar al lobby, no es sorprendente encontrar una adorable imagen en relieve de Lady Cowdray, colocada en la posición de importancia que realmente merece. Largas hileras de placas de bronce, a través de los diferentes edificios que ahora constituyen el ABC, rinden tributo a aquellos individuos que lo han hecho posible. La adición más reciente en este campo de contribuciones esculturales fue hecha en 1987, cuando la escultora británica Barbara Pearson presentó su poderosa obra de arte titulada “Shelter” (“Refugio”, en español), que puede apreciarse a la entrada del Edificio Donald Mackenzie. Mrs. Pearson fue inspirada para crear esta representación de una madre protegiendo a su hijo después del terremoto en México, en septiembre de 1985, cuando supo, después de seis días de ansiosa incertidumbre, que sus dos hijas y sus familias residentes aquí, estaban a salvo.
Después de seguir el proceso de este hospital a través de más de un siglo de actividad, procediendo de la colonia San Rafael, después en Anzures y culminando en la cima de una colina en Tacubaya, y después de examinar sus variados períodos de transición, lucha y triunfo, demos un vistazo al ABC como es ahora.
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El Dr. David Brucilovsky, actual director médico, fue generoso con su tiempo y su información durante varias entrevistas. Él definió al ABC como un “Hospital de Enseñanza”, que implica afiliación con cuatro de las universidades más importantes de México (La UNAM, la Ibero-Mexicana, la Anáhuac y La Salle), todas las cuales reconocen a los doctores del ABC como especialistas. Ningún “residente”, es decir, un doctor en entrenamiento durante tres años en su especialización y un año más en caso de sub-especialidades, ha fallado nunca en sus exámenes finales en estas universidades. Esta alta calidad se debe, en parte, al estricto proceso de selección de médicos antes de ser aceptados. Adicionalmente a los innumerables documentos y certificaciones, el doctor aspirante debe ser bilingüe y debe presentar tres artículos originales en su área de especialización, que hayan sido publicados en reconocidas revistas médicas. En 1986, el hospital contaba con un equipo de 494 doctores, de los cuales, de 130 a 140 se encuentran activos. Cerca de 30 doctores pueden ser admitidos anualmente, representando aproximadamente al 30% de los aspirantes.
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El término “Hospital de Enseñanza” también incluye a fisioterapeutas y enfermeros. El problema de mantener e incrementar los niveles de enfermería tiene alcances internacionales, de acuerdo con el Dr. Brucilovsky. La administración del Hospital ABC está en búsqueda constante de métodos para mejorar esta área vital en el cuidado de los pacientes; los enfermeros están recibiendo capacitación especializada para asistencia quirúrgica, técnicas de “cuidados intensivos” y en el uso de equipo altamente técnico que, diariamente, está asumiendo una gran importancia en el campo médico.
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Desde 1983, el ABC ha estado afiliado con el Centro Médico de la Universidad Baylor de Dallas (BUMC, por sus siglas en inglés), la única afiliación de este tipo existente en México. Esta relación es cada vez más benéfica, particularmente en asuntos de organización administrativa y para asesoría en la compra de equipo de alta tecnología. La adquisición más reciente del ABC es una pieza muy sofisticada y costosa de equipo conocido como “resonancia magnética”, para el diagnóstico de cáncer, ortopedia y neurocirugía.
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Actualmente, el Hospital ABC cuenta con 150 camas; este número se incrementará a 200 cuando se termine el presente proyecto de reconstrucción. Este aspecto del hospital es solamente una faceta de todo el intrincadamente diseñado complejo. Debemos tener en mente que el ABC es una institución privada no lucrativa y también de beneficencia. En mayor énfasis se dirige al auto-tratamiento a través de la educación, reduciendo así el costo al paciente. Teniendo presente este objetivo se han fundado las siguientes clínicas para la instrucción a los pacientes externos:
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Clínica para el control del dolor
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Clínica para dejar de fumar
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Clínica para el cuidado de la osteoporosis
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Control de diabetes
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Clínica de medicina preventiva
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Una reciente adición al currículum del grupo de investigación especial se enfoca en el estudio de contaminación de plomo en el flujo sanguíneo. Este proyecto se originó en la Universidad Nacional y fue iniciado apenas hace tres meses. Más adelante incluirá el estudio de la absorción del cuerpo humano de otros metales pesados, por la exposición a las condiciones ambientales adversas por las cuales el Valle de México se ha hecho tristemente famoso.
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Otro nuevo concepto, conocido como “cirugía ambulatoria” está siendo introducido en el ABC, con notable éxito. La meta de esta innovación es la reducción de tiempo de internación en el hospital, con el correspondiente ahorro de dinero. Muchos tipos de operaciones menores pueden ahora realizarse sin hospitalización. Entre ellas, se incluyen algunas operaciones de ojos, algunos tipos de cirugía plástica, biopsias, fístulas para diálisis, algunas cirugías dentales, algunas operaciones ortopédicas y ginecológicas y la extirpación de pequeños tumores.
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Cualquier descripción del amplio panorama que constituye el ABC debe incluir el hecho de que es líder en el campo de trasplantes en México. Hasta ahora, esos trasplantes han sido de hígados y riñones pero, muy pronto, también podremos esperar trasplantes de corazón.
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Muy reconocido y agradecido por los residentes de la Ciudad de México es el Servicio de emergencias del ABC. Contar con un equipo de médicos expertos disponibles las 24 horas del día, los 365 días del año, es un gran lujo y una gran tranquilidad. El laboratorio es también muy competente, probado por el hecho de que los médicos de otros hospitales refieren a sus pacientes a estas instalaciones. Gracias a un reciente donativo anónimo de $1,250,000, el departamento de Rayos X inaugurará próximamente las instalaciones para cateterización cardiaca, que permitirá cirugías a corazón abierto.
Fuera de la comunidad médica, es poco conocido que, durante los últimos 30 años, el ABC ha publicado un periódico científico. Actualmente, ésta es la única publicación de medicina privada en México.
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En 1965 se instaló una clínica de caridad, en una casa ubicada frente al edificio principal del hospital. Esta clínica fue adecuadamente nombrada Donald Mackenzie, cuya contribución al hospital ha sido sobresaliente. Aquí se ha proporcionado atención médica a muchos de los residentes de escasos recursos que viven en las cercanías. Con el terremoto de 1985, esta extensión del hospital fue absorbida por la “Clínica Amistad”, que es mucho mayor y con la cual, según reiteró enfáticamente el Dr. Brucilovsky, el ABC tiene una tremenda deuda de gratitud con la comunidad británica, por su material y su apoyo moral. La historia de esta clínica, conocida como “Brimex”, es tan emocionante como inspiradora, según palabras de Robert Hickman, su actual presidente.
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La cobertura de esta humanitaria empresa es amplia, demasiada para este capítulo que está primordialmente dedicado a la historia de esta gran institución británica. Muy brevemente, Brimex puede describirse como un centro de salud para una de las zonas más congestionadas, contaminadas y asoladas por el crimen de la ciudad. Originalmente, todos los habitantes dentro de un radio de 5 kilómetros eran elegibles para tratamiento. Muy pronto, se hizo evidente que esta enorme expectativa era imposible de afrontar y los límites se redujeron a dos kilómetros y medio.
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Incluso así, durante el año de 1989, la clínica atendió 125 mil consultas. No es necesario decir que el equipo para ese moderno y magníficamente ordenado centro de salud representa una inmensa suma de dinero. Desde el primer día después del terremoto, ha habido un gran apoyo del Reino Unido y de la comunidad británica en México. De hecho, una de las características más motivantes del proyecto Brimex es la ejemplar cooperación que existe entre los administradores, los doctores (quienes ofrecen voluntariamente sus servicios a favor de este tratamiento casi gratuito) y los diversos grupos de recaudación de fondos. Justo en el momento en que esta monografía estaba a punto de irse a la imprenta, las salas quirúrgicas estaban siendo terminadas con el fin de que estuvieran listas para la visita, en mayo, del Lord Mayor de Londres. Si el presente de esta clínica es tan activo y vivo con el espíritu de la generosidad filantrópica, el futuro lo es más aún: existe el sueño de abrir clínicas similares, tal vez seis o más, en lugares estratégicos que cubran los centros de mayor población en todo el Valle de México. Pero eso corresponde al futuro y al ulterior narrador de la historia de Brimex, no a esta historia.
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La mayoría de esta información que describe la actual actividad del ABC proviene del Dr. Brucilovsky, quien ha prestado un extraordinario servicio al hospital, además de haber cimentado una impecable reputación en la práctica privada. Él es graduado de la Universidad Nacional; posteriormente ingresó a la Universidad Penn para entrenamiento de post-graduado en medicina interna, gastroenterología y endocrinología. En 1945, fue invitado a formar parte del personal médico del ABC y ahora, después de 46 años en el hospital, se encuentra en su tercer año como director médico, después de 6 años en la junta de gobernadores. Durante su larga carrera, parecen haber dos fuentes de profunda satisfacción para este modesto médico, con quien fuero necesarias varias entrevistas antes de poder extraer cualquier información personal acerca de sus logros. La primera de esas metas se refiere a los tiempos del Dr. Ulfelder quien, cuando se ausentaba de la ciudad, dejaba a sus pacientes a cargo del Dr. Brucilovsky, que era muy joven entonces. La segunda es la capacitación especial que recibió en Palm Springs para el cuidado de los pacientes de polio, durante los años de la epidemia. Después de este entrenamiento, regresó al ABC y abrió un departamento para tratamiento de polio en 1946. Debemos agregar que el Dr. Brucilovsky también ha sido presidente de la Sociedad Médica del ABC, jefe de medicina durante siete años, director médico interino durante un año y medio antes de convertirse en director, además de jugar un papel muy activo en la campaña de recolección de fondos “Hoy y Mañana”, actividad que espera continuar desempeñando en el futuro.
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Una fuente obvia de orgullo para el Dr. Brucilovsky es el éxito que ha logrado Mrs. Brucilovsky, en conjunto con el grupo de Damas Voluntarias para la Beneficencia, es decir, Brimex, en sus esfuerzos para obtener fondos. Agrega que ella nació en el Hospital Americano, en la calle de Gabino Barreda; que sus tres hijos nacieron en el Sanatorio Cowdray en Anzures y que cuatro de sus nietos nacieron en el ABC de Tacubaya.
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No es suficiente la mera mención del Women´s Auxiliary, pues este grupo, familiarmente conocido como las “Damas de Rosa”, constituye un pilar fundamental en la vasta organización del hospital. Fundado en 1953, el número de miembros ha crecido en proporción con el crecimiento del hospital y sus subsecuentes necesidades. Casi cien voluntarias, fuertes, conscientes, bilingües, alegres, siempre impecablemente vestidas y adecuadamente informadas, mantienen un envidiable espíritu de equipo. ¿Qué haría el ABC o qué sería del ABC sin ellas? Ellas apoyan a las enfermeras en las salas quirúrgicas y son las anfitrionas en la recepción; escriben cartas y hacen llamadas telefónicas para los pacientes; aparecen en el momento preciso y en el lugar adecuado, así sea en la Torre Donald Mackenzie, en la Clínica Amistad o en las salas de emergencias. Y, ciertamente, tienen talento para reunir dinero. La tienda de regalos, en el lobby del edificio principal del hospital, puede producir hasta 1 millón de pesos anuales, que son orgullosamente entregados al hospital, generalmente en forma de una pieza específica de equipo. Una mirada a la lista de artículos donados revela mucho acerca del crecimiento del ABC y del dinámico apoyo de las “Damas de Rosa”: en 1957, una “plancha de contención para infantes, útil para operaciones menores” fue el artículo elegido para entregar al hospital; diez años después, el grupo aportó un “microtono”, para cortar secciones muy delgadas de tejido orgánico, para análisis microscópico; las donaciones más recientes se han hecho a la Clínica de Cáncer. En vista de todo lo anterior, no es muy sorprendente que la Dama de Rosa a cargo de la tienda de regalos, la Sra. Elena Castro, haya sido premiada por el mayor número de horas de servicio, “grandísimas 12 mil”[4], durante el Almuerzo Anual de 1990.
Antes de terminar con esta larga descripción del Hospital American British Cowdray, unas cuantas estadísticas pueden ilustrar la situación actual del hospital, después de un arduo ascenso al siglo XX y más allá. Las cantidades incluidas en este párrafo final hablan claramente acerca de las cambiantes condiciones socioeconómicas de México, por no mencionar los maravillosos logros en el campo de la medicina. Sin perder su nombre ni sacrificar, en manera alguna, su identidad única, el ABC se ha integrado al entramado de la sociedad mexicana: de los pacientes, el 87% son mexicanos, 7% son norteamericanos, el 1% es británico y el 5% restante corresponde a otras nacionalidades. De los 494 profesionales del personal médico, todos excepto dos son mexicanos. Los empleados son 99% mexicanos y los internos y residentes son 100% mexicanos.
Un reporte del hospital, de 1904, enlista las siguientes enfermedades como las más comúnmente atendidas: malaria, tifoidea, viruela, reumatismo, disentería y alcoholismo. Se reportaron siete nacimientos aquel año; el número de nacimientos para 1984 fue de 7,457. Y los padecimientos que requerían hospitalización eran los siguientes: problemas en el tracto urinario y genital femenino y masculino, enfermedades gastrointestinales, deficiencias cardiacas y respiratorias y fracturas de huesos.
Esta historia es muy positiva y motivante para el futuro. Iniciando como clínica, con una sola matrona a cargo y evolucionando a una magnífica institución con varias funciones subsidiarias, proyectos de caridad, instalaciones para la investigación y programas de enseñanza. El siguiente siglo contiene muchos retos, así como grandes promesas, para esta institución. Con su gran equipo humano de médicos altamente calificados, un casi ilimitado número de pacientes potenciales que viven en esta enorme concentración urbana y la continua campaña de recolección de fondos conocida como “Hoy y Mañana” dentro del 4% de su meta de 20 millones, Lord y Lady Cowdray pueden descansar en paz, especialmente en la conciencia de que el fondo original de la Dote Cowdray se ha mantenido en su nivel original y está generando intereses.
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Es importante visualizar al ABC como una máquina altamente compleja, con muchas piezas independientes, funcionando eficientemente cuando cada una de las partes aporta su máximo esfuerzo. Desde sus inicios, el ABC se ha apoyado tanto en la comunidad británica como en la norteamericana para su mantenimiento y crecimiento. Esta confianza nunca ha sido traicionada en el pasado y los precedentes establecidos por la generosidad de ambas comunidades, son un espléndido augurio para el futuro.
Virginia G. Young
Junio, 1999
Ciudad de México
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* Quien posteriormente se convertiría en Lord Cowdray y, después, en el Primer Vizconde de Cowdray
[1] O´Shaughnessy, Edith. A Diplomat´s Wife in Mexico. (La Esposa de un Diplomático en México). Páginas 70-71.
* Frances Erskine Inglis, casada con el Ministro español de México. Autora del encantador libro Life in Mexico (La Vida en México), escrito en 1843.
[2] Young. Desmond. Member of Mexico (Miembro de México), páginas 12-13.
[3] Ibid.
[4] Ibid. Página 244.
* Navvie se refiere a los trabajadores de construcción, como obreros de las vías férreas, canales, muelles, etc.
** Weetman Pearson, First Viscount Cowdray (Weetman Pearson, Primer Vizconde Cowdray)
[5] Op. Cit. Young. Páginas 12-13.
[6] Spender. J.A. Weetman Pearson, First Viscount Cowdray (Weetman Pearson, Primer Vizconde Cowdray). Páginas 301-302
[7] La British Society en México. Organización y regulaciones con Notas Históricas relacionadas con las Actividades Organizadas de la Comunidad Británica en México. 1920.
[8] Foulkes, George Herbert. México en los Archivos de las Islas Británicas. Página 56.
[9] “The Mexican Parade”, 15 de mayo de 1959.
* Actualmente es el Observatorio Astronómico Nacional. La gloriosa construcción de este edificio colonial todavía es visible.
[1] Campbell, Reau. Complete Guide and Descriptive Book of Mexico (Guía Completa y Libro Descriptivo de México). Chicago, 1895.
[2] O’Shaughnessy. Op. Cit. Páginas 106-107.
* Esto ha sido una gran fuente de placer entre varias generaciones de personas, ahora cercanas a la mediana edad, que se ufanan en el hecho de haber nacido en el Camino Real, ¡uno de los hoteles más finos de la ciudad!
[3] 1967. Reporte del hospital.
* Conocida como la “Dama de la Lámpara”, Florence Nightingale (1820-1910) fue administradora de hospital y reformadora del entrenamiento para enfermeras. En contra de la más amarga oposición, ella organizó una unidad de 38 enfermeras y estableció hospitales en Scutari y Balaklava, durante la Guerra de Crimea. Edith Cavell (1865-1915) fue una enfermera inglesa, la matrona de un hospital en Bruselas durante la Primera Guerra Mundial. Recibió un disparo de los alemanes por ayudar a los prisioneros aliados (Enciclopedia Columbia Viking Desk, páginas 943 y 237).
[4] The News. 7 de octubre de 1990.
Reconocimientos
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Mucha gente ha contribuido a esta historia del Hospital American British Cowdray. Gran parte de la información fue extraída de los álbumes de recortes de Women´s Auxiliary, que contienen secciones de periódicos y artículos de revistas relacionados con las actividades de su organización. Muchas de esas fotografías del “viejo ABC”, es decir, el Sanatorio Cowdray, fueron también proporcionadas por las “Damas de Rosa”.
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Mrs. Nancy Martin, una verdadera archivista, pudo aportar otras fotografías de la propiedad de Anzures y valiosas publicaciones relacionadas con el cambio y crecimiento del hospital. Muchas gracias a ti, Nan, por toda tu ayuda.
Por la excelente fotografía del Dr. Sidney Ulfelder, estamos muy agradecidos con su hija, Mrs. Ruth Ulfelder de Covo. La información biográfica de este eminente médico fue proporcionada por su nieta, Marilyn Covo de Schmidt.
Las placenteras horas transcurridas en la compañía de Mr. Donald Mackenzie, en paz descanse, unas semanas antes de su muerte, revelaron mucho acerca de los “trabajos” del hospital: la necesidad de cambiar, el esfuerzo por conciliar intereses en conflicto, la lucha para integrar las prácticas tradicionales con los procedimientos modernos de eficiencia organizacional. Probablemente nadie estaba mejor preparado para relatar esta historia que Donald Mackenzie, uno de los mejores amigos del ABC.
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El Dr. David Brucilovsky ha prestado generosamente su limitado tiempo para presentar el material relevante de lo que actualmente es el ABC y las esperanzas para el futuro. Muchas gracias a usted, Dr. Brucilovsky, y a Mr. Robert Hickman, por su ayuda con la porción de “Amistad” de esta historia.
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No podemos finalizar sin decir que el apoyo moral y monetario de la British and Commonwealth Society es sumamente apreciado en todo momento, en este intento por promover el conocimiento y el interés por la historia de los británicos en México.
(Inserto. Vista parcial del “Nuevo ABC”, Tacubaya)
(Inserto. Estatuas de Florence Nightingale y Edith Cavell)
(Inserto. Nueva entrada para emergencias y edificio de oficinas)
(Inserto. Escultura titulada “Shelter” (“Refugio”), posterior al terremoto)
(Inserto. Entrada a “Brimex”, clínica de caridad)
(Inserto. Dr. David Brucilovsky, director médico)