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Número 1: Encuesta General

El boceto de la portada de este cuadernillo corresponde a la famosa Torre del Reloj en la plaza central de Pachuca. Me parece un símbolo apropiado de los británicos en México: El carillón de la torre de 40 metros de altura es una réplica del carillón del Big Ben, en la Sede del Parlamento.

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El primer inglés, un aventurero solitario, apareció en suelo mexicano en el año de 1534. Durante los siguientes trescientos años, los ingleses fueron y vinieron; algunos de ellos dejando “huellas”, pero la mayoría permanecerán anónimos por siempre. Gracias a la excelente investigación de William Mayer[1] es que podemos identificar aquellos visitantes del siglo XVII como Thomas Gage, un sacerdote dominico que realizó extensos viajes a lo largo de México y América Central. Posteriormente regresó a Inglaterra y, en 1648, publicó un libro que contenía más información acerca de las Indias Españolas de lo que hasta el momento se había publicado en lengua extranjera. Los españoles mantuvieron una celosa posesión sobre la colonia e impidieron de manera efectiva cualquier entrada a los extranjeros. George Conway, quien era miembro prominente de la comunidad Británica durante los años treinta y cuarenta, también escribió un libro que describía las tribulaciones de algunos ingleses durante los años de la Inquisición Española[2].

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En general, sin embargo, la historia de los británicos en México en los años previos a la Guerra de Independencia, de 1810 a 1821, se limitó a un puñado de individuos: exploradores a pequeña escala, misioneros católicos, fugitivos de embarcaciones piratas o marineros abandonados. Además de aquellas almas desventuradas, algunos británicos aparecieron en la escena mexicana, durante el Virreinato, desempeñando el papel de sirvientes domésticos. Las encumbradas familias españolas contrataban a los ingleses como cocheros y chóferes; un mayordomo de cava con acento británico se consideraba el auxiliar apropiado para el personal virreinal; con frecuencia, un ama de llaves inglesa ejercía su influencia anglosajona en los descendientes de los conquistadores ibéricos. 

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Con la emancipación de México del yugo del dominio español, las puertas fueron derribadas hacia el mundo expectante. No pasaron más de tres años antes de que la primera firma comercial británica comenzara a generar negocios, estableciéndose como empresa de exportaciones e importaciones y con oficinas centrales en Veracruz[3]. ¿Cómo habría sido la residencia de aquellos mercaderes, que una exuberante viajera, Madame Calderón de la Barca, la describió así al llegar a Veracruz en 1839:

“La calle principal en donde vivimos es larga y amplia y parece tener muy buenas casas. Casi al lado opuesto está una que parece particularmente bien mantenida y bella, en donde vimos hermosas flores al pasar. He descubierto que pertenece a un mercader inglés”?[4].

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De Veracruz, los Calderón de la Barca continuaron el viaje hacia Jalapa, que ella describe así:

“...la ciudad consiste en un poco más que unas cuantas calles peatonales, muy viejas, y algunas casas grandes y magníficas, las mejores, como siempre, propiedad de mercaderes ingleses, y muchas pertenecen a la gente de Veracruz, que llegaron a vivir en Jalapa o en las cercanías durante el reinado del ‘vómito’.”[5]

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La llegada intermitente de ingleses, así como de inmigrantes de otras nacionalidades, fue convirtiéndose en una corriente constante. Para 1826 había diez compañías extranjeras dedicadas a la minería en México, siete de las cuales eran propiedad de ingleses. Las miserables condiciones de vida en Cornwall dieron ímpetus a cientos de mineros para buscar fortuna en México, en donde las minas, recientemente abandonadas por los españoles, les estaban esperando.  El grupo de los provenientes de Cornwall, ubicados alrededor de Pachuca y Real del Monte, constituyen uno de los más importantes y fascinantes relatos en la historia de los británicos en México.

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Una visita a la Pachuca actual, sin conocimiento previo del pasado de la ciudad, presentaría varios factores enigmáticos. Es sorprendente encontrar una iglesia metodista localizada en una de las esquinas más prominentes del área del centro. Con seguridad, esta circunstancia no tiene igual en toda la República Mexicana. Y, en seguida, la sorpresa se convierte en incredulidad cuando un joven nativo, que carga una canasta de pastes de Cornwall para vender, nos ofrece un “paste”. Este joven resulta el complemento ideal en la rareza del espectáculo.[6]

El Cementerio Inglés de Real del Monte es un patético recordatorio de la elevada mortalidad infantil y de las pestes, que con frecuencia amenazaron con hacer desaparecer esta comunidad durante sus casi cien años de existencia.

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A. C. Todd, en su libro Search of Silver[7] (Búsqueda de Plata, en español), describe los monumentales conflictos entre los mineros de Cornwall y los mexicanos, generados por sistemas de valores irreconciliables y choques temperamentales. El Primer Ministro Británico en México, Henry G. Ward, expresa su creencia de que la única esperanza para la sobriedad y sentido de seguridad entre los mineros de Cornwall reside en la iglesia metodista.[8] El nombre de Rule domina la escena minera de Cornwall, principalmente el de Don Francisco Rule. En un ambiente tan hostil como pudo haber sido, los recuerdos nostálgicos abundaban en los campos mineros. Una tal Mrs. Carne habla de México como un “paraíso nunca soñado en la tierra natal. Los sirvientes eran abundantes y maravillosos con los niños de Cornwall; el amueblado de las casas era fabricado por los hábiles y artísticos carpinteros mexicanos...”[9]. Sin minimizar los colosales conflictos que enfrentaban los ingleses en sus arriesgadas empresas mineras en México, aparentemente había suficiente buena voluntad como para que una mujer de Cornwall dijera, “No puede haber mucho que sea fundamentalmente erróneo en una sociedad en la que a los niños se les permite llevar sus globos de fiesta a la iglesia y en donde las madres cubren las cabezas de sus hijas menores antes de entrar a una iglesia”.[10]

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Madame Calderón de la Barca visitó Real del Monte en 1840 y he aquí sus observaciones: “Fuimos recibidos con gran cordialidad por parte del director, Mr. Rule, y su señora, y fuimos invitados a tomar parte del más delicioso almuerzo que he visto en mucho tiempo; una alegre mélange de ingleses y mexicanos. El mantel, blanco como nieve, la humeante tetera, los rollos calientes, los huevos frescos, el café, el té y el pan tostado tenían un aspecto a l´Anglaise...”. Posteriormente, continúa comentando, “Después del almuerzo, salimos a visitar las minas y fue curioso observar niños ingleses, limpios y hermosos, con sus cabellos blancos y las mejillas sonrosadas, portando pulcros sombreros de paja, mezclados con los pequeños indígenas del color del cobre.” [11]

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A pesar de que Pachuca era, probablemente, la mayor concentración de los intereses mineros ingleses, había minas en muchas partes de la República, desde Sonora hasta Oaxaca, en Zacatecas y Michoacán. Mrs. Alec Tweedie, intrépida y elocuente, describe las condiciones de vida de los ejecutivos de las minas de Guanajuato, cerca del cambio al siglo XX, como sigue: “...en la cima de la colina, encontramos hermosas villas y adorables jardines, hogares de lujo y riqueza.”[12]

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Otra temprana empresa británica fue el establecimiento de las fábricas textiles, principalmente en los estados de Veracruz y Puebla. Con el transporte, proporcionado por las vías férreas de factura inglesa, y una poderosa energía eléctrica generada por agua en el accidentado terreno de la Sierra Madre Oriental, estas fábricas textiles hicieron que la región alrededor de Orizaba y Puebla recibiera el nombre de “El Lancashire de México”. Un nombre prominente en este campo es el de Job Hamer, quien llegó a México por primera vez en 1865 y fue fundador de la vanguardista fábrica de lino “La Linera”, así como de una dinastía de once hijos y un gran número de nietos y bisnietos, muchos de los cuales son actualmente reconocidos en México.

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A pesar de que los intereses británicos, incluyendo los poderosos emporios Pearson, entraron en fiera competencia con los franceses en la fabricación de textiles, nunca hubo duda alguna de la superioridad de la maquinaria de procedencia británica para producirlos. Abundaban los comerciantes itinerantes a lo largo de las rutas montañosas, que vendían de todo: desde los telares mecanizados y las grandes calderas, hasta lanzaderas, bobinas e hilos. La vida en estos centros textiles era solitaria para algunos: las plantas estaban invariablemente localizadas a unos cuantos kilómetros, en la periferia de la ciudad; a los hijos de los obreros de la fábrica no se les permitía jugar con los niños nativos; la educación era tutoría materna hasta cerca de los nueve años, edad en que los niños eran enviados a Inglaterra o a Canadá. Los hombres bebían mucho y habían pocas diversiones locales. Incluso los libros eran escasos. La música jugó un importante papel en estas aisladas comunidades y las actividades de la iglesia se convirtieron en un punto focal.

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La variedad de las condiciones de vida entre los ingleses que se encontraban en México entre los años 1850 y 1950, era infinita. Si México es conocido como la “tierra de los contrastes”, el panorama de las actividades británicas y los niveles en que vivieron los ingleses merece especial atención por los contrastes que presentaba. Con frecuencia, la vida en la Ciudad de México significaba lujo extremo y búsqueda de diversiones para los pocos afortunados. En el extremo opuesto de la escala, es difícil asegurar cuál de los muchos ambientes era el más difícil y desafiante. Probablemente, Mrs. Alec Tweedie  se hubiera inclinado por la vida del ranchero en el norte de México como la más exigente de todas las circunstancias para los ingleses en este país. Después de entrevistar a algunos de los vaqueros ingleses a quienes se sorprendió de encontrar en regiones aisladas, adecuadas únicamente para la cría de ganado, ella concluye, con su determinación característica: “Es una vida saludable, interesante para un hombre aficionado a los deportes, los caballos y los animales; pero, intelectualmente, es estupidizante. Cualquier hombre o mujer que se las arregla para mantenerse a flote en estos tiempos, lo logra a base de un tremendo esfuerzo. La fatiga del cuerpo le roba a uno la inclinación a la lectura y la dificultad para obtener literatura significa auto-negaciones en otros aspectos, para que una compra pueda realizarse...”[13]

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También existía una considerable población británica dedicada a la agricultura a gran escala, principalmente al algodón, en la región de “La Laguna”, localizada en la frontera entre los estados de Coahuila y Durango. Una gran empresa, conocida como “La Hacienda de Algodón Tlahuilo”, generaba 9,000 pacas de algodón al año y empleaba 6,000 trabajadores. Esta región se enfrentó a una terrible devastación en manos de Francisco Villa durante la Revolución.

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Alrededor de 1938, R.H.. Marett reporta que la zona estaba al borde de la inanición; y al conducir hacia el Country Club en Torreón, él describe cómo bebía cócteles con “extranjeros enfadados que se ocupaban en liquidar sus propiedades”.[14] Este ejemplo de las grandes y ricas plantaciones propiedad de los ingleses, siendo el “Tlahuilo” la mejor de ellas, fue un sobresaliente desarrollo del que casi no queda nada en la actualidad.

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Cerca del año 1902, Weetman Pearson (posteriormente nombrado Lord Cowdray), comenzó a investigar los depósitos de petróleo de la costa del Golfo de México. Aunque los mayores depósitos no fueron descubiertos sino hasta 1909, comenzaron a aparecer algunos ingenieros petroleros en la escena, a lo largo de la costa del estado de Veracruz. Siguiendo la bonanza, la empresa “El Águila” de Pearson transportó a miles de jóvenes británicos para trabajar en los campos petroleros de Puerto México (lo que actualmente es Coatzacoalcos) y Minatitlán, en donde se construyó la refinería. Esta demanda de mano de obra llegó en un momento particularmente auspicioso en la Inglaterra de las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, cuando el desempleo estaba creciendo.

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Mr. Harold Weeks, uno de los pilares de la comunidad británica actual, dejó Inglaterra en 1919 y llegó a México con “El Águila”, en donde permaneció durante más de veinte años. Como contador operativo, Harold viajó constantemente de un extremo al otro del Golfo de México, no solamente por el balance de los libros contables, sino organizando ligas de fútbol soccer, torneos de tenis y competencias de cricket, enfrentando a los británicos de Tampico contra el equipo de Minatitlán ¡que también eran británicos!

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Mabel Nock Payne, otra octogenaria distinguida de la ciudad de México, recuerda su vida en Puerto México como recién casada, sin tener electricidad, sin gas, en casas construidas sobre pilotes para evitar los ataques de los animales de la selva, y soportando el “eterno hedor de los peces muertos, abandonados en la playa por los pescadores chinos”.

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Incluso en la década de los años treinta, que sería la última antes de la nacionalización de la industria petrolera de México, (1938), un visitante del campo petrolero de Minatitlán habla del “absoluto aislamiento”; y a pesar del “tenis, la cabalgata, la natación y los bailes”, él se queja de la arena, los insectos, los despojos del río, los “Nortes”....y se califica como un residente de largo plazo en los campos al decir, “!Los primeros diez años aquí son los peores!.”[15] No obstante los infortunios en la época de la expropiación, las ochenta y tantas familias que se habían establecido en Minatitlán durante veinte años o más, fueron repentinamente desarraigadas y se encontraron completamente perdidas en “¿cómo envío mi gran piano?”. Los sirvientes lloraban a mares ante la idea de perder a sus patrones, y estos últimos estaban realizando “un valiente esfuerzo por beberse las reservas de los bares...los corchos de las champañas estallaban con regocijo...”[16].

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Otro poderoso imán que atraía a los ingleses a México era la oportunidad de empleo en los proyectos de construcción de S. Pearson e Hijo. Al finalizar el Gran Canal en 1898, para la enorme satisfacción del Presidente Porfirio Díaz, Weetman Pearson tomó la enorme responsabilidad de construir un puerto funcional en el ancestral puerto de Veracruz. Los obstáculos ambientales, incluyendo los frecuentes “nortes”, las enfermedades tropicales y la falta de salubridad en la ciudad, fueron tan importantes para Pearson como la misma construcción del puerto. Había muy poca oportunidad de atraer la mano de obra inglesa a un pantano maloliente y enfermizo; y este astuto hombre de Yorkshire, de gran genio y preocupación por sus trabajadores, inmediatamente inició labores para transformar dichas condiciones miserables. Madame Calderón de la Barca había descrito a Veracruz como “más melancolía, delabré y desamparo de lo que nunca se podría imaginar”. Los contratos de construcción de Pearson en Veracruz terminaron en 1902, época en que un observador mexicano hace los siguientes comentarios: “...una mirada a cualquiera de las casas revela esa atención a la comodidad, la pulcritud y la decencia, que son características de los ingleses donde quiera que vayan...La colonia, por ser lo que realmente es, cuenta con agua pura para beber de su propiedad, entubada del Río Jamapa, y tiene excelentes instalaciones sanitarias. Las casas son todas alumbradas por una planta eléctrica privada. El confortable ambiente, con los refinamientos de su tierra natal dándoles contento, ha permitido a la empresa retener a sus empleados más valiosos, incluso desde el inicio del trabajo.”[17] Comentando sobre la observación anterior, Desmond Young, autor de Member of Mexico (Miembro de México, en español), hace la siguiente comparación: “Si el escritor hubiera visto las pasmosas condiciones de miseria y escasez en Stepney, que Jack London describió en su obra People of the Abyss (Gente del Abismo, en español) en el año en el que se terminó el contrato de Veracruz, (Año de Coronación, 1902), hubiera concluido que los ingleses se esforzaron más por sus trabajadores en otros países que en su propia tierra. ¿Qué caballero inglés de aquel tiempo pensó en proporcionar ‘excelentes instalaciones sanitarias’ dejando de lado la luz eléctrica? ¿Qué persona en el East End vivió con tanta ‘comodidad, limpieza y decencia’ como los empleados de S. Pearson e Hijo en la tierra arrebatada al mar en el Puerto de Veracruz?.”[18]

El siguiente proyecto de la empresa Pearson fue la construcción de la vía férrea de Tehuantepec, que transportaba bienes desde Puerto México al Golfo de Salina Cruz, en el Pacífico. A pesar de que era una distancia de solamente ciento noventa millas, las dificultades del terreno, el clima y las condiciones de trabajo eran terribles. Sin embargo, para 1906, esta monumental tarea ya se había concluido y, en su primer año, transportó 900,000 toneladas de mercancías. Para 1911, la cantidad ya se había elevado a más de un millón de toneladas anuales y treinta trenes circulaban diariamente. En 1918, el Presidente Carranza decidió apropiarse de la línea ferroviaria y “darle fin a la tiranía de Pearson en Tehuantepec”.[19]

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Durante su visita a México en el año de 1900, Mrs. Tweedie decidió visitar el sitio de la vía férrea. A partir de su descripción, podemos dilucidar que era como viajar como un bien relacionado “anglaise” hacia una de las regiones más remotas de la República; se titula ‘Un Viaje en Bote por Río en el Istmo (Tehuantepec)’. “¡Cuánto llevar y traer bienes! Nuestro tren especial de Veracruz se componía de una máquina, un furgón para el equipaje y el coche del director, con cocineros, carniceros y alimento para diez días. Después subieron a bordo las cosas: dieciséis camas plegables y ropa de cama, vinos y licores, sillas y mesas, comida y cubiertos, ollas y sartenes, ¡todo y cualquier cosa que pudiera ser requerida por nuestro pequeño ejército de quince hombres y una mujer! Pero el mayor problema de todos fue el congelador, un artefacto que pesaba una tonelada, lleno de pollo, pescado y comestibles en su mayoría. Se necesitó una docena de hombres para subirlo al bote...Vivimos unas adorables 24 horas en ese enorme barco de vapor y yo tuve una cabina de cuatro literas para mí sola, lo cual da una idea del tamaño de esos ríos de suave navegación en el sur de México.”[20]

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Hasta el momento hemos hablado de las variadas categorías de empresas que atrajeron a los ingleses a México durante el siglo XIX y principios del siglo XX. México ha tenido su gran diversidad de excéntricos británicos. En la mayoría de los casos es muy difícil descubrir gran cosa acerca de la persona, a causa de su fiera independencia y el celo por su privacidad, que forman parte de su naturaleza. Una gentil dama mexicana recuerda que, durante su infancia en Jalapa, Veracruz, en los años siguientes a la Primera Guerra Mundial, había un extranjero alto y delgado, inmaculadamente vestido en un traje de lino blanco, con sombrero y bastón, quien aparecía cada tarde en la plaza central de la ciudad, caminaba alrededor del sitio varias veces, hablando solo, y después desaparecía. Este comportamiento continuó durante cinco años o más y fue conocido simplemente como “El Inglés” por los habitantes de la ciudad.

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Muy probablemente, el más pintoresco de todos los británicos llegados a México en un lapso de trescientos años, fue Mr. Richard Bell. Mejor conocido desde su juventud hasta su vejez como “El Payaso Bell”, esta sorprendente personalidad agasajó a miles de fanáticos del circo entre los años de 1869 a 1910 cuando, por consejo de su amigo y banquero Richardo Honey, abandonó México, donde las nubes tormentosas de la Revolución comenzaban a aglomerarse. El famoso Circo Orrin se ubicaba de manera permanente en la Plaza Villamil en 1891 y Bell era, invariablemente, la estrella del espectáculo, con sus agudas imitaciones y sus bromas para todas las edades. A donde quiera que iba en la Ciudad de México, era reconocido y aplaudido. Bell contrajo nupcias con una dama española, Francisca Peyres, y tuvieron muchos hijos, la novena de los cuales sigue viviendo en una residencia magnífica, cerca del Parque de Chapultepec. Es su hija, Sylvia Bell de Aguilar, quien en 1984 escribió un libro acerca de la fascinante historia de la extraordinaria carrera de su padre. [21]

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Las emocionantes aventuras de Rosalie Evans, luchando literalmente hasta la muerte en la defensa de su hacienda cerca de Puebla, algún día estremecerán a los amantes del cine. Mientras tanto, las cartas que escribió a su hermana, a principios de los años veinte, nos dan claro detalle de la valentía de esta mujer acosada. El maltrato recibido de manos de los revolucionarios estuvo a punto de producir una seria ruptura en las ya tensas relaciones diplomáticas anglo-mexicanas.

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Rosa E. King es otro ejemplo de un ser humano extraordinario y legó una obra indeleble. Como autora de Tempest Over Mexico[22] (Tempestad sobre México, en español), a Rosa se le relacionará siempre con el Hotel Bella Vista en Cuernavaca, en donde demostró valor y compasión hacia los habitantes de dicha ciudad en momentos de severa crisis, durante la Revolución.

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A pesar de que la lista de amas de llaves que llegaron a México es muy larga y merecedora de un capítulo aparte, el nombre de Miss Hannah Furlong requiere de una “mención honorable”, ya que ella pasará a la historia como la Decana de las Amas de Llaves. Durante más de cincuenta años, Hannah fue parte integral de la bien estimada familia Redo. ¡Ah!, pero cuando fue absolutamente necesario que ella recibiera una transfusión de sangre, a la edad de noventa años, se negó a aceptar a una de las hijas Redo como donadora, diciendo: “Nunca permitiré que mi sangre inglesa pura sea contaminada por un extranjero.” Hannah murió a la edad de noventa y seis años, muy recordada por su disciplina anglosajona, estricta e insobornable, y su permanente fe en la Familia Real Británica y en la iglesia católica.

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En el flujo y reflujo de la corriente de ingleses que llegaban a costas mexicanas, algunos nombres conservan cierta asociación con lugares específicos, incluso si la familia hubiese sido desalojada por los cataclismos de la Revolución, hace más de cinco décadas. Las familias Barron y Forbes, por ejemplo, estaban establecidas en la pequeña ciudad de Tepic, en el estado de Nayarit, en la costa del Pacífico, alrededor de 1850.  Se dedicaban a la extracción de oro y plata, la fabricación de textiles, agricultura y ganadería, además de la exportación de perlas provenientes de los campos de ostras en las costas de Baja California. Los asombrosos logros de Richard Honey, quien llegó a México en 1862 junto con miles de mineros de Cornwall y quien amasó varias fortunas en agricultura, construcción de vías férreas, fundidoras de acero, la banca y la cría de caballos, siempre será relacionado con la hacienda en Ixmiquilpan, en el estado de Hidalgo. El Clan Meade de Irlanda llegó a México del Condado de Cork a principios de 1830 y se establecieron en San Luis Potosí, en donde establecieron sucursales de bancos londinenses y construyeron muchos de los bellos edificios municipales de la ciudad. La hacienda y fábrica textil de “Miraflores”, cerca de Chalco, en el Estado de México, se relacionará por siempre con el nombre de Felipe Robertson, quien la fundó a finales del siglo XIX. Estas empresas prosperaron hasta que fueron arruinadas por los Zapatistas durante la Revolución. La industria tabacalera de Gustavo Mayer, establecida durante la segunda mitad del siglo XIX en la ciudad de Orizaba, forjó fuertes lazos entre la región y la familia Mayer, que es una de las más prominentes y longevas familias en la comunidad británica actual. Otra más de estas conexiones cercanas entre familia y lugar es la de Leslie Barnett, el “rey de la sal en Salinas”, en el estado de San Luis Potosí, en donde Barnett, originario de Surrey, vivió con esplendor de barón en un castillo rodeado de un foso, ¡y en donde criaba perros de caza!. La gran familia Turnbull, que ahora existe en casi cualquier rincón del mundo, tiene profundas raíces en suelo oaxaqueño desde mediados del siglo XIX y se extendieron posteriormente al colindante estado de Puebla.

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Ahora que ya tenemos una idea clara de quiénes eran los ingleses que llegaron a México y una somera noción de en dónde y cómo vivían en esta tierra extranjera, cambiemos nuestra atención para examinar el tipo de vida de los británicos que radicaban en la Ciudad de México. Esta fue (y sigue siendo, por mucho) la mayor concentración de población inglesa en la República, además de que representa el corazón de la comunidad británica. Sería difícil restar importancia a las contribuciones de esta comunidad al desarrollo de México.

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Los británicos llegaron para hacer fortuna y muchos de ellos tuvieron éxito. Como ya hemos visto, el comercio entre Inglaterra y México se disparó casi de manera simultánea con la partida de los españoles en 1821.Con un comercio floreciente y las minas de nuevo en producción, era natural que el siguiente paso fuera la apertura de un banco y una casa de descuentos londinense. En 1865 se emitió la primera nota bancaria en México, impresa por Thomas de la Rue & Co. “El Banco de Londres y México, S.A.” se fundó en 1886, con muchas sucursales en ciudades de provincia. Muy pronto, le siguieron otros bancos que prestaron valiosos servicios en el desarrollo resultante de las utilidades públicas mexicanas, así como las vías férreas y la construcción de puertos.

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La firma comercial original de Watson Phillips & Co. (Exter, Greaves & Co. 1824 – 1829) fue muy rápidamente seguida por muchas otras compañías comerciales, incluyendo Roskell & son, Liverpool, William Young & Co. , Anglo Mexican Trading Co., y Thomas E. Dutton, Mérida, Yucatán.

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Un anuncio de la Cámara Central Británica de Comercio de México ilustra la extensión y variedad de la manufactura y el comercio británicos durante el cambio de siglo. Contiene noticias acerca de la venta de maquinaria para la producción azucarera y minera, brochas y químicos, mercancías generales y zapatos. La máquina de coser Singer llegó a México alrededor del año de 1900. W. G. Robinson era propietario de una tienda en Avenida Juárez, en donde se vendían los productos para montar a caballo más finos, para las grandes familias mexicanas como los Escandón y los Limantour. J. & P. Coates Ltd. inició la producción doméstica de hilo en la zona de La Merced, alrededor de 1913. La cerveza inglesa fue fabricada en la Avenida Balderas hasta 1899, cuando perdió frente a los competidores de las cervecerías locales, que utilizaban raíces y químicos en lugar de la malta y los lúpulos británicos. Los ladrillos y el cemento ya se producían en 1900, bajo la dirección de Adolfo Grimwood y, muy pronto, “La Tolteca” sería el proveedor principal del país en lo referente al cemento, durante el auge de la construcción en los años veintes y treintas. Los ingleses también estuvieron presentes en pescaderías, la producción de madera, el empacado de carne y en fábricas de papel, además de las perlas, el jabón y la sal.

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Tal vez es el ramo de los seguros, incluso más que en la banca, la minería o el comercio, en que los ingleses fueron más sobresalientes. Nuevamente, el nombre de Thomas Phillips encabeza al resto como el primer agente de seguros en México. William B. Woodrow comenzó a construir su imperio asegurador en 1883. Tanto “Seguros La Provincial” y “La Nacional” iniciaron según los intereses de Woodrow y fueron dirigidas por gigantes de los seguros como Frederick Alfred Williams, Arthur Woodrow, Montague Scott Turner y Joseph W. Turner, C.B.E. H.E. Bourchier, quien llegó de Sussex en 1896 como comprador de minerales, incursionó en el campo de los seguros marítimos en el cual, junto con su hijo, Eustace, adquirió el más alto reconocimiento. De igual manera, los apellidos Oakley y Blackmore merecen especial atención en esta historia de las compañías aseguradoras británicas en México, que algún día serán difundidas a gran escala, pues muchas de sus grandes personalidades también fueron muy brillantes en la comunidad británica.

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No se puede negar que fue una sociedad elitista desde sus inicios, que datan de 1828 a 1830, cuando una “Asociación Británica” comenzó a reunirse en la residencia de Thomas Phillips. Gran parte del  énfasis original tenía tintes culturales, por ejemplo, la biblioteca circulante, la primera organización formal y una de las cuales es depositaria de la gratitud expresa de Madame Calderón de la Barca, en 1840. Esta asociación cambió al “Club Albion” en 1833, ahora bajo el liderazgo de C.O. Phillips. En 1899, se convirtió en el “British Club” (Club Británico, en español), nombre que conservó hasta 1969, año en que tuvo que cerrar por cuestiones financieras. Su sucesor actual se conoce con el nombre de “British and Commonwealth Society” (Sociedad Británica y Nacional, en español).

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A pesar de que las diversas sociedades inglesas han tenido varias ubicaciones durante su siglo y medio de existencia, la mayoría de los residentes de antaño de la comunidad recuerdan que el British Club se localizaba en la calle de Venustiano Carranza, en donde se ubicaba la Biblioteca Circulante, muy reconocida incluso hasta nuestros días. Cuando, en los años sesenta, el club se mudó a una mejor zona, todos aquellos venerables volúmenes fueron transportados a la casa de C.H.E. Phillips, bisnieto de Thomas, en las Lomas de Chapultepec. Antes de su muerte, en 1982, Mr. Phillips dispuso que esta maravillosa colección de volúmenes empastados en cuero fuera depositada, intacta, en el Instituto Anglo-Mexicano de Cultura, en la calle de Antonio Caso, en donde permanecerá como probablemente el monumento tangible más antiguo de la comunidad británica en México.

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Otra institución británica muy antigua que se estableció en suelo mexicano fue el Cementerio Británico en Tlaxpana (lo que ahora es la Colonia San Rafael). Don Lucas Alamán, un destacado estadista mexicano durante los caóticos años posteriores a la independencia de México, atendió la solicitud inglesa para construir un cementerio. Esto ocurrió en 1824, y la garantía les fue otorgada con base en “la conducta obediente y respetuosa de las leyes de los individuos británicos que han llegado a nuestro país”. Los terrenos otorgados se localizaban en la parte norte de la ciudad, un área infestada de ladrones y con frecuentes inundaciones del Río Consulado que ahora, obviamente, ha sido cubierto.  De manera particular, son dos los eventos que designan esta propiedad como “eternamente sacro”, a pesar de que ahora es difícil localizarlo pues se encuentra cruzado de vías rápidas, pasos peatonales y teatros. Primeramente, Lord Cowdray donó una adorable capilla, “All Souls” (Todas las Almas, en español), construida en los terrenos del cementerio con piedra volcánica roja, y fue dedicada a los jóvenes que perdieron la vida en varios de los proyectos de Pearson & Co. Ltd. Unos cinco o seis años después de esto, se celebró la inauguración del Monumento Británico en Memoria de la Guerra en 1923, en honor de los hijos de la Comunidad Británica que murieron durante la Primera Guerra Mundial. Cuando el cementerio en Tlaxpana se cambió a su ubicación presente en la Calzada México-Tacuba, por órdenes gubernamentales (1926), el Monumento a la Guerra le acompañó también; pero el gobierno mexicano decidió que la Capilla de Cowdray merecía ser reconocida como “monumento nacional”, de manera que permanece en Tlaxpana en nuestros días, con un aspecto de digna firmeza pero desconsoladamente desperdiciado en un mar de humanidad y de tráfico incesante.

Probablemente, la siguiente institución británica en ser fundada oficialmente en México fue la Iglesia de Cristo, en 1871. Esta organización religiosa vivió varios años entre la indecisión y la lucha, portando varios nombres, diferentes ubicaciones e, incluso, denominaciones, antes de que se adoptara el título permanente de “La Iglesia de Cristo”, en 1885. Nueve años después, se celebró un memorable evento de recaudación de fondos que recibió el nombre de “Ye Olde English Fayre” (La Feria de los Viejos Ingleses, en español); y el proyecto de construcción tomaba vuelo. En 1895, la esposa del embajador británico, Mrs. Dering, colocó la primera piedra. Actualmente, cuando la Iglesia de Cristo está nuevamente en proceso de mudarse a una tranquila calle de las Lomas de Chapultepec, se requiere una viva imaginación para visualizar dicha ceremonia: la calle Artículo 123 fue la sede, y estaba en el perímetro de una ciudad que contenía alrededor de 200,000 habitantes. El gran Paseo de la Reforma era nuevo y espacioso, y los enclaves forasteros estaban concentrados al norte de ésta última, en lo que ahora son los barrios de Santa María la Ribera y San Rafael.

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Entre los muchos eventos memorables en la historia de la Iglesia de Cristo, uno de los más relevantes es el hecho de que, el 20 de mayo de 1910, el Presidente Porfirio Díaz y muchos de los ministros de su gabinete asistieron a un servicio religioso para conmemorar la muerte del Rey Eduardo VII. Lo anterior nos da un claro indicio de la cercana relación existente, en aquellos días pre-revolucionarios, entre el gobierno mexicano y la comunidad británica de este país.

Paralelo a su búsqueda de una carrera profesional, estaba el amor de los ingleses por el deporte: el remo ocupaba el primer lugar en la lista, seguido por el golf, el tenis, el rugby, el cricket y el fútbol soccer. El Club Atlético Reforma fue fundado en 1894 y es el más antiguo de muchos clubes deportivos. Su ubicación original era en la esquina de Paseo de la Reforma y Le Havre, muy cerca de lo que ahora es la Escuela Bancaria. Ahora, en su nueva ubicación que está a unos diez kilómetros hacia el noroeste, en el Estado de México, sigue permaneciendo muy activo en la vida de la comunidad. Mr. Marett describe al Club Reforma en los años treinta, pero señala que el Country Club de la ciudad de México es un “lugar mucho más grande”.[23]

El Club de Barcos fue organizado a principios de siglo, en el folclórico Xochimilco. Las competencias en contra de grupos de otras nacionalidades, particularmente de alemanes, proporcionó entretenimiento matutino en los domingos de al menos dos generaciones de Turners, Hamers y Phillips; y algunos de estos hombres de barcos, entrenados en Xochimilco, ganaron premios en Canadá e Inglaterra.

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Ningún resumen de eventos deportivos ingleses estaría completo sin la mención del polo y las carreras de caballos. En esta área, domina el nombre de Honey: Richard introdujo el pura sangre a México y fundó el Jockey Club, mientras que su hijo, Tom, y su nieto, Patrick, disfrutaron de un nivel considerable en ciclos internacionales de polo.

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Como esta obra pretende plantear un panorama general de las variadas facetas de la comunidad Británica en México, no es el sitio adecuado para analizar a detalle las numerosas instituciones inglesas en existencia, pero cada una de ellas merece una descripción completa en un futuro. La historia del American British Cowdray Hospital es rica en anécdotas. El Instituto Anglo-Mexicano ha realizado una enorme contribución. En 1893, los escoceses fundaron la St. Andrew´s Society (Sociedad de San Andrew, en español), que es mejor conocida por su fiesta de gala, Caledonian Ball, cada año. “La Sociedad Británica, fundada en 1915, fue la madre de la Sociedad de Benevolencia Británica, que continúa activa hasta nuestros días”. La Royal Society of St. George (Sociedad Real de San Jorge, en español) fue fundada en 1925 y la Ex-Servicemen´s Association (Asociación de Excombatientes, en español) data de 1922. Miss Evelyn Bourchier recibió el nombramiento de M.B.E. (“Member of the British Empire”, Miembro del Imperio Británico, en español) por organizar la primera compañía de “Guías Ingleses” en México, en 1930. Y los “Trail Rangers” era un grupo similar de jovencitos, entre nueve y catorce años de edad, fundado por Ronald Stech.

Ahora, damas de la comunidad británica, ¿con qué llenan sus días?. A pesar de que algunas de ustedes juegan tenis, ciertamente ninguna de ustedes sería bienvenida en la cancha de juego o en el campo de cricket. Se podría apostar, sin embargo, que, excluidas como debían estarlo del mundo masculino de la competencia atlética, sus hombres siempre estuvieron felices de verlas llegar con sus excelentemente aprovisionadas canastas de picnic, al final del juego. Ustedes deben haber preparado cientos de canastas de picnic durante todos esos años de encuentros de rugby en el Club Reforma, los sábados por la tarde y, los domingos en la mañana, en las competencias de remo en los canales de Xochimilco. ¿Y en qué más ocupaban su tiempo?.

El bridge, el mah-jong y, ocasionalmente, el póquer, proporcionaron a las mujeres de la comunidad la necesaria distracción de sus muchas horas de trabajo en el bazar de la Iglesia de Cristo, por no hablar de las campañas de recaudación de fondos para los “Hogares del Dr. Bernardo” en Inglaterra, un proyecto filantrópico para los huérfanos de guerra. La enorme cantidad de organizaciones que surgieron en México durante las dos Guerras Mundiales es un impresionante testimonio de las contribuciones de la comunidad británica, en su esfuerzo por subsanar los terrores de la guerra.

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Generalmente, los hogares británicos en la Ciudad de México eran lo que se conoce como mansiones. Y contaban con el personal adecuado: diez o doce sirvientes no eran inusuales después de la Primera Guerra Mundial. Incluso en los años treinta, un hogar contaba con un cocinero, una criada del primer piso, una criada de la planta baja, una lavandera, una “nana”, tal vez una institutriz, podía haber una mujer dedicada a la costura, un chófer, un jardinero y, generalmente, un chico que realizara todas las demás tareas, como pulir las botas y abrillantar el bronce. La coordinación de dicho personal debe haber consumido mucho tiempo, por decir lo menos, tomando especial consideración en los altos niveles de mantenimiento de casas por los que los ingleses son famosos. A partir de algunas fotografías, es obvio que la decoración de estos palaciegos hogares era elegante y victoriana, incluso durante muchos años después de que la moda ya había pasado en Inglaterra. Los juegos de porcelana, la cubertería de lata pulida, los objets d´art, los manteles, la caoba inmaculadamente encerada, las vitrinas perfectamente organizadas, todo esto nos habla de un estilo de vida lujoso que, sin embargo, implicaba una orquestación alerta del ama de casa.

Una mirada a las fotografías de los atuendos, tanto de hombres como mujeres, al cambio de siglo, impresionaría al observador; primero, por la elegancia de los trajes y, segundo, por la dificultad que atravesaban las mujeres si deseaban mantenerse a la última moda. La Cuidad de México era conocida por ser una sociedad formal. Aprendamos de nuevo de los escritos de Mrs. Tweedie, una aguda observadora, en 1900:

“Estaba lloviendo a cántaros, en una terriblemente fría noche de viento, cuando llegué por vez primera a la Ciudad de México y, para hacer mayor la miseria, gran parte de mi equipaje fue hurtado. Basta decir que nunca lo recuperé. Un hombre que llega a Londres o a París sin su impermeable, o incluso sin una capa para cubrir sus ropas, se sentiría un poco infeliz; ¡qué sucede, entonces, con una mujer, que ha perdido sus mejores vestidos y todos sus guantes, que llega a mostrar reverencia al París del Hemisferio Oeste, sin nada, excepto abrigos y faldas y capas de algodón!”[24]

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Incluso Mr. Marett, que llegó a la Ciudad de México a principios de los años treinta, después de un largo día a bordo de un tren y con mucho calor, escribe:

“Finalmente, estábamos llegando realmente al Valle de México...Yo fui recibida en un confortable hogar inglés...una vez que me hube puesto un saco de tarde...” [25]

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Las diversiones no tenían fin. En este “pequeño y cerrado enclave de familias británicas”, que para entonces vivían en las colonias Roma, Juárez y Condesa, las damas emulaban en decoro a sus contrapartes en Inglaterra. De rigueur, existían las tarjetas de llamada grabadas, que anunciaban los días de la semana en que  la dama de la mansión se encontraba “en casa”. En general, la sociedad estaba muy estructurada pero, probablemente, ningún otro aspecto era tan cuidadosamente organizado como el ritual de la hora del té entre las damas, a lo largo de tres generaciones.

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Una fuente principal de convivencia social ocurría a manera de “Llamadas de Cortesía” de la Marina Británica. Con la llegada de uno de los barcos de Su Majestad al puerto de Veracruz o Acapulco, un gran número de miembros de la comunidad abordaba trenes con el fin de dar la bienvenida a México a la tripulación. Se prodigaban fiestas de cóctel y bailes a bordo de los barcos y, con frecuencia, los oficiales navales acudían a la Ciudad de México, en donde recibían trato de realeza en el Club Atlético Reforma. Sin duda, estas visitas ejercían una favorable influencia en las relaciones diplomáticas anglo-mexicanas durante la era post-revolucionaria, época en que las condiciones entre los dos países con frecuencia se tensaban al punto de rompimiento.

Adicionalmente a la grandeza y formalidad urbanas, muchas familias británicas tenían un segundo hogar, generalmente en Cuernavaca. Era aquí en donde los familiares y amigos de Inglaterra se quedaban a pasar una noche o más, cautivados por el clima y la belleza tropical del lugar, y disfrutaban de un estilo de vida al cual sólo unos pocos estaban acostumbrados en la Inglaterra posterior a la Primera Guerra Mundial. La jardinería jugó un importante papel en este espléndido estilo de vida, tanto como la literatura, la música y las demás bellas artes.

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Lo anterior es casi el final de esta muy amplia disertación acerca de quiénes fueron los ingleses que llegaron a México, por qué vinieron, qué hicieron, cuándo llegaron y cómo vivían en estas regiones extranjeras. Se podrían llenar muchos volúmenes con descripciones detalladas de cada uno de los aspectos de este fabuloso capítulo de la historia de México. Hasta la fecha, probablemente se han realizado más investigaciones sobre la presencia británica en la minería mexicana que en cualquier otro de los múltiples temas en los que han estado presentes y a los que solamente hemos tocado muy ligeramente en las páginas previas.

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Las variadas y frecuentemente conflictivas actitudes existentes, en referencia a las relaciones entre los ingleses y los mexicanos, resultan tan fascinantes como la información de hechos por investigar. Algunos ejemplos de lo anterior pueden servir para ilustrar este punto y para estimular una reflexión posterior, que podría ser útil para futuros propósitos.

Mrs. Alec Tweedie solamente vino a México de visita, no para radicar en este país. Sin embargo, es suyo un punto de vista muy británico, expresado en el año de 1900:

“...después de casi nueve meses en el territorio (es decir, México), estoy completamente convencida de dos cosas. La primera, de que todavía no es el lugar al que un trabajador regular debe emigrar con su familia; los salarios son muy bajos, a pesar de que nunca hay una provisión suficiente de hombres para la demanda de trabajo. En segundo lugar, esta nación es un buen campo para el artesano comprometido, entendiendo que primero trabaje en alguna posición menor, en donde pueda aprender el lenguaje y las costumbres del país, antes de traer consigo a su esposa e hijos. Los chefs franceses, cocheros y carniceros ingleses y cuidadoras de niños británicas encuentran empleo rápidamente y con buenos salarios;  mientras que, de un extremo a otro de la República, los chóferes, guardias y guardafrenos son, casi siempre, de habla inglesa.

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“Por lo que se refiere al grupo de una clase mejor, debo mencionar que México no es el lugar adecuado para un joven débil, inclinado a la bebida o al juego de cartas. El país y el clima sólo serían perjudiciales para él; pero, para cualquier persona con una mente hábil en los negocios y algún tipo de capacitación, existen interminables oportunidades. Al mismo tiempo, me he encontrado con tristes situaciones de jóvenes inexpertos que llegan con unas pocas libras y quienes, esperando acumular una fortuna inmediata, han sido embaucados y han perdido su escaso dinero...”[26]

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La actitud de Mrs. Tweedie hacia los indígenas mexicanos es inusual:

“...pero supongo que la sangre indígena debe ser delgada y pobre, pues nunca he estrechado la mano de algún indígena que se haya sentido cálida – siempre parecen ser frías y pegajosas. Me imagino que hay algo casi misterioso en ellos –como una serpiente o un pez- a pesar de que es bello su aspecto e imponente su porte.”[27]

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Rosa King sobrevivió la Revolución, a pesar de haber perdido la mayoría de sus bienes terrenales en el proceso. He aquí lo que dice en sus memorias, publicadas en 1938:

“Sigo siendo una extranjera, una inglesa. Pero, después de los sufrimientos que he compartido con la gente de mi ciudad (Cuernavaca), no puedo ser una forastera para los mexicanos. Sin importar lo que suceda, yo estoy de su lado. Lo que sea para su bien es lo que deseo.”[28]

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Robert Marett aporta lo siguiente, también escrito en los años treinta, acerca de la Cuernavaca de Mrs. King:

“Cuernavaca es una entrañable y antigua ciudad colonial...muchos de los extranjeros de bien han comprado propiedades allá...tanto ha acaparado el extranjero que es raro encontrar mexicanos de cualquier clase”. [29]

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¡Ah! Pero Mrs. King, obviamente, tiene un punto de vista distinto acerca de la influencia inglesa en México:

“En aquellos tiempos murió mi casero, el Gobernador Alarcón, y don Pablo Escandón fue nombrado su sucesor. Don Pablo, como muchos otros de los caballeros de la época, había sido educado en el colegio Jesuita de Stonyhurst, Inglaterra y, con frecuencia, llegaba por las tardes a tomar una taza de té (en el Hotel Bella Vista de Mrs. King). Hablábamos acerca de nuestros días como escolares en Inglaterra y de las ciudades que ambos conocíamos. Como muchos de su clase, Don Pablo se sentía más en casa en Europa que en México; a pesar de amar su tierra natal, sentía que era un poco salvaje; y los nuevos y amplios bulevares, los muchos parques y los magníficos edificios públicos que estaban siendo construidos en la Ciudad de México eran fuente de gran satisfacción para él”. [30]

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Otro visitante de México, específicamente de Cuernavaca, durante los años treinta, admite un “ligero sobresalto” cuando descubrió que “H.E., el Embajador Británico, mantenía vacía su alberca, ¡por miedo de que su perro bebiera de ella!”[31]

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Una cuidadosa observación casual a los viejos álbumes de fotos de la comunidad británica en la ciudad de México, revela un alto grado de exclusividad en materia de decoración de casas. Incluso considerando la falta general de interés, hace cincuenta años, en campos tan populares como la antropología y la “artesanía”, es inevitable sorprenderse al encontrar, por ejemplo, una pequeña estera mexicana sobre una mesa, en una foto – la única evidencia visible de productos locales en, tal vez, mil fotos.

 

Actualmente, en 1987, uno puede escuchar los ocasionales lamentos de los mayores, lamentando la situación social: “Mis nietos y nietas se relacionan mexicanos todo el tiempo. Me doy cuenta, sin embargo, que no se hacen acompañar de ellos a casa con frecuencia”.

 

Como defensa a la frecuente acusación de ser elitista, el británico de clase alta puede tener un punto de vista legítimo al señalar que, por el contrario, fue la alta sociedad mexicana, con su exclusividad, la que lo ha forzado a permanecer estrechamente circunscrito en sus relaciones sociales. “Ninguna de las encumbradas y aristocráticas familias mexicanas hubiera permitido que una de sus hijas se casara con un británico, sin importar que perteneciese al mismo nivel económico y social: Esto hubiera significado la posibilidad de perder una hija, si su esposo decidiera volver a Inglaterra – y, desde luego, también estaba siempre presente el problema de la religión, pues muy pocos británicos eran tan fervientes en su fe como lo eran los católicos mexicanos”.

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Hasta aquí dejaremos el asunto, sin resolver y probablemente descubramos que no tiene solución. Todo británico que alguna vez ha venido a México, indudablemente ha tenido una reacción y una actitud distinta ante esta nación pero, seguramente, no es exagerado decir que, en general, la respuesta de los ingleses a México ha sido positiva.

 

 

NOTA DE LA AUTORA (EN EL TEXTO ORIGINAL): Como estoy escribiendo en inglés, he omitido el acento de la palabra “Mexico”. Sin embargo, cuando se trata de la ortografía de los nombres de ciertas ciudades mexicanas, como “San Luis Potosí”, la omisión del acento sería un tremendo error. Algunas personas consideran inconsistente esta decisión. Me disculpo con ellas.

VGY

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[1] Mayer, William. Early Travellers in Mexico, 1534-1816. México D.F. 1961

[2] Conway, George. An Englishman and the Inquisition, 1556-1560. México D.F. 1927.

[3] One Hundred and Fifty Years of Business in Mexico of Watson, Phillips & Co. Sucs, S.A. 1974

[4] Calderón de la Barca, Frances. Life in Mexico. J.M. Dent & Sons Ltd. Londres, 1843. página 27.

[5] Ibid. Página 38.

[6] Everheart, Mrs. E.W. (compilador). Pachuca´s Choice Recipes. “Cornish Pasties”, Minnie Stribley. Página 15.

[7] Todd, A.C. The Search of Silver. Cornish Miners in Mexico.

[8] Ward, Henry G. México 1826-7.

[9] Op Cit. Todd. Páginas 161-163.

[10] Ibid. Página 170.

[11] Op Cit. Calderón de la Barca. Página 172.

[12] Tweedie, Mrs. Alec. Mexico as I Saw It. Thomas Nelson & Sons. Londres, 1911. Página 273.

[13] Ibid. Página 32.

[14] Marett, R.H.K. An Eye –Witness of Mexico. Oxford University Press. Londres, 1939. Página 188.

[15] Ibid. Páginas 225-229.

[16] Ibid.

[17] Young, Desmond. Member for Mexico. Cassell & Co. Ltd. Londres, 1966. Página 91.

[18] Ibid. Página 92.

[19] Ibid. Página 110.

[20] Op. Cit. Tweedie. Página 430.

[21] Aguilar, Sylvia Bell de. Bell. México D.F., 1984.

[22]  King, Rosa E. Tempest Over Mexico. Little, Brown and Co. Boston 1938

[23] Op Cit. Marret. Páginas 24-25.

[24] Op. Cit. Tweedie. Página 108.

[25] Op. Cit. Marret. Páginas 18-19

[26] Op. Cit. Tweedie. Páginas 244-245.

[27] Ibid. Página 412.

[28] Op. Cit. King. Página 311.

[29] Op. Cit. Marett. Página 30.

[30] Op. Cit. King. Páginas 33-34

[31] Op. Cit. Young. Página 33.

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