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Número 2: Un Quinteto Inverosímil

Introducción

 

A principios de este año, tuve el privilegio de dirigir una breve charla a un grupo de mujeres que recientemente habían llegado de Inglaterra, mujeres que vivirían en la Ciudad de México durante los próximos años, pues sus esposos estarían trabajando aquí representando compañías británicas. Como conductora, de inmediato me di cuenta que mi audiencia era totalmente inocente de cualquier conocimiento acerca del glorioso pasado de la comunidad británica en México, que era el tema de mi discurso.

Otra reciente experiencia fue suficiente para convencerme de que existe una necesidad real de la divulgación de información al respecto, si va a ser apreciada la riqueza del tema. En una reunión de la directiva de la British and Commonwealth Society, el presidente anunció los planes para un “peregrinaje” a Pachuca. Esa palabra, “peregrinaje”, con su fuerte connotación, aparentemente tomó por sorpresa a todos los presentes, “pero, ¿por qué a Pachuca?”, dijeron, con las cejas levantadas. De los, tal vez, doce miembros de la directiva, creo que había tres que reconocieron Pachuca (en combinación con Real del Monte) como la mayor concentración de ingleses que llegaron a este país, con excepción de la ciudad de México. Miles de miles de ingleses fueron empleados en aquella región durante un período de más de cien años, aproximadamente entre 1827 y 1927. Y, de esos mineros, el mayor número provino de Cornwall.

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¿Cómo es posible que exista tal vacío de conocimiento acerca de la contribución británica en el desarrollo de México? El primer factor en mente es el de la modestia británica. Muchas veces, al conversar al respecto en grupo, ha sucedido que, sin duda, algunas de las personas muestran una ligera sorpresa de que no se haya realizado un registro formal de la presencia de los ingleses en México. Pero esta momentánea sorpresa no podría llamarse “estupefacción” ni nada medianamente tan emocional como el pesar. No, la actitud se refleja un poco más con las palabras “Ah, sí, bien, así que tú lo sabes, de manera que continuemos...” A veces, incluso me parece que se requiere de un norteamericano (o, al menos, de un no-británico) para darse cuenta del gran valor del empeño británico en esta nación, y que lo publique.

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Otra razón de la escasez de conocimiento acerca de la actividad inglesa aquí, indudablemente se origina con un abuso, común para todos los países de todas las épocas: la distorsión de la historia en atención a algún interés nacional. Ningún gobierno parece ser inmune a esta maquiavélica práctica de manipular los hechos históricos a favor de un “propósito mayor”, ya sea la unidad nacional o cualquier otro. A finales del porfiriato, que había proporcionado treinta años de paz y prosperidad para unos pocos afortunados, y entre ellos se incluyen las comunidades extranjeras, resultó de suma importancia, para los gobiernos sucesivos, cambiar rápidamente la imagen porfiriana. Este procedimiento fue rápidamente implementado durante la Revolución que, literalmente, barrió una gran parte de la historia de México, incluyendo trescientos años de posesión española y cien años de lucha hacia la madurez política. La era pre-hispánica fue glorificada; el concepto de Rousseau de “le bon sauvage” se hizo glamoroso y se realizaron toda clase de esfuerzos por convencer a la población nativa de que su herencia era exclusivamente indígena. No es necesario decir que no había lugar en este nuevo régimen para incluso mencionar a los ingleses, sus vías férreas y puertos, sus minas y sus fábricas. De esta manera, en una sola generación, el conocimiento sobre estos logros simplemente se dejó morir.

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Sin embargo, el interés sobre el tema puede revivirse. Son dignos de atención los anglófilos que forman parte de la sociedad mexicana. Sólo desde el punto de vista de la veracidad histórica, este capítulo de la historia mexicana merece su resurrección. Con la profunda esperanza de generar un nuevo interés, recomendaré varias acciones:

Leer. Una “Bibliografía Selecta”, citada en este ensayo y completa, sin lugar a dudas puede servir como guía para información de antecedentes y tema general que sirva como base para un conocimiento más específico acerca de cualquier asunto de interés particular.

 

Escuchar. Contactar a los miembros más antiguos de la comunidad británica, hacer una cita para visitarlos, pues ellos son justamente quienes hicieron parte de esa historia que estamos recordando. De acuerdo con un dicho anónimo, “cuando un anciano muere, es como el incendio de una biblioteca”.

 

Visitar lugares. Estos lugares no tienen que ser centros específicos de la actividad británica, como una embajada. Dentro de la Ciudad de México y de toda la República Mexicana, existen áreas que vale la pena investigar por su valor histórico intrínseco, además de su importante papel dentro de la historia de los británicos. La Colonia Roma, por ejemplo, es una de estas interesantes áreas.

 

Es seguro que, mientras más conocemos acerca de un lugar, más nos sentimos atados a él. Y mientras más sabemos acerca de un tema, más interés desarrollamos al respecto.

Virginia G. Young.

UN QUINTETO INVEROSÍMIL

 

Miembros en orden de aparición:

I.- Presidente Porfirio Díaz

II.- Sir Weetman Pearson

III.- Mr. John Body

IV.- Mr. Job Hamer

V.- Mrs. Mary Body (Hamer, de soltera)

 

I.- Porfirio Díaz: Soldado, hombre de estado, dictador, político, necesariamente es un personaje histórico controvertido. Pero dentro de la comunidad británica durante su reinado, Don Porfirio era un héroe, “universalmente amado y admirado por todos”. Su biografía, durante sus primeros cuarenta años de vida, nos proporciona un pequeño indicativo del poder y la gloria que sería durante los últimos cuarenta años. Nacido en Oaxaca en 1830, fue alumno del Instituto Oaxaca, en donde estudió un currículum clásico con toda la expectativa de realizar una carrera en leyes. Sin embargo, cuando los Estados Unidos entraron en guerra con México, el joven Porfirio se unió a la guardia Nacional y permaneció en el ejército hasta 1853, cuando Antonio López de Santa Anna ocupó el lugar de dictador virtual. Retomó su demorada carrera de leyes pero, entre su inclinación hacia la milicia y su atracción por la política, Porfirio laboró algún tiempo como abogado.

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El desorden era la situación de México durante la década de 1850: En la búsqueda del país por una estabilidad política, se vivió revolución tras revolución, después de tres siglos de dominio español. Finalmente, cuando otro oaxaqueño de nombre Benito Juárez apareció en la escena, bajo el estandarte del Partido Liberal, Díaz unió sus fuerzas con él y ganó un escaño en el Congreso en 1861.

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La invasión francesa a México, en 1862, fue el acontecimiento que dio al General Porfirio Díaz su primer gran éxito. Dos veces fue tomado prisionero y  dos veces escapó dramáticamente. Su talento como comandante militar se hizo evidente cuando figuró prominentemente en la toma de Puebla. Posteriormente, marchó hacia la Ciudad de México, que se dio por vencida ante él el 20 de junio de 1867, un día después de que el Emperador Maximiliano de Habsburgo había sido ejecutado en Querétaro. La República Mexicana fue reinstaurada después de un interludio de cuarenta años de régimen extranjero.

En este punto, Porfirio Días sobreestimó su poder político y falló en dos intentos por ocupar la silla presidencial. Sólo después de la muerte de Juárez, Díaz pudo finalmente expulsar al presidente impuesto, Lerdo de Tejada, y obtener el poder para él. En 1877, fue debidamente electo presidente pero, como había sido uno de los principales en proponer el Plan de Tuxtepec, que prohibía la re-elección, Díaz permitió que el General Manuel González tomara las riendas del gobierno en 1880. Durante este período, Don Porfirio consolidó su poder a partir de su postura dual de Jefe de justicia en la Suprema Corte y Gobernador de Oaxaca, su estado natal.

 

Las elecciones de 1884 pusieron fin a su fachada democrática. El Plan de Tuxtepec fue abolido; Porfirio Díaz continuó gobernando México, sin interrupciones, hasta 1911, cuando fue obligado a renunciar por la oposición, encabezada por Francisco I. Madero. Díaz ya tenía alrededor de ochenta años, estaba enfermo y profundamente triste por marchar al exilio. Partió de México en secreto, bajo la protección de la noche, con su esposa Carmen, su hijo, sus numerosos nietos y un discreto séquito. A bordo del barco alemán “Ypiranga”, Díaz navegó desde la bahía de Veracruz para nunca volver a su patria. Vivió en París hasta su muerte, cuatro años después, el 2 de julio de 1915.

 

Estos son los hechos llanos y “enciclopédicos” de la vida del más famoso dictador de México. Por sí mismos, no proporcionan clave alguna acerca de la extrema popularidad de este hombre entre las comunidades extranjeras en México, principalmente entre los británicos. Su popularidad entre dicha comunidad le hace merecedor de formar parte de este “quinteto inverosímil”.

Durante los años del gobierno de Don Porfirio, sólo bastaba un poco de conocimiento político para darse cuenta de la amenaza que significaba la proximidad con un vecino tan poderoso como los Estados Unidos. De esta manera, debe decirse que un punto clave en la política exterior porfiriana era motivar la influencia europea en México, para lograr un contrapeso en la inevitable presencia y presión de los negocios norteamericanos. Además, el orgullo mexicano había sido herido por “los ultrajes en contra de los mexicanos, en un territorio que había sido suyo anteriormente”[1]; “el vuelo hacia el sur del águila norteamericana” era una posibilidad siempre presente y la tensión se hacía cada vez más grave por la negativa de Washington de otorgar el reconocimiento oficial al Presidente Díaz.

 

En el año de 1900, México contaba con una población total de un poco más 13 y medio millones de personas. El número de extranjeros residentes en México, en aquella época, era de 57,082.[2] Más de la mitad de este total se componía de españoles y norteamericanos. La comunidad francesa constaba de 4 mil miembros al iniciar el nuevo siglo; los británicos eran cerca de 3 mil; los alemanes e italianos sumaban aproximadamente 2,500, un poco menos que la suma de residentes chinos y japoneses. Todas estas estadísticas crecieron considerablemente durante la siguiente década, bajo la influencia de don Porfirio, quien gobernó durante lo que muchos consideran como el “Período Augustino Mexicano”.[3]

Un observador, escribiendo sus impresiones de México a principios de la década de 1880, categoriza las diversas nacionalidades de la siguiente manera:

“...a pesar de que el elemento extranjero es numéricamente incontable, su influencia es importante. Francia ocupa el primer lugar; posteriormente, en orden, Alemania, Italia, España, Norteamérica , Inglaterra, suiza y Austria. Los residentes ingleses se dedican a los asuntos bancarios y monetarios y parecen estarlo haciendo bien. Francia complace a las damas, las tiendas para su diversión y ornamentos, con nombres franceses en la entrada. Los alemanes parecen monopolizar la venta de todas las demás materias primas europeas, con excepción de las armas y los artículos de acero, que siempre se promueven como norteamericanos.”[4]

 

Este no es el momento ni el lugar para discutir acerca de los méritos de Porfirio Díaz, dictador de México; se han dedicado muchos volúmenes al respecto. Pero, ya que este ensayo está dedicado a la interacción del líder mexicano con muchos británicos contemporáneos, probablemente sería útil tener una idea de cómo los ingleses percibían al poderoso gobernante al llegar el nuevo siglo.

 

“Que Porfirio Díaz fue el hombre más importante del siglo XIX puede parecer una declaración fuerte, pero una mirada, incluso tan somera como debe ser, probaría el hecho...”[5]

 

“El Presidente, General Díaz, es un gran Dictador, quien comenzó su carrera como revolucionario. Sin embargo, el día en que su maravilloso potentado – el mayor y más sabio tirano de los tiempos modernos, de cuya compañía fui afortunado de formar parte – toma su voto de elección, todos los sujetos en cada ciudad lo celebran”[6].

 

Las dos citas anteriores fueron tomadas de un libro escrito por Mrs. Alec Tweedie, tal vez la más entusiasta de los viajeros ingleses. Ella visitó la mayor parte de la República en el año de 1900, desde las aisladas rancherías de Chihuahua, en el norte, hasta el Istmo de Tehuantepec, en el extremo sur. En 1905, Mrs. Tweedie publicó una biografía titulada Porfirio Díaz, Seven Times President of México (Porfirio Díaz, Siete Veces Presidente de México).

 

La exuberancia de Mrs. Tweedie no estaba solamente limitada al presidente, sino que también se extendía a la Sra. Díaz:

“Madam Díaz estaba esperándonos. Ella es perfectamente adorable. Alta y morena, ella es extremadamente bella, con suaves maneras y graciosos gestos, ella se gana todos los corazones, además del hecho de que “Carmelita”, como es universalmente conocida, habiendo sido educada por una institutriz inglesa, habla nuestro idioma tan fluidamente como el francés. Ella es la segunda esposa del Presidente...”

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“Su salón de pintura, decorado al estilo francés, era hermoso y exquisito y, su bienvenida, fue aún más cordial y llena de gracia. Cuando llegué a conocerla mejor, encontré en ella a una mujer encantadora, con las maneras de un diplomático, el estilo más gracioso de decir frases placenteras; había leído buenos libros y estaba profundamente interesada en muchos temas...”[7]

Mrs. Tweedie volverá pronto con más descripciones, pero otra mujer inglesa, residente de México por largo tiempo, merece ser escuchada acerca del tema de Don Porfirio. Ella es Rosa E. King, propietaria del reconocido Hotel Bella Vista en Cuernavaca y autora de Tempest Over México (Tempestad sobre México), un libro muy recomendable sobre la Revolución.

“Bajo el mandato de Porfirio Díaz, los extranjeros podían hacer tanto dinero que los precios no eran importantes para ellos, y la reputación del país por su exótica belleza y perfecta seguridad al viajar atrajo tanto a turistas como a vacacionistas de invierno, que gozaban de riqueza y relevancia en sus propios países”[8]

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Incluso, otro visitante de México, Percy F. Martín, publicó una obra de dos volúmenes en 1907. Gran parte de lo que descubrió acerca de esta nación le llegó como revelación a Mr. Martín. En su prefacio, escribe:

“Mucho me temo que, hasta el momento, México ha estado entre los países poco conocidos del mundo...comúnmente de le describe como una ´República Sudamericana´, cuando su posición es en América de Norte; como ´país peligroso´ en el cual viajar, a pesar de ser tan seguro como Norteamérica o Gran Bretaña en lo que a inmunidad de asaltos personales y robos se refiere; como ´lugar riesgoso para las inversiones´, mientras que las estadísticas prueban que existe una gran solidaridad entre los bancos y las instituciones similares, y mucha más honestidad entre la gente de la que puede encontrarse en cualquier nación del Viejo Mundo”[9]

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Unas cuantas descripciones de la Ciudad de México, hechas por extranjeros y particularmente ingleses, pueden dar una idea del panorama existente para los pocos privilegiados durante la “Pax Porfiriana”. Thomas U. Brocklehurst escribió lo que es “tal vez, el libro más valioso del período general – un libro excelente y muy informativo”.[10] En 1883, él hace las siguientes observaciones al azar acerca de la  Ciudad de México, que contaba con una población de aproximadamente 300 mil habitantes en aquel año:

“La vida y la propiedad son perfectamente seguras...los policías están a cerca de 100 yardas uno de otro, por toda la ciudad, están bien uniformados y se les paga $1 (sic) al día. Aparentemente no se mueven de sus puestos y, por la noche, colocan una lámpara en el suelo, en el centro de la calle, para indicar sus posiciones. Estas lámparas tienen un curioso efecto...los conductores de vehículos están sujetos a fuertes multas por molestarlos.

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“La gente se mueve de manera educada, sin chocar o amotinarse. Las damas y los niños pueden volver de los teatros, cafés o del zócalo a altas horas de la noche sin que nadie los moleste, y sin ofensas como las que cruzan los caminos de Londres...”[11]

Mr. Brocklehurst no es la excepción en la larga lista de visitantes extranjeros a la Ciudad de México, que intentaron describir ampliamente la belleza del Valle:

“Desde cualquier punto de vista en que se observe la ciudad, ya sea desde la cima de las torres de Catedral, la colina de Guadalupe, la pórfida roca en la cúspide en donde se asienta el Castillo de Chapultepec o las distantes montañas del Ajusco, es tan bella como Humboldt la había descrito. Sus domos y torres me recuerdan a Florencia pero, en lugar del Arno, el amplio y platinado lago de Texcoco lava su extremo Este. En el tiempo de la conquista, era la Venecia del Oeste...”[12]

De acuerdo con nuestro meticuloso informante Mr. Brocklehurst, en el año de 1881 había doce periódicos científicos publicados en la Ciudad de México, además de 25 políticos, 4 religiosos y 3 literarios. Muchos de los periódicos políticos se editaban diariamente, “siendo el tipo y el papel bastante buenos”. Todos periódicos anteriormente mencionados se imprimían en español, con excepción de un diario llamado Two Republics (Dos Repúblicas), que se elaboraba en inglés, y otros dos más, publicados en francés.[13]

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Don Porfirio no perdió tiempo en mejorar la apariencia física de su ciudad capital. Mientras que la calle de San Francisco, que se prolongaba desde Plateros, era reconocida como la más atractiva y moderna de la ciudad, en 1881, “la nueva calle de 5 de Mayo está parcialmente en construcción; será una noble calle cuando la terminen, con una avenida de árboles alineados a toda su longitud…”[14]

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A pesar de que había numerosos hoteles en aquella época, incluyendo el Hotel Iturbide y el Gillow, los visitantes extranjeros a México no estaban de acuerdo en lo referente a la calidad de estos establecimientos, como se hará evidente en las siguientes declaraciones. El Café Concordia, sin embargo, era el restaurante favorito, nombrado el “Durand de París, el Delmónico de Nueva York”[15], ofreciendo una maravillosa vista de la vida en las calles de la Ciudad de México, desde su esquina de San Francisco y lo que actualmente es Isabel la Católica. El “Concordia” ha sido un punto de encuentro favorito entre los oficiales franceses y austriacos durante el interludio de Maximiliano. Entre los modernos puntos de reunión, “El Globo” también debe mencionarse como un salón de té muy frecuentado, originalmente ubicado en la calle de Bucareli.

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¿Era la porfiriana Ciudad de México una réplica de París o no lo era? Este parece haber sido un tema muy popular de discusión entre los primeros visitantes extranjeros. Brocklehurst fue el primero en poner el tema sobre la mesa al escribir acerca de que las tiendas en San Francisco tenían una “gallarda apariencia parisina, no de los establecimientos palaciegos de los bulevares, sino de aquellas calles de tercera clase de París”[16] Mrs. Tweedie tiene algo más qué decir al respecto:

“La Ciudad de México ha sido comparada con París y, en muchos aspectos, la comparación es buena. No es tan bulliciosa como Nueva York ni tan aburrida como Londres. Ahí está la sociedad más encumbrada, los más inteligentes hombres de levita, las mujeres más bellas, pero los restaurantes son indiferentes y los hoteles, peor. Alta civilización, gran refinamiento, belleza y talento pueden encontrarse en la Capital, aunque el barbarismo existe afuera de ella.

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Existe gran riqueza en la ciudad, residencias como palacios en donde sus ocupantes ni siquiera disfrutan del lujo de un deseo”

“La sociedad mexicana es muy exclusiva. Las familias están maravillosamente unidas y pasan juntas la mayor parte del tiempo, a decir de las mujeres, pues los hombres siempre encuentran la manera de escabullirse al Jockey Club para jugar baccarat, que comienza a las cinco de cada tarde y no siempre termina para las cinco de la siguiente mañana.”[17]

Si Mrs. Tweedie era la más entusiasta visitante de México durante el cambio de siglo, es seguro que Mr. Charles Flandrau era el más expresivo. Escribiendo ocho años después que Mrs. Tweedie, él nos comparte lo siguiente, con referencia a un posible parecido con París:

“Ya me he cansado de leer en las revistas que ´la Ciudad de México se parece un poco a París´; pero me he hartado mucho más de la gente que también lo ha leído y repetido, como si hubieran descubierto la comparación sin ayuda, particularmente porque la Ciudad de México no parece, en absoluto, una réplica de París. No se parece a absolutamente nada en el mundo, salvo a sí misma...

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“Después de la selva y los pequeños lugares, la ciudad me impresionó, al llegar de noche, por ser maravillosamente brillante. Había calles asfaltadas, aparadores iluminados de tiendas, enormes tranvías eléctricos, el invitante resplandor de las entradas de los teatros, un frenético movimiento de carruajes y automóviles y oleadas de gente en una extraña urgencia, no mexicana. Los ruidos y las luces eran los ruidos y las luces de una metrópoli...”[18]

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A pesar de pertenecer a frentes distintos en cuando a la similitud con París, Mr. Frandrau y Mrs. Tweedie coinciden en dos conceptos – la pobre calidad de los hoteles en la Ciudad de México y las...¡ALMOHADAS! Mrs. Tweedie ya ha expresado su opinión acerca de los hoteles; escuchemos lo que Mr. Flandrau dice, en su inimitable estilo:

“No hay hoteles (en la Ciudad de México) que tomen en consideración, en grado mínimo, las necesidades, los antojos, las horas caprichosas, las interminables exigencias de los enfermos; y de nadie cuyo bienestar dependa de habitaciones cálidas, buena leche, quietud...o sobre todo o lo mínimo de las caras bondades de la civilización moderna, que han pospuesto indefinidamente su visita”.[19]

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Y ahora, lo que se refiere a las almohadas porfirianas, en cuyo recuerdo se exceden nuestros visitantes extranjeros. Primero, Mrs. Tweedie:

“Y luego las almohadas - ¡ah! Esas almohadas son para recordarse. No son de plumón, ni siquiera de plumas, o de pelo de caballo, o agujas de pino – son lana sólida. Sólo simples y gordas borlas de lana. Puedes pararte en ellas y no se aplastan; puedes jugar fútbol con ellas, no es necesario el rebote; permanecen tan duras y firmes al final de la temporada como estaban al principio de la misma.”[20]

A esta opinión, Mr. Flandrau expresa un sonoro ¡amén!

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“Muy pocas camas en México han conocido el sibarita lujo de las almohadas de pluma. La almohada nacional es un artefacto angosto, largo, incómodo, apretadamente confeccionado con pelo o algún material mucho menos manejable”.[21]

(Si el lector siente que se ha invertido un injustificable número de palabras en este relativamente insignificante tema de las almohadas durante el porfiriato, debe explicarse que, después de haber leído cientos de miles de palabras de adulación a las virtudes de Don Porfirio y su Época Dorada, es un alivio para la autora leer un poco de comentarios negativos, como las almohadas y, por lo tanto, merecen ser incluidos).

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Con el fin de terminar con notas altas, muy merecidas por el primer miembro de nuestro quinteto, Mr. Flandrau describirá una escena de la Ciudad de México como le pareció a él, justo tres años antes de la caída del Presidente Díaz.

“La banda en la Alameda es grande y muy buena, tan grande y buena, de hecho, que, más tarde, a las cuatro o cinco de la tarde, cuando uno se incorpora al creciente tránsito de carruajes, taxis y automóviles en el Paseo, uno se sorprende al descubrir muchas otras, mayores y mejores, tocando en las magníficas glorietas circulares a lo largo del paseo de Chapultepec. Al extremo final del parque del Paseo hay todavía una más y no sé si en realidad toca con más flexibilidad, sentimiento y gusto que las bandas que he escuchado en otros países, o tal vez la romántica belleza de la situación – la oscura enramada de cipreses, la escarpada pendiente de rocas, literalmente salpicada de flores, desde donde el castillo sonríe a la multitud (éste pertenece a la familia de castillos sonrientes, no ceñudos), el destello del lago a través de los añosos árboles, el feliz compromiso entre lo salvaje y lo cultivado – deja sin habla, transmuta el bronce en oro, no lo sé. El Paseo, iniciado durante la intervención francesa, es una de las avenidas más nobles y, con la Alameda en un extremo y los jardines de Chapultepec en el otro, es tanto para la Ciudad de México que vale la pena vivir la vida aquí.”[22]

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Han pasado ya ochenta años. Incluso con la ventaja que significa saber lo que debió haberse hecho, que ahora nos pertenece, parece casi imposible comprender cómo pudieron los británicos ser tan miopes con respecto de las duraderas cualidades del liderazgo porfiriano. Tampoco se debe suponer que los anglosajones tenían la exclusiva en esta falta de visión. Percy F. Martin, tan inteligente y observador en general, hizo algunas absurdas y erróneas predicciones a las alturas de 1907, cuando el rugido de la revolución debe haber sido audible tanto en el norte como en el sur. Uno está tentado a creer que, en su extrema satisfacción con las condiciones existentes en México, los ingleses dieron oportunidad a los pensamientos fantasiosos a gran escala.

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“La conocida expresión de Madame de Pompadour ´aprés nous le deluge´ no parece pesar mucho con el cuerpo presente de políticos de México, cuya única preocupación parece ser lo que ocurrirá con ellos y con la República cuando, en el curso ordinario de las cosas, el General Porfirio Díaz tome su bien merecido descanso. Hay algunos otros que profetizan todo tipo de pruebas y tribulaciones y, sin dar ninguna razón definitiva o tangible por su sombríos presagios, cierran los ojos a propósito ante las muy palpables evidencias que existen, pensando que lo inevitable no necesariamente va a ocurrir.

Bajo el principio de que ciertos signos preceden a ciertos eventos, uno mira alrededor para descubrir, si es posible, de qué dirección particular provienen los elementos de disturbio cuya sombra los anuncia, y uno mira en vano. Si existe cualquier conspiración al acecho para causar problemas cuando la presidencia queda vacante, es justo decir que la más diligente búsqueda y los más exhaustivos cuestionamientos han fallado en manifestar cualquier evidencia de su existencia.

“Por otra parte, existen, como ya he dicho, innumerables razones por las que el país en su totalidad debería aceptar la nueva posición, cuando se presente, con placidez puesto que, en resumen, no vale la pena que nadie cause disturbios. Prácticamente todos están bien y están haciendo fortuna o pacíficamente disfrutando del privilegio de gastar la que ya tienen. ¿De dónde, entonces, sino de los rangos de los que no están siendo afectados, es el amenazante problema por venir? Sería extremadamente temerario asegurar que no existen personas no afectadas en México o que el gobierno del momento es tan ideal y tan popular que no existe quien proteste o que no hay queja alguna. Pero, como así es el caso en México, como es el caso en toda nación, tanto monárquica como republicana sobre la faz de la Tierra, no hay razón, en mi opinión, por la que los habitantes, cualquiera que sea su cantidad, deseen volver a los viejos días malos de, digamos, 25 años atrás, y acceda a una revolución que tenga por objetivo la simple sustitución de un individuo, en vez de revocar un sistema y, así, hacer retroceder el reloj un cuarto de siglo; esto es acreditar a los mexicanos con mucha menos inteligencia de la que en realidad poseen.

“Más aún, la comunicación por ferrocarril, el sistema telegráfico del gobierno y el excelente Departamento de Inteligencia sustentado por el gobierno, son suficientes para prevenir que cualquier cosa parecida a una sorpresa se manifieste en el país, como era posible hace un par de décadas. Tal vez la mayor razón de todas en contra de cualquier levantamiento organizado, debe aducirse , literalmente, a la indiferencia del pueblo, en su totalidad, por los políticos. A los peones, que conforman el grueso de la población, les da exactamente lo mismo quién se siente en la silla presidencial...ellos deben pagar sus impuestos de la misma manera, sin importar quién gobierne en Chapultepec, en tanto puedan ganar lo suficiente para llenarse la barriga con tortillas y frijoles (y nunca antes habían ganado tanto dinero para obtener estas dos invaluables posesiones), ellos están deseando firmemente abstenerse de levantamientos y revueltas.

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“...Así, el espantajo de la revolución debe descartarse como prácticamente inexistente, excepto en las altamente imaginativas mentes de aquellas Cassandras que la han estado profetizando durante los últimos diez años y más, de hecho, cada vez que el Presidente Díaz ha hablado del retiro o en cualquier ocasión en que ha sufrido de un resfriado”[23]

Mientras existen dudas considerables acerca de la declaración de que “el México del siglo XX está totalmente en deuda con el largamente sostenido gobierno de Porfirio Díaz – su regeneración como nación, su rehabilitación como poder entre los países de la Tierra y como fuerza considerable de ahora en adelante”[24] existe un hecho indiscutible acerca del “más sabio de los déspotas”. Y este indiscutible hecho se refiere a la extrema importancia en la integridad de esta unidad de cinco piezas, llamada así por todos sus otros talentos; el hecho es que Porfirio Díaz no hablaba una sola palabra en inglés.

(Inserto)

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II. Porfirio Díaz tenía 26 años cuando nació el segundo miembro de nuestro quinteto. Los abundantes* biógrafos de Weetman Pearson no siempre están de acuerdo acerca de ciertos detalles de su ilustre carrera, pero el 15 de julio de 1856 fue, de hecho, su fecha de nacimiento. Fue el mayor de los ocho hijos de George Pearson y Sarah Weetman Dickinson, y se dice que su lugar de origen está “cerca de Huddlesfield”, en Yorkshire. El joven Weetman acudía a Harrogate hasta que cumplió los 16 años y mostró una sobresaliente habilidad con la mecánica y las matemáticas, así como una particularmente fina caligrafía. Este fue el final de su educación formal; a la edad de 17 años, estaba a cargo de una ladrillera en Bradford, también en Yorkshire, una ciudad a la que sus padres se habían mudado en aquella época.

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Muy pronto, fue evidente que Weetman era un chico talentoso y sus padres merecen gran crédito por proporcionarle todas las oportunidades disponibles para aprender el lado práctico de la administración de negocios. En 1875, en su decimonoveno cumpleaños, partió del puerto de Liverpool hacia los Estados Unidos, con la “peregrina misión” de explorar las oportunidades de negocios, particularmente en las áreas de “ladrillos, azulejos lustrados y tuberías sanitarias”. Weetman mantuvo detallados diarios describiendo su visita a Nueva York, en donde se estaba construyendo el Puente Brooklyn. El chico expresó su gran admiración por esa enorme empresa. Albany, Toronto y Chicago, en donde se estaba realizando una Feria Mundial, también estaban en su itinerario y recibieron cuidadosa atención en aquella caligrafía tan especial. De allí, partió a St. Louis por tren, seguido por un “vapor de fondo plano” a Nueva Orleáns y la costa del Golfo, a la cual llamó “paraíso en la Tierra”. El viaje de cuatro meses concluyó con su visita a Washington D.C., Baltimore, Filadelfia y de regreso a Nueva York. El viaje sirvió magníficamente para abrir los ojos a este joven provinciano de Yorkshire, tan brillante observador. Su excursión le costó $647.60 y el diario finalizó a bordo del “White Star” (“Estrella Blanca”), con un severo ataque de mareo.

La firma de S. Pearson & Son, Ltd., fundada por el abuelo de Weetman estaba, evidentemente, muy complacida por el desempeño de Weetman en el exterior. Muy pronto, fue nombrado superintendente de un importante sistema de drenaje principal para la creciente ciudad de Southport, en Lancashire.

Y después ocurrió el suceso que Weetman, 46 años más tarde, relatara como “el evento más importante de mi vida”: conoció y se casó como Miss Annie Cass, hija de Sir John Cass de Bradford.

 

Tres años más tarde, en 1884, la compañía mudó sus oficinas generales de Bradford a Londres, ampliando su área de actividad al ingresar a la competencia internacional en construcción. Parecía no haber freno para este ambicioso, valiente y talentoso joven de Yorkshire. En el año de 1894, tan sólo 10 años después de aparecer en la escena de Londres, Weetman fue nombrado barón, un significativo honor para alguien tan joven. Para dar una idea de su éxito financiero en aquella época, en el mismo año de 1894, Pearson compró la gran propiedad de Paddockhurst en Sussex: 3000 acres (que después aumentaron a 6000) de bosques, lagos y tierras de cultivo. En Londres, vivía en el número 16 de Carlton House Terrace, con su adorada Annie. Frecuentemente comenzaban el día paseando “en el Camino” con su hija Gertrude, quien se casó con Lord Denman. Los Pearson habían tenido tres hijos: Harold (1882), Clive (1887) y Geoffrey (1891). S. Pearson & Son, Ltd. Estaba entonces construyendo a gran escala, incluyendo proyectos tan diversos como un muelle y una bahía en Egipto y Canadá, numerosas vías férreas como la de España, de Ávila a Salamanca, y la casi increíble hazaña de ingeniería del Túnel Hudson, en la Ciudad de Nueva York.

Aquellos años en Inglaterra, simultáneos al porfiriato en México, fueron años espléndidos de imperio y dominio. A pesar de que, bajo la superficie de riqueza y poder sin precedentes, se estaban trabajando fuerzas ocultas, pasaron muchos años antes de que fuera cabalmente comprendido su significado. El 21 de junio de 1887, los ojos del mundo se enfocaron a la Ciudad de Londres: había llegado el momento de celebrar el cincuentenario de la Reina Victoria en el trono de Inglaterra.

“Londres estaba llena de gente hasta el exceso; la gente llegaba de todas partes del mundo para ver la procesión y la multitudinaria ceremonia en la Abadía de Westminster. El día fue bendecido con el proverbial “Clima de la Reina”. En raras ocasiones había yo visto a Londres tan festivo, el cielo azul y la brillante luz del sol, banderas por doquier y una excitada y paciente multitud llenando las calles aledañas y la ruta de la procesión...Los increíbles uniformes y los hermosos vestidos eran realzados por la ´velada luz religiosa´ (en la Abadía), perforada aquí y allá por los rayos del sol de verano, como si vaporizara a través de los viejos ventanales forjados. La Reina, representando la gloria y la continuidad de la historia de Inglaterra, se sentó a solas en medio de la gran nave, una pequeña y patética figura rodeada por la vasta concurrencia, cuya mirada se concentraba en ella”.1

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En medio de tal pompa y circunstancia, era fácil olvidar que, de hecho, había otro lado de la vida en las islas británicas. Ralph G. Martin describe la situación socio-económica en Inglaterra, entre los años de 1888 y 1889 como sigue:

“Este era un momento en que la línea de pobreza para una familia de cinco miembros era de 55 libras ($275) al año, y casi 16 millones de trabajadores ingleses (incluyendo carteros y policías) ganaban menos de 15 libras al año. La mayoría de la clase de cuello blanco (alrededor de 3 millones de personas) ganaba un promedio de 75 libras al año. Los agricultores seguían utilizando la guadaña y la hoz, trabajando de 5 de la mañana hasta la noche. Los sirvientes de casa seguían durmiendo en sótanos sin ventanas o en áticos sin aire fresco. Y aquellos que eran demasiado viejos para trabajar, inevitablemente enfrentaban en final en casas muy pobres.

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“...Había 115 personas en Inglaterra que poseían, cada una de ellas, más de 15 mil acres. La mitad de estos terratenientes contaba con un ingreso anual de 15 mil libras. De los 45 propietarios de 100 mil acres, la mitad de ellos tenían un ingreso anual de 100 mil libras. De los 45 millones de habitantes de Gran Bretaña, había 2,500 terratenientes, cada uno de los cuales era propietario de 3000 acres.”2

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Pero en ese memorable día de junio de 1887, los británicos no estaban enterados de los amenazantes trastornos domésticos, como el juicio y encarcelamiento de Oscar Wilde en 1895, por “actos de escandalosa indecencia entre varones”. Wilde, el escritor de teatro más popular en Londres en aquel año, forzó la atención pública hacia un lado desagradable de la sociedad, en lugar de mantenerse discretamente callado. Fue un juicio de “fascinación y horror” para toda Inglaterra. Y, en la escena internacional, el león británico estaba “a punto de ser mancillado por la Guerra de los Boer en África del Sur”3.

El capítulo de Pearson en México comenzó con un inesperado viaje en el nuevo tren “Montezuma Express”, que traería a Weetman y a Annie al soleado sur, en la Navidad de 1889, cuando se dieron cuenta que era imposible llegar a Inglaterra a tiempo para la celebración familiar. Lo que sería unas vacaciones, se convirtió en una serie de desafíos, logros monumentales y una rara amistad con el dictador de México, quien le suplicó a Pearson que se quedara en México el tiempo suficiente para firmar un contrato para construir el Gran Canal. Don Porfirio era omnipotente en México y se encontraba montado en la cresta de la ola de la prosperidad financiera, la popularidad personal y el crecimiento sin precedentes en el comercio y la industria. Definitivamente, no estaba en posición de suplicar, lo cual hace que el siguiente hecho, relatado en palabras de Pearson, sea mucho más interesante.

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“Surgieron problemas en la firma del contrato del Gran Canal (diciembre de 1889). Me permití 10 días para establecerme y firmar el contrato...se dieron dos o tres asuntos en los que no podíamos ponernos de acuerdo...yo pregunté repetidamente si la Comisión estaba entendiendo que yo renunciaría al contrato si los tres puntos en los que yo estaba insistiendo no me eran concedidos.

 

“La cuestión llegó al punto en que yo tenía que ceder o perder el contrato. Como yo no podía ceder, le dije al Presidente que estaba desilusionado por la que había sido una no exitosa negociación pero, para mi sorpresa, el Presidente dijo, Bueno, si usted no va a ceder, lo hará el Gobierno, dando por hecho, bajo su palabra, que usted siempre tratará al Gobierno como usted espera ser tratado por él, habiendo sido colocados al ristre en lugar de ponerlo a usted allí. Le di mi promesa, sin duda alguna, y a partir de la fecha en que el contrato fue elaborado, no hubo cuestionamientos entre nosotros, en lo referente a su justa interpretación.

“Para el gobierno mexicano, fue un asunto desconocido el tener un contratista potencial estipulando por un contrato justo, claramente definido y aplicable...cuando volví a ver al Presidente, doce meses después, él visitaba las obras para ver lo que estábamos haciendo, agitó el dedo frente a mí y, con una sonrisa, me dijo que no olvidara el acuerdo personal que existía entre él y yo”.4

La profundamente arraigada amistad entre Pearson y Díaz se formó en aquellos tiempos y continuaría ininterrumpidamente durante los siguientes 26 años.

 

El Gran Canal fue un logro estupendo que implicó remover millones de toneladas de tierra, antes de que la construcción pudiera comenzar. Los posibles métodos de remoción podían ser, desde peones mexicanos acarreando el material excavado en sus hombros o en sus cabezas, hasta el enormemente complicado sistema de dragado. Después de tres meses de estudio y consideración, Pearson decidió adoptar el método del dragado, incluso sabiendo que significaba la construcción de las dragadoras (al menos cinco) en Inglaterra, enviarlas por barco en partes que permitieran su transportación, primero por mar hasta Veracruz y después por tren hasta el Canal, en el Valle de México y, posteriormente, reensamblarlas. Estas dragadoras* trabajaban día y noche, en suelo suave y rígido. Se construyó una vía férrea de trocha angosta, de alrededor de 19 millas a lo largo del Canal, para transportar tanto material como a los trabajadores nativos. Adicionalmente, se tuvieron que construir acueductos para encauzar las afluentes de los ríos pequeños hacia el oeste del Canal, al Lago de Texcoco y se construyeron puentes de acero como caminos y vías férreas. El Canal tenía una longitud de 29 millas y media, aproximadamente 12 pies de profundidad y un costo de 2 millones de libras para el tesoro porfiriano. El proyecto se terminó dentro del tiempo estipulado (1889-1898); se celebraron banquetes, se hicieron brindis y se estableció una mutua admiración entre Don Porfirio y Pearson.

 

Durante la construcción del Canal, la llegada de equipo al puerto de Veracruz era muy complicada por la falta de instalaciones adecuadas y seguras. Por lo tanto y en la euforia del éxito con el proyecto del Canal, la consecuencia natural fue que Porfirio Díaz pidiera ayuda a Pearson & Son en la construcción del nuevo puerto, con el fin de modernizar las instalaciones sobre las antiguas y peligrosas de antaño. Este proyecto comenzó en 1895 y el primer paso fue cerrar la bahía que, en realidad, era un fondeadero abierto que no daba protección alguna al norte o al este.** Con el fin de construir un rompeolas, los ingenieros de Pearson primero estructuraron cimientos de piedra en la marca de las aguas someras, seguidos por un bastidor de pilares, cinco metros por encima de la marca. En el bastidor se construyó una vía de tren para transportar una enorme grúa, que cargaba 35 toneladas de bloques de concreto. Estos bloques eran sistemáticamente colocados y después se dejaban asentar durante el curso de, al menos, dos nortes. Eventualmente, la pared alcanzó una altura de 4 metros y medio (15 pies) por encima de la marca de las aguas someras, con una anchura promedio de 12 metros. Difícilmente puede imaginarse el tamaño de este proyecto: primero, tuvieron que construirse vías férreas a través de las insalubres junglas para llegar hasta los yacimientos de roca, a 60 millas tierra adentro. Se trajeron buzos especiales para trabajar bajo el agua, como colocar los enormes bloques en su lugar; y eran aguas infestadas de tiburones. Desmond Young escribe, en Member for México (Miembro para México), “Si usted mira el escudo de armas del Vizconde Cowdray, verá uno de los soportes es un buzo, en su traje de buceo y con casco. (El otro es un peón mexicano)”5.

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Para complicar un poco más esta hercúlea tarea, era necesario instalar un completamente nuevo sistema sanitario, con drenaje moderno, para los empleados de Pearson en la Ciudad de Veracruz. No solamente se erradicó la fiebre amarilla con métodos para aniquilar al mosquito portador del germen, sino que la firma Pearson también se hizo cargo de proveer electricidad a las tiendas y hogares, así como un sistema de transporte eléctrico. En vista de la monumental contribución hecha por Pearson y sus hombres al desarrollo de la ciudad, ¿no parece extraño que actualmente no haya una estatua, algún reconocimiento visible o tributo a este constructor inglés en Veracruz?* Así como el Gran Canal, este proyecto se terminó dentro de los límites de tiempo establecidos en el contrato, y el gobierno mexicano pagó puntualmente los 3 millones de libras.

A continuación llegó lo que fue el mayor logro de Pearson entre todos sus proyectos en México: La construcción de una vía de ferrocarril de primera clase, a través del Istmo de Tehuantepec, una distancia de 190 millas que atravesaban un terreno complicado e insalubre. Bajo este esquema, Pearson no sería solamente el constructor sino también el administrador y socio, compartiendo los riesgos con el gobierno de Don Porfirio. Era evidente que, antes de que un solo carril fuera instalado, los puertos a ambos extremos de la línea que uniría al Golfo de México con el Océano Pacífico tendrían que ser renovados, tal como Veracruz. Así, lo que ahora es Coatzacoalcos y Salina Cruz fue transformado en puertos funcionales, con rompeolas, embarcaderos y almacenes. La vía férrea de Tehuantepec se terminó en 1906 y los dos puertos y la vía fueron inaugurados con un banquete de gala, con ceremonias y danzas. El Presidente Díaz, con un grupo de ministros, viajó en el tren, inspeccionando el trabajo, durante dos días. Él fue testigo del primer barco en traer azúcar de Hawai a Salina Cruz; de ahí, en tren a través del Istmo y después en bote hasta el litoral de los Estados Unidos. Díaz presentó un cálido tributo a este último triunfo de Pearson, incluso cuando su predicción comprobó ser “muy amplia de miras”, unos pocos años después. La siguiente declaración fue tomada del brindis del Presidente Díaz a Weetman Pearson, con ocasión de la inauguración de la vía férrea de Tehuantepec, el 25 de enero de 1907:

“Algunas porciones de este Istmo han sido literalmente reconstruidas. El florecimiento de nuevas ciudades, con viviendas bellas y confortables, deben su existencia a la energía y coraje de Sir Weetman Pearson, cuyo nombre perdurará y merecerá honor en esta histórica región de México por muchos años después de que las vías de 80 libras en las que hemos celebrado nuestra fiesta, hayan sido corroídas por los años”6.

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Para entonces, el presidente estaba convencido de que el inglés era capaz de hacer cualquier cosa y “vio en él al instrumento clave para la modernización de México”. El inglés pensaba: “Él era mi héroe, absolutamente; yo le tenía mucho afecto y admiración al General Porfirio Díaz”7. El biógrafo Young aporta más descripciones acerca de esta relación:

“Ya que los hombres de Yorkshire no son proclives a la adoración a los héroes, excepto en el caso de los jugadores de cricket, los cínicos pueden suponer que esos sentimientos se expandieron por el hecho de que, gracias a Díaz, Pearson construyó muchos de los puertos , vías férreas e instalaciones públicas.

...existe un gran número de cartas que prueban que el sentimiento era cálido y genuino por ambas partes. Esa amistad no era temporal. Los dictadores en desgracia regularmente se percatan de que sus amistades también desaparecen. Las alabanzas por sus hazañas tienden a perder popularidad. Sin embargo, en 1914, cuando México estaba nuevamente en caos y perturbado por los norteamericanos, Pearson, o Lord Cowdray, como ahora se le conocía, tuvo una entrevista con el Embajador Norteamericano en Londres y escribió una nota al respecto.

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“Tuve la oportunidad de explicarle a Mr. Page que el General Díaz era el hombre más recto y capaz que he conocido, que la idea de que él había hecho una gran fortuna era prácticamente difamatoria, pues su mayor fortuna era de 30 a 40 mil libras, logradas por un incremento en el valor de una pequeña propiedad que tenía, y que yo le consideraba uno de los más grandes hombres de su época”8

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La última y más difícil empresa de todas las compañías Pearson en México fue la exploración y desarrollo del petróleo. Esta historia comenzó en 1901, cuando Pearson “perdió su conexión” con un tren en Laredo y fue obligado a quedarse allí justo en el momento en que el descubrimiento del gran “Spindle Top” había traído exploradores, salvajes de excitación. Él procedió a rentar tierra para exploración de petróleo en los estados de Veracruz, Tabasco y Campeche. A finales de 1907, cerca de un millón de libras habían sido invertidas en esta empresa petrolera, con casi ningún resultado. Él perseveró; la compañía petrolera “El Águila” se fundó en 1910 y, finalmente, los pozos largamente trabajados comenzaron a producir, principalmente los campos del famoso Potrero, al norte de Veracruz, cerca de Tuxpan. Se sucedieron una serie de circunstancias, incluyendo incendios en los pozos, una “guerra petrolera” con la Standard Oil Company y otros poderosos intereses norteamericanos y, finalmente, las enormes demandas del combustible durante los años de la Primera Guerra Mundial. El “juego del petróleo”, en el caso de Pearson, probó haber valido la pena, pero las ansias habían sido incalculables y el riesgo por la fortuna era muy alto. Nuevamente, Pearson mostró su habilidad en los negocios y vendió el “Águila” a la Royal Dutch Shell en 1919, evitando así las grandes pérdidas ocasionadas por la nacionalización de México de su industria petrolera, en 1938.

¿Cómo vivían Weetman y Annie Pearson durante aquellos muchos y excitantes años de logros en México? Spender puede proporcionarnos algunas reflexiones:

“De 1900 a 1912, él (Pearson) pasaba un promedio de 3 meses al año en México (generalmente entre diciembre y mayo). En general, su esposa estaba con él y su hermana, Mrs. Kinnell, cuyo esposo había empezado con las fábricas de yute en Orizaba...En los últimos años, su hijo menor, Clive, vino con su padre a la Ciudad de México, cuando se incendió el primer gran pozo del Potrero. Juntos, fueron al lugar, acompañados por los trabajadores en el esfuerzo de apagar las llamas del pozo y compartieron los riesgos del fuego y la sofocación, además de los fuertes trabajos en el campo. Lady Cowdray recuerda las estrictas advertencias que recibió, estando en la Ciudad de México, de no enviarles lujos o provisiones especiales para su comodidad, que no pudieran ser compartidas con todo el equipo de trabajo. Su esposo siempre era firme en el punto de no solicitar a ninguno de sus socios o empleados realizar lo que él mismo no estaba preparado para hacer...pero Pearson tenía la constitución física que le permitía pasar del nivel de los 7 mil pies de altura de las planicies mexicanas al debilitante calor de las tierras bajas, sin que su salud sufriera daño alguno, y solamente con mucho esfuerzo era posible persuadirlo para que tomara en serio el riesgo de la malaria y la fiebre amarilla que habían atacado a algunos de sus trabajadores”9.

 

En julio de 1910, Weetman Pearson fue ascendido a la nobleza, bajo el título de Barón Cowdray de Midhurst. A pesar de ser tan exitoso, la caída de Díaz fue un fuerte golpe para Lord Cowdray. Mr. Spender resume así sus años juntos:

“Él (Pearson) sentía una gran admiración y afecto por el viejo presidente y, durante los 24 años desde la primera vez que vino a México, había trabajado con él en la más perfecta armonía. Juntos, ellos habían resuelto el gran problema del drenaje de la planicie mexicana, construyeron el puerto de Veracruz, hicieron una grande y próspera empresa con la vía férrea de Tehuantepec, desarrollaron el sistema de trenes del país, proporcionaron tranvías, luz y energía eléctrica y otros servicios esenciales de una comunidad moderna. Desde sus aventuras y románticos comienzos como líder de la revuelta en contra del Emperador Maximiliano, Díaz se había convertido en el salvador de la economía de su país y, en Pearson, encontró exactamente al hombre que necesitaba, el hombre que realizaría lo que él proyectara, en quien confiaría para entregar la obra terminada en la fecha acordada o antes. Las relaciones de los dos hombres eran mucho más que aquellas entre una cabeza de gobierno y un empleado o proveedor del gobierno; ellos eran casi, como Pearson solía decir, como padre e hijo...parecían comprenderse mutuamente de manera instintiva. Cowdray sentía la más profunda simpatía por él cuando su exilio y le ofreció poner Paddockhurst a su disposición como residencia. Sin embargo, Díaz prefirió vivir en París.”10

Pero, a pesar de todas sus habilidades como ingeniero y su genio administrativo, Lord Cowdray no hablaba español. Así, incluso “pareciendo comprenderse mutuamente de manera instintiva”, el hecho es que toda comunicación entré él y su amigo Don Porfirio debía depender de un intérprete.

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(Inserto)

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III. Los dos gigantes de este quinteto han sido descritos: el Presidente Porfirio Díaz y Weetman Pearson, fuertemente unidos en una relación similar a la de un padre y su hijo, e incapaces de hablar el idioma del otro. Obviamente, necesitaban un traductor y aquí es donde se une al grupo John Benjamín Body (se pronuncia “Boh – Dy”), para orquestar la comunicación en esta cálida y constructiva amistad. Este papel de intérprete, sin embargo, a pesar de ser tan importante, puede difícilmente catalogarse como la más significativa contribución de John Body a la modernización de México.

La información biográfica de Mr. Body es fragmentaria. Nació el 27 de febrero de 1866 como hijo de John Body y Mary Ann Harris, en Megavissey, Cornwall. Fue educado en el Colegio de la Ciudad de Londres. En 1890, se hizo asociado de la creciente firma S. Pearson & Son, Ltd.; y permaneció en la función de ingeniero civil contratista hasta su muerte en 1940, en Hindhead Court.

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Como joven ingeniero, Body fue enviado a México en donde la firma Pearson estaba involucrada en la construcción del Gran Canal. A causa de su conocimiento del español, probó ser de invaluable ayuda para Weetman Pearson cuando se estaban realizando los acuerdos del contrato. Body siempre es descrito como “un hombre modesto, que evadía la atención pública”.1 Aún así, parece ser que él era un tipo genial y tenía el talento particular de comprender la mente mexicana. Era considerado “muy simpático” y tenía muchos amigos, tanto en la comunidad británica como en la sociedad mexicana. Debe haber servido como un catalítico ideal en las amistosas y altamente poderosas negociaciones entre Díaz y Pearson, utilizando sus tripartitas talentos del lenguaje, diplomacia y conocimiento en ingeniería.

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En una lista de “Contratos que W. D. Pearson está llevando a cabo, Noviembre de 1899”, bajo el título de “Puerto de Veracruz”, el nombre de J.B. Body aparece como “director”2. Este trabajo comenzó en 1895, tan sólo 5 años después de que Body se había unido a la firma; además, se trataba de un proyecto de 3 millones de libras que empleaba a 4 mil hombres. Pearson era conocido por su habilidad para reconocer jóvenes talentos. Después de la construcción del puerto, se enlista al “Tren de Tehuantepec”, nuevamente con J.B. Body como “director”, empleando también a 4 mil trabajadores a un costo estimado de 2 millones 500 mil libras. Una carta escrita en clara caligrafía por Mr. Pearson a Mr. Body en aquella época, puede ilustrarnos acerca de su cercana relación y mutua comprensión. (1ro. de julio de 1899).

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“Mi estimado Body, durante meses he tenido la intención de escribirle, pero quise revisar sus reportes y costos al final del año antes de hacerlo. Desde luego, usted cuenta con mi más alta simpatía en sus grandes problemas y ansiedades presentes. Es un gran consuelo escuchar que usted no ha tenido nuevos casos en el Campo.

“La tensión que esa fiebre amarilla debe haber causado entre usted y sus asistentes debe ser enorme. Tome todo el descanso y alivio que pueda; recupere su exhausta vitalidad con tan poca dilación como sea posible y encárguese de que su personal haga lo mismo.

“Sé que cuento con su discreción para hacer todo lo que sea necesario y mejor, dadas las circunstancias, y aprobaré todo lo que usted haga.

“¿Le gustaría hacerse cargo de todo el negocio de Tehuantepec? Éste es el puerto y la vía férrea. ¿Puede hacerlo? ¿A quién dejaría a cargo en Veracruz?

“El salario sería un lote de 2 mil libras al año mas un bono de mil libras al año, siempre que el negocio progrese satisfactoriamente, con la posibilidad ocasional de mil libras adicionales, siempre que las utilidades igualen mis expectativas. Desde luego, cuando la construcción sea finalizada y apenas inicie el tren sus operaciones, puede encontrarse deseable tener un hombre encargado de la vía férrea, pero sólo el tiempo lo decidirá. De modo que mi oferta a usted es dirigir todo, hasta que los puertos estén terminados; o tal vez terminar los puertos y renunciar a la Vía, cuando la misma esté lista para operar; cualquiera que posteriormente se determine como la mejor.

“La posición requiere de mucha responsabilidad, demandando toda su energía, tacto y habilidades, pero yo sé que usted cuenta con ello.

“Permítame saber de usted. Con la más alta estima y mis mejores deseos,

confíe en mí.

Sinceramente suyo.

(Firmado) W.D. Pearson.”3

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Es de la mayor relevancia para nuestra historia que, en el año de 1898, el 10 de agosto, John Body contrajo nupcias con Miss Mary Hamer. Esta boda tuvo lugar en el patio de “La Linera”, la fábrica de lino más importante de México, perteneciente a Job Hamer quien, muy pronto, se unirá a nuestro quinteto, seguido por su hija Mary, ahora Mrs. John Body.

La exploración petrolera de Pearson comenzó en el año de 1901 y fue entonces cuando comenzó el mayor servicio de John Body a la firma. Pocas horas después de escuchar acerca del éxito del famoso pozo “Lucas Gusher” en Spindle Top, Pearson había telegrafiado y escrito a Body, pidiéndole que “asegurara una opción en todo el terreno que pudiera, en los alrededores de San Cristóbal, en el Istmo de Tehuantepec”4. Él no perdió tiempo y compró otros terrenos adicionales a aquellos recomendados por su jefe. No fue sino hasta muchos años después y un gasto de cerca de 4 y medio millones de libras que su inversión comenzó a rendir frutos. Se construyó una refinería en Minatitlán, a unas 20 millas del río de Coatzacoalcos desde Puerto México, como fue nombrada la terminal de la vía férrea de la costa del Golfo. Esta industria petrolera representaba una responsabilidad tremenda para Body, quien luchó para controlar circunstancias diversas como frecuentes epidemias de malaria y los peligrosos disturbios revolucionarios desde 1910 hasta 1919, cuando la dirección de la compañía petrolera  “El Águila” fue vendida al grupo Royal Dutch Shell.

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Pearson siempre estaba dispuesto para brindar reconocimientos y remuneraciones financieras a su Primer Ingeniero. Gracias a Mrs. Kelton, contamos con las siguientes cartas que expresan las apreciaciones de Pearson.

“26 de abril, 1905

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Mi estimado Body,

Adjunto encontrará mi instrucción...de entregarle a usted un cheque por $120,000 (sic). Por favor acéptelo como muestra de mi más alto aprecio por su galante y frecuentemente descorazonadora lucha contra los muchos factores adversos que han afectado sus contratos. La lucha principal y la victoria son nuestras, pero no podemos olvidar nunca que la batalla ha sido ganada solamente por la firmeza y determinación de muchos años. Usted cuenta con mis mayores felicitaciones en su éxito, y con el mayor afecto,

Confíe en mí

Sinceramente suyo,

W.D. Pearson”

Cuando la transacción con el grupo Royal Dutch se había concretado, Lord Cowdray firmó un retrato suyo para su “socio y amigo”, Mr. Body, y escribió:

“Fue usted quien cargó con el peso de los mayores intereses de mi forma en México desde 1895, cuando se comenzó la construcción de los puertos en Vera Cruz, hasta 1919, cuando el gobierno mexicano había comprando nuestros derechos de sociedad en la vía férrea T.N. y cuando vendimos nuestras acciones de la petrolera “El Águila” al grupo Royal Dutch-Shell.

“Durante ese período, usted fue un pionero, en distritos notablemente insalubres, de vastas empresas que se convirtieron en grandes éxitos.

“Su sacrificada devoción a su trabajo ha sido un gran ejemplo para todos sus asociados”. (Marzo, 1919)

 

De esta manera, es evidente que Mr. Body tenía muchas razones para sentirse satisfecho por su carrera en México: reconocimiento por su sobresaliente habilidad en la ingeniería, combinada con aprecio por su tacto en las relaciones humanas, además de éxito financiero, un sólido lugar en la comunidad británica, junto con su esposa y sus dos hijos.* La familia Body vivía en una espaciosa casa en la avenida de Puente de Alvarado No. 155, y fue en esta casa en la que Lord y Lady Cowdray se quedaban siempre durante sus extensas visitas a la Ciudad de México. Pero, a partir de la correspondencia de Body, parece que su mayor fuente de orgullo radica en el hecho de haber sido confiado para ayudar al Presidente Díaz a realizar su huida de México, en el secreto más absoluto. Para 1911, Body vivía en Veracruz, en donde escribió las siguientes notas:

“Hacia mediados del mes de mayo de 1911, estaba claro que el movimiento revolucionario había tenido éxito, y el presidente decidió renunciar...

“...El General Díaz y su familia, incluyendo a su hijo Porfirio y a su propia familia, estaban esa noche abandonando la ciudad hacia Veracruz por tren, y me fue solicitado poner mi casa en Veracruz a su disposición, hasta que el barco de vapor partiera para llevarles a Europa...

“Se consideró una señal de honor que dos de los cuatro elegidos para este servicio especial fueran ingleses: Mr. Fred Adams y yo mismo, pero la colonia británica en México era tenida en gran estima por los mexicanos...”6

Haciendo reminiscencias acerca de la actividad de su padre durante la Primera Guerra Mundial, Mrs. Kelton escribe:

“Mi padre había tenido que cruzar muchas veces a México para asegurarse de que el negocio petrolero estaba en marcha para proveer a nuestra Fuerza Naval...los alemanes habían ofrecido una gran suma por su captura, vivo o muerto”.7

En un artículo publicado por la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles en los tiempos de la muerte de John Body (23 de mayo, 1940), se registra que:

“durante 25 años, Mr. Body vivió en México. Después de su primera travesía por el Atlántico, en 1890, él continuamente cultivó las más cercanas relaciones de amistad y negocios con colegas y amigos en los Estados Unidos, en donde también tenía intereses en la industria petrolera norteamericana”.

“De temperamento, Mr. Body era democrático y genial. Tenía el don de obtener siempre lo mejor de sus asociados y asistentes. En 1915, regresó a Inglaterra, en donde permaneció hasta su muerte. Sin embargo, durante los 25 años, de 1915 a 1940, realizó muchos viajes a los Estados Unidos y a México”

(Inserto)

IV. El “Quinteto Inverosímil” continúa con John Hamer, cuyo nombre ya es familiar para nosotros. La información factual pertinente a los primeros años de Job es escasa. Fue el 20 de noviembre del año 1865 que entró a nuestro escenario; y su entrada tomó forma con un maravilloso diario. A partir de sus escritos a mano, con una extensión de 60 páginas, queda claro que había un joven determinado a lograr éxito en los negocios, en una época en la que las condiciones no podían ser más turbulentas. Este registro cubre su primer viaje al Nuevo Mundo, a bordo del vapor “China”, que iba a Nueva York y a la Habana. Mientras estuvo “fuera de Halifax”, aseguró a sus padres en Manchester que “el viaje hasta el momento ha sido difícil y sumamente desagradable, en el más amplio sentido de la palabra”.

 

Una estancia de dos días en Nueva York le proporcionó a Job la oportunidad de escuchar los últimos rumores acerca de México. Él escribió en su diario que, mientras que la opinión pública estaba dividida acerca de las posibilidades de una intervención del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos de México, bajo Maximiliano de Habsburgo, él predijo que al emperador austriaco se le permitiría gobernar sin disturbios. Esta parada inquietó a Job al punto de la queja: “Puedo asegurarles que estoy ansioso por partir, especialmente porque siento que no estoy haciendo negocios, estoy perdiendo tiempo y gastando dinero”.

Las siguientes noticias de México le alcanzaron en la Habana, en donde “hay una expectación general por la llegada del cólera”. Job escribió, “Las noticias de México son muy poco favorables para los negocios y para los viajeros, y si la mitad fuera cierta de lo que se reporta en los periódicos, estaría inclinado a regresar, pero me siento dispuesto a intentarlo...”

En aquel tiempo, Job era vendedor. Siempre llevaba consigo muestras de textiles, papel tapiz y cajas de carretes de hilos. Lamentaba constantemente que las etiquetas de goma se hubieran dañado con la humedad del Caribe. El 22 de diciembre de 1865, él continuaba en la Habana y seguía dudando acerca de arriesgarse a viajar a México: “No espero traerme de regreso (de México) ni la mitad de lo que me llevo, y tal vez tenga que cubrirme con un periódico”. Y más desmotivante aún resulta la siguiente declaración:

“He visto gente que últimamente ha regresado de México a la Habana y ellos representan y dan ejemplos de los grandes peligros en los caminos y algunas de las más bárbaras y villanas atrocidades nunca cometidas. Los trenes de Vera Cruz han incluso sido detenidos en muchas ocasiones y, en un caso,  cerca de una docena de hombres fueron mutilados de la manera más escalofriante (castrados), antes de ser asesinados, por ladrones no contentos con limitarse a robar”1

 

Sin embargo, finalmente Job llegó a Veracruz que, tan sólo 25 años antes, Madame Calderón de la Barca había descrito con las siguientes palabras:

“...nada puede exceder la tristeza del aspecto de esta ciudad y su ambiente...La escena puede parecer una semblanza de las ruinas de Jerusalén, pero sin su carácter sublime”2

 

De acuerdo con nuestro joven vendedor viajero, los hoteles en Veracruz, en aquella época, eran “miserables en extremo”.

Pero las condiciones no mejoraron en México con la llegada del año 1866. “No ha habido comunicación entre San Luis Potosí y Tampico durante tres meses”, de acuerdo con el diario de Job, quien habla de un muy esperado contrato con algún comerciante inglés, de nombre Pitman, en la ciudad de San Luis Potosí. Además, solamente un barco de vapor al mes recorría las vías marítimas entre Tampico y Matamoros. También escribió a sus amigos que llegar a México resultaría muy costoso:

“El boleto en la diligencia cuesta $30 (sic) y creo que el tren cuesta lo mismo, sumando $60, con solamente 25 libras de equipaje permitido, $5 por cada 25 libras adicionales y además está el asunto de la comida durante el camino. Estoy pensando en enviar mis cosas en mulas, lo que costaría menos, pero les toma 10 o hasta 15 días en llegar”.3

 

Esta negativa comunicación con Manchester terminó brillantemente con la conclusión, “Este país está en un estado extraño...”

La perseverancia de Hamer, finalmente, tuvo su recompensa. Después de un mes en la abismal ciudad portuaria, Job emergió de su depresión y comenzó a buscar una eventual cosecha de sus esfuerzos “que continuarán subiendo y requerirán arduos afanes...”. Estaba comenzando a recibir órdenes de tan diversos productos como taladros de Owens, armaduras de cama, relojes, pequeñas navajas y cuchillería. Además de los patrones e impresos que constituían sus productos de venta, Job pudo concretar órdenes de “ropa interior, lencería y artículos de moda”. En determinado punto, parecía particularmente gratificado por una gran orden de paraguas “de seda y algodón, con mangos muy franceses y empacados en estaño, pues los caminos son muy malos”.

Hasta aquí llegamos con el diario, del que podemos asegurar que Job Hamer tenía muy buen ojo para las oportunidades de negocio y los desafíos, incluso bajo las más poco auspiciosas circunstancias. Este registro finaliza en 1866, con el regreso de Job a su mundo de los textiles en Manchester, Inglaterra.

Habían pasado 15 años en la vida de Job Hamer, casado con Mary Mosely, y padre de diez hijos: Thurston, Alice, Lloyd, Mary (de nuestro quinteto), William, Ellen (Nellie), Jessie, Geoffrey, Dora y Norman. A principios de la década de 1880, la esposa de Job murió durante el parto. El hijo mayor, Thurston, era entonces empleado de la London and Lancashire Insurance Co. y había viajado mucho a través de los Estados Unidos y México. Él persuadió a su padre de venir a México y abrir un negocio aquí, con la ayuda de dos hijos, Lloyd y William. En 1887, Job pudo abrir la primera fábrica de blancos para casa en México, “La Linera”, localizada en la garita San Lázaro, cerca de lo que actualmente es Lecumberri. Esta fue una instalación excelente aunque no muy moderna, cerca de la estación de trenes de San Lázaro. A continuación, Job tuvo que decidir si traer dos telares nuevos o a dos de sus hijas, Nellie y Jessie, para crear un hogar adecuado para los hijos, ahora que ya estaban establecidos en México.4

 

En el mayor contraste del año de 1865, cuando Job hizo su primer viaje a México, el porfiriato proporcionó todas las ventajas a los negocios extranjeros. El Presidente Díaz creía en el orden como primera prioridad, después la paz y después, si era posible, la libertad. La filosofía porfiriana estaba de acuerdo con el concepto de que la Naturaleza aborrece la igualdad tanto como aborrece el vacío. La fábrica floreció; anualmente se incrementaba el tejido, tratado, secado y blanqueado de uno de los linos más finos del mundo. Para 1907, La Linera tenía una producción anual de dos millones de metros5. Definitivamente una familia de negocios, la compañía era dirigida por los siguientes oficiales: Thurston Hamer, Presidente; John B. Body (yerno), Vice-presidente; Norman Hamer, Secretario; Geoffrey Hamer, Director de la Fábrica.

Gracias a su amistad con el Presidente Díaz, Job estaba recibiendo grandes órdenes de ropa de cama “de tejido pesado”, que era utilizado para el ejército mexicano. La publicidad del negocio presentaba orgullosamente “sábanas de hasta setenta pulgadas de ancho y “holandas” utilizadas para trabajos más delicados”. La maquinaria para esta producción masiva era 100% británica, como puede esperarse”.

Job había desarrollado una “enfermedad pulmonar”, que se acentuaba con la altitud de la Ciudad de México. Así, en 1904, estaba viviendo en Cuernavaca, a donde uno de sus hijos iba diariamente por tren para realizar consultas de negocios con el jefe. En 1905 murió y fue enterrado en el Cementerio Británico de Tlaxpana, en la Ciudad de México.

Cuando, en 1926, este campo santo original fue recuperado por el gobierno mexicano, los restos y las lápidas fueron trasladadas al nuevo cementerio en la Calzada México-Tacuba. Fue Dorothy Hamer Golding quien descubrió la lápida de su bisabuelo, descartada y dañada durante el proceso de mudanza. Thurston Hamer (III), biznieto de Job, hizo los arreglos para su restauración y colocación en su ubicación presente.

 

Probablemente ningún nombre en la comunidad británica se tiene en tan alta estima como el de Job Hamer, quien fundó una dinastía de importantes contribuyentes a la comunidad durante muchos años en adelante. Jugó un significativo papel en el desarrollo de la Iglesia de Cristo, trabajando primeramente en el comité de construcción y posteriormente, muy poco antes de su muerte, liquidando la deuda de la iglesia, junto con Weetman Pearson y Richard Honey. Actualmente, la iglesia contiene algunos objetos conmemorativos a su nombre: los exquisitamente tallados retablos trípticos y la pantalla en el altar.

Con la Primera Guerra Mundial llegó la caída de la industria de la ropa de casa en México. Las fuentes de lino de La Linera habían sido Irlanda, Bélgica y Rusia. Un gran cargamento de Europa se hundió en 1914 y muy pronto, a causa de lo anterior, la fábrica fue cerrada temporalmente. Después de la guerra, se hizo un intento por revivir la industria utilizando lino mexicano, pero no había suficiente disponible. Se hizo un segundo esfuerzo cuando los Hamer restantes intentaron competir con los franceses en la manufactura de productos de algodón, pero también se comprobó que eso era imposible. Así termina la saga de La Linera, de 1887 a 1914.

 

(Inserto)

​

V. Después de tal preponderancia de voces masculinas en este quinteto, debe ser un alivio escuchar a una soprano. Sería sorprendente encontrar un libro publicado acerca de la vida de Mary Body (Hamer, de soltera); pero una descripción de sus experiencias y aventuras durante sus años en México, sin duda alguna, producirá una fascinante lectura. Será que ella había heredado de propensión de su padre a escribir diarios, así como a mantener la esperanza de que un viejo diario se encontrara abandonado en algún ático Hamer. Hasta que tan afortunado descubrimiento se materialice, el conocimiento acerca de Mary debe hacerse deductivamente, a través del análisis de su ambiente y de su posición el él. Incluso nos han faltado las fotografías en emerger a la superficie, de manera que, más allá de identificar a Mary por su uso constante de anteojos, es difícil decir si ella era hermosa o bonita o común, o cualquiera de aquellos términos descriptivos que casualmente se aplican a la apariencia de una mujer. También su disposición puede saberse solamente a través de conjeturas. Casada como estaba con el más genial y diplomático de los hombres, se espera que la suya no fue una atracción de opuestos en ningún sentido. Además, si hemos de juzgar por los descendientes Hamer que continúan siendo abundantes en la República Mexicana, es muy probable que Mary poseyera la tradicional “dulzura y modestia” de maneras que se tenía en tan alta estima por las normas victorianas. Este exterior, sin embargo, puede solamente encubrir en parte una extraordinaria determinación y una viva inteligencia. Que haya vivido más que su esposo y sobrevivido a dos guerras mundiales y a la muerte de su único hijo, nos dice mucho acerca de sus cualidades de resistencia.

 

Mary fue la cuarta hija de los diez descendientes de Job y fue nombrada como su madre. Ella seguía a Lloyd, quien es recordado por los pocos supervivientes de aquella era como el más grande Maestro de Fábrica de todos. Cuando La Linera cerró sus puertas, Lloyd continuó trabajando en Miraflores, cerca de Chalco, un importante centro de producción textilera. Después de Mary, nació William, quien fue director financiero de la firma hasta su temprana muerte por tifoidea, en 1896.

Por la fotografía de la fiesta de bodas de Mary Hamer y John Body, resulta aparente que esta joven pareja estaba muy integrada a la comunidad británica en 1898, razón por la cual hubo una distinguida concurrencia en el patio de la fábrica de ropa de casa. Pero antes del éxito de La Linera, deben haber habido algunos años de arduos afanes, si no de duras penalidades, para Mary, cuando tuvo que hacer pie de casa para su padre viudo y numerosos hermanos en un área que, gracias a las vías del tren, era ideal para la fábrica, pero no para vivir en ella. Sin embargo, todo lo anterior debe permanecer como conjetura...¿Tenía Lord Cowdray una casa en la Ciudad de México o no? La respuesta a esa pregunta tendrá una fuerte influencia en el estilo de vida de la joven novia del Primer Ingeniero de Cowdray. Los variables reportes al respecto son rampantes: algunos dicen que la actual Embajada Británica, en la calle de Lerma No. 71, fue originalmente construida por Pearson como residencia propia. Otros, incluyendo a nuestra impecable fuente, Mr. Spender, declaran que “Puente de Alvarado No. 53” fue el hogar de los Pearson durante sus prolongadas estadías en la Ciudad de México. La confusión en este punto puede resultar en señalar erróneamente el hogar de Harold, hijo de los Pearson, en Puente de Alvarado No. 3041, por ser el hogar de los Cowdray. De acuerdo con dos damas muy conocedoras,*que estaban en la escena en la época y que están totalmente de acuerdo en ello, Lord y Lady Cowdray nunca tuvieron una casa aquí y siempre se quedaban en el hogar de John y Mary Body.

Esperemos que Mary no fuese tímida o retraída mientras leemos una descripción acerca de la vida en la Ciudad de México, durante el cambio de siglo.

 

“A pesar de que el trabajo era arduo e incesante, la vida en México era luminosa y llena de júbilo, especialmente cuando Lady Pearson y la gente joven estaban allí. Los Pearson eran pródigos anfitriones de cenas y almuerzos; había bailes, fiestas de montar, torneos de polo, días de campo a los trabajos en el Canal o a los adorables jardines colgantes (sic) de Xochimilco, visitas a villas en los bellos suburbios de Tlalpan (sic) y Tacubaya y, sobre todo, en los primeros años, fines de semana en la casa de Mrs. Kinnell en Orizaba...”2

 

Esta cita continúa diciendo que “los amigos mexicanos eran muchos e íntimos”3. Esta última palabra puede sujetarse a interpretaciones cuando se descubra que la lista de asociados “íntimos” parece un recital del gabinete completo de Don Porfirio, además de unas cuantas personalidades sobresalientes de su gobierno.

 

Presidente Díaz y su esposa Carmelita.

Sr. José Limantour, Ministro de Finanzas

Sr. Romero Rubio, Ministro de Guerra y padre de la Sra. Díaz

Sr. Mariscal, ex ministro en St. James

Sr. Pedro Rincón Gallardo, ex ministro en St. Petersburgo

Sr. Guillermo de Landa, primer Presidente de “El Águila” y Gobernador del Distrito Federal

Sr. Leandro Fernández, Ministro de Comunicaciones

General Francisco Z. Mena, Ministro de comunicaciones

Sr. Teodoro Dehesa, Gobernador de Veracruz

Sr. Roberto Núñez, Sub-Secretario del Tesoro

General Manuel González de Cosío, Ministro de Comunicaciones

Sr. Pablo Martínez del Río

Sr. S.M. Cancino

Sr. Sebastián Camacho

Lic. Luis Riba, abogado de la firma Cancino y Riba

 

Si los Pearson y los Díaz eran amigos socialmente, ¿significa esto que los Body estaban en la posición de desempeño de comando con el fin de cumplir con el papel de intérprete de John?

Probablemente, la vida de Mary era todo menos aburrida. Viviendo como lo hacía, después de casarse con Mr. Body, en el distrito residencial conocido como Colonia San Rafael, ella estaba tan cerca de la Alameda que podía recorrer la distancia a pie fácilmente. Era allí en donde la vida de la ciudad se desplegaba por completo. Su hermano mayor, Thurston, vio por primera vez a Rose Mary Rennow, todavía una niña, en ese parque; en ese instante, se volvió hacia su compañero, Tom Biorklund, y le dijo que se casaría con esa adorable niña cuando creciera, y así fue. Las familias anglosajonas líderes, los Honey, los Blackmore, los Phillips y más, eran vistos con frecuencia en este verde lugar, nombrado así por los árboles plantados en él (álamos).

También era la época brillante del polo en la Ciudad de México. El Club de Polo estaba ubicado muy cerca de la glorieta de Reforma y Bucareli, en donde la estaba la estatua del “Caballito” hasta hace poco tiempo. Las fotografías de los campos de polo muestran largas filas de altos eucaliptos que llegaban hasta el horizonte, que se rompía con la oscura silueta del Castillo de Chapultepec, en la cima del Monte del Chapulín. Como John Body está anotado como “miembro no jugador” del club en 1909, tal vez Mary no estaba obligada a asistir a todos los juegos. Tal vez, por otra parte, era una verdadera aficionada de este deporte, lo cual explicaría su presencia en una fotografía tomada en la mina de “El Oro”, en el Estado de México. En medio de una completa aridez y desolación, con excepción de las docenas de ponies de polo y los entusiastas jugadores usuales, incluyendo a los hermanos Honey, Bill y Tom, y Harold Pearson, ahí está Mary de pie, con apariencia fresca, peinada de salón y portando un grande y adorable sombrero.

 

La vida durante el porfiriato era vivida a la proverbial gran escala. La atmósfera en muchos de los establecimientos palaciegos era colonial; abundaban los sirvientes en estricto orden jerárquico. El orden de una casa, para cualquiera en la posición de Mary, debe haber sido monumental en complejidad. Para cada “fiesta de montar, torneo de polo, día de campo...”, por no mencionar los diarios viajes motorizados a Azcapotzalco para observar una “excavación” arqueológica en proceso, había incontables detalles domésticos involucrados. Y también estaban las salidas frecuentes de fin de semana a haciendas, como a una que está en Ixmiquilpan, propiedad de la familia Honey, o a Miraflores, propiedad de Felipe Robertson. ¿Fuiste tú, Mary, quien ideó todas esas espléndidas fiestas de casa y excursiones?

 

De hecho, hay muchas preguntas que me gustaría hacerte hasta el momento en que aparezca tu diario. (¿No disfrutarías ocupar tu lugar entre Fanny Calderón de la Barca, Mrs. Alec Tweedie, Edith O´Shaughnessy, Rosalie Evans y Rosa E. King, por nombrar algunas de las mujeres anglosajonas que han descrito México tan admirablemente durante los últimos 150 años?) Por ejemplo, ¿asististe al memorable banquete en el Istmo de Tehuantepec con motivo de la finalización de las obras del tren? Tu esposo había estado a cargo del más desafiante proyecto y había soportado increíbles penalidades para llevarlo a feliz término. ¿formabas parte de la audiencia que aplaudió al gran payaso inglés Richard Bell cuando su extravaganza “La Feria de Sevilla” se estrenó en la fabulosa estructura de acero del circo Orín, cerca de lo que hoy es la Plaza Garibaldi? Cuando, en 1901, el Ministro Británico Sir Reginald Tower presentó la “Orden del Bath” al Presidente Porfirio Díaz, ¿estabas presente en la ceremonia, que fue descrita como “Esplendor de Britania”? ¿Y estuviste entre la augusta concurrencia en el balcón del Club Británico cuando todavía estaba en Plateros (Madero), que festejó al Presidente, engalanado con flores, durante su desfile final celebrando el centenario de la Independencia de México? Aquellos galantes “rurales” protegiendo al Dictador estaban completamente uniformados con trajes hechos con tela de La Linera, a pesar de que tu padre, Job Hamer, había fallecido cinco años antes. ¿Qué recuerdas acerca de los “Diez Días Trágicos” en febrero de 1913? Tal vez tú y tus dos hijos habían sido ya evacuados a Veracruz para entonces.

Ah, Mary, ¿nos habrás dejado una palabra de despedida, describiendo e inmortalizando aquellos fines de semana con los Pearson y sus parientes, los Kinnel, en la Hacienda de Santa Gertrudis, ante la vista completa del Pico de Orizaba, cubierto de nieve? ¿Cuántas veces durante los 25 o más años que viviste en Inglaterra, después de la Revolución, que requirió tu partida de México, soñaste con

“rosados campanarios y domos contra las colinas verdeazuladas;

aquellas incomparables cimas coloreadas en rosa – Popocatépetl e Ixtaccíhuatl;

puestas de sol, a veces en tonos dorados y otras en plateados,

inundando el viejo valle;

las mañanas de octubre, después de que las lluvias habían cesado:

y todas las demás joyas en la corona de belleza de México?4

Y así, nuestro programa llega a su final. Nuestro quinteto está unido por lazos de amistad, matrimonio, negocios, por lazos familiares y experiencias compartidas. Cada miembro merece especial reconocimiento de la comunidad británica, por su contribución a la historia de los británicos en México.

​

Bibliografía Selecta

Calderón de la Barca, Frances (Inglis, de soltera), Life in México. J.M. Dent & Sons Ltd. Nueva York, 1843.

Chase, Stuart, México. A Study of Two Americas. The Macmillan Co. Nueva York, 1931.

Dulles, John W. F. Yesterday in Mexico. A Chronicle of the Revolution, 1919-1936. University of Texas Press. Austin, 1961.

Flandrau, Charles Macomb, Viva Mexico! D. Appleton and Company, Nueva York y Londres, 1916.

Gruening, Ernest. Mexico and Its Heritage. The Last Word on Mexico. D. Appleton-Century Co. Nueva York-Londres, 1928.

King, Rosa E., Tempest Over Mexico. Little, Brown and Co. Boston, 1938.

Marett, Robert H.K., An Eye Witness of Mexico. Oxford University Press, Londres, 1939.

Mosk, Sanford A., Industrial Revolution in Mexico. University of California Press, Berkeley – Los Ángeles, 1950.

Mayer, William, Early Travellers in Mexico. México D.F. 1961

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O´Shaughnessy, Edith Coues, A Diplomat´s Wife in Mexico, 1913-1914. Harper and Bros. Nueva York y Londres, 1916.

O´Shaughnessy, Edith Coues, Intimate Pages of Mexican History. George H. Doran Co., N.Y., 1920.

Riding, Alan, Distant Neighbors. A Portrait of the Mexicans. Random House, Nueva york, 1984.

Simpson, Lesley Byrd. Many Mexicos. G.P. Putnam, Nueva York, 1941.

Stephens, John Lloyd, Incidents of Travel in Central America, Chiapas, and Yucatan. 2 vols. Harper Bros., NuevaYork, 1841.

Todd. A.C., The Search for Silver. Cornish Miners in Mexico.

Tweedie, Mrs. Alec, Mexico as I Saw It. Thomas Nelson & Sons, Londres. 1911.

 

[1] Gruening, Ernest. Mexico and Its Heritage. (México y su Herencia). Páginas 556-558.

[2] Martin, Percy F. Mexico of the Twentieth Century. (El México del Siglo XX). Vol. I. Páginas 19-20.

[3] O´Shaughnessy, Edith, Intimate Pages of Mexican History. (Páginas Íntimas de la historia de México). Página 19.

[4] Brocklehurst, Thomas U. Mexico Today: A Country with a Great Future. (México Hoy: Un País con un Gran Futuro). Páginas 28-29.

[5] Tweedie, Alec (Mrs.). Mexico as I Saw It. (México como Yo lo Vi). Página 128

[6] Ibid. Página 76.

[7] Ibid. Páginas 140-141.

[8] King, Rosa E. Tempest Over México (Tempestad sobre México). Página 24.

[9] Op. Cit. Prefacio de Martin.

[10] Wright, Norman Pelham, Literacy Legacies (Legados Literarios). Intercambio, 1ro. De octubre, 1968, No. 298. Ciudad de México, página 79.

[11] Op. Cit. Brocklehurst. Página 19.

[12] Ibid. Página 16.

[13] Ibid. Página 18.

[14] Ibid. Página 28.

[15] Ibid. Página 26.

[16] Ibid. Página 28.

[17] Op. Cit. Tweedie. Página 156.

[18] Flandrau, Charles Macomb, Viva México!. Páginas 280-282.

[19] Ibid. Página 196.

[20] Op. Cit. Tweedie. Página 271.

[21] Op. Cit. Flandrau. Páginas 187-188.

[22] Ibid. Páginas 288-289. Antes de devolver el entretenido libro Viva México! de Mr. Flandrau a los estantes de la biblioteca, hay una cita posterior que no puedo evitar incluir: “Comparada con la fatuidad de importar las cualidades pintorescas a México, la transportación de carbón a Newcastle sería un golpe de genio comercial” (Página 202)

[23] Op. Cit. Martin. Páginas 11-13.

[24] Ibid. Prefacio.

* Member of México (Miembro de México) por Desmond Young y Weetman Pearson, First Viscount Cowdray, 1856-1927 (Weetman Pearson, Primer Vizconde Cowdray, 1856-1927), por J.A. Spender, son probablemente los más conocidos.

1 Martin, Ralph G. Jennie, Lady Randolph Churchill. Vol. I. Páginas 224-225

2 Ibid. Páginas 243-244.

3 Ibid. Vol. II. Página 53.

4 Spender, J.A., Weetman Pearson, First Viscount Cowdray, 1856-1927 (Weetman Pearson, el Primer Vizconde Cowdray, 1856-1927). Páginas 85-86.

* La primera dragadora en llegar se llamó “Carmen” en honor a la esposa del presidente.

** Tradicionalmente, a los barcos de carga se les recomendaba enfilar hacia el mar abierto si se enfrentaban a un norte, en lugar de intentar timonear el barco entre los arrecifes para llegar a las aguas someras.

5 Young, Desmond. Member for Mexico (Miembro para México). Página 24.

* A menos que la autora esté completamente equivocada.

6 Op. Cit. Spender. Página 120.

7 Op. Cit. Young. Página 68.

8 Ibid. Página 69.

9 Op. Cit. Spender. Página 179.

10 Ibid. Páginas 188-189

1 The Times. 6 de junio de 1940.

2 Op. Cit. Spender. Páginas 140-141.

3 Carta de Weetman Pearson a John Body, una copia de la cual fue enviada por Mrs. Beatrice Millicent Kelton, hija de John Body, a la autora.

4 Op. Cit. Spender. Página 149.

* Beatrice Millicent Kelton (Body, de soltera), quien vive en Inglaterra y fue responsable de gran parte de la información acerca de su padre; y un hijo, John (Jack), quien murió trágicamente en un accidente a bordo de su moticicleta, en Inglaterra, durante su adolescencia.

5 Polo Club de México, Reglamento y Lista de Socios, 1901-1910. Página 29.

6 Op. Cit. Spender. Páginas 187-188.

7 Carta de Mrs. Kelton a la autora, 10 de noviembre de 1986.

1 Hamer, Job. Diario.

2 Calderón de la Barca, Frances. Life in México (La Vida en México). Página 27.

3 Op. Cit. Hamer.

4 Conversación con Mrs. Dorothy Golding, hija de Thurston Hamer y nieta de Job Hamer. Ciudad de México, 1986.

5 The First Hundred Years of British Industry and Commerce, 1821-1921 (Los Primeros Cien Años de Industria y Comercio Británicos, 1821-1921)

1 Op. Cit. Polo Club de México. Página 28.

* Dorothy Hamer Golding y Beatrice Body Kelton. En cassette y por carta, respectivamente.

2 Op. Cit. Spender. Páginas 179-180.

3 Ibid.

4 O´Shaughnessy, Edith, A Diplomat´s Wife in México (La Esposa de un Diplomático en México), extractos.

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