THE BRITISH IN MEXICO
Número 7: Una Historia del Antiguo Cementerio Británico de Tlaxpana 1825-1926
Índice
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I.- EL HISTÓRICO ESTABLECIMIENTO DEL ANTIGUO CEMENTERIO BRITÁNICO DE TLAXPANA
II.- LA HISTORIA DEL ANTIGUO CEMENTERIO BRITÁNICO DE TLAXPANA, 1825-1926
III.- EPÍLOGO
IV.- RECONOCIMIENTOS
V.- BIBLIOGRAFÍA
VI.- FOTOGRAFÍAS
I.- EL HISTÓRICO ESTABLECIMIENTO DEL ANTIGUO CEMENTERIO BRITÁNICO DE TLAXPANA
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Estamos en 1824. Rara es la ocasión en que haya habido más fuertes corrientes cruzadas en el continente europeo. La era post-napoleónica, iniciada con el Congreso de Viena en 1815, anunció una ola de reacciones, con supresión de libertades en Europa, con las consecuentes repercusiones en el Nuevo Mundo. En España, el retorno de la dinastía de los Borbón al trono, representados por Fernando VII, estableció la tiranía absoluta, que fue sentida de inmediato en las colonias españolas. Se enviaron fuerzas adicionales a la Nueva España con el propósito de sofocar cualquier evidencia de liberalismo. La Inquisición, que había sido abolida por la Constitución de 1812, fue reinstaurada y aplicada ferozmente por los altos clérigos, lo cual era diametralmente opuesto a los principios democráticos.
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Era obvio que Fernando VII no iba a ser capaz de realizar la tarea de mantener unido a su imperio colonial; los países del centro y sur de América se estaban liberando de la dominación española en rápida sucesión: Argentina, Chile, Perú, Colombia, todos ellos lucharon y tuvieron éxito al lograr su independencia de los autocráticos españoles, siguiendo el ejemplo establecido por Brasil, cuando se separó de Portugal en 1822. Fernando VII necesitaba desesperadamente del apoyo europeo para combatir a los revolucionarios trasatlánticos y, para solicitar ayuda, acudió a la Santa Alianza, que estaba conformada por Austria, Rusia y Prusia. Aliadas a partir del final de las guerras napoleónicas, estas tres naciones del centro de Europa estaban dedicadas a aplastar las ideas republicanas, en donde quiera que aparecieran. Mientras las reaccionarias cabezas de estado discutían la viabilidad de ayudar a España a mantener sus colonias, una poderosa fuerza opositora se estaba formando con la firme intención de mantener un Balance de Poder entre las naciones europeas. Cuando Francia, respaldada por la Santa Alianza, invadió España en 1823, el precario Balance fue amenazado por la posibilidad de fallo de las Colonias españolas en manos francesas. Esta acción produjo una inmediata venganza por las fuerzas opositoras resultantes de la combinación entre Inglaterra y los Estados Unidos. El Presidente Monroe enunció la histórica Doctrina Monroe, advirtiendo a las naciones europeas en contra de instaurar nuevas colonias en el hemisferio occidental o intentar recuperar las antiguas. Inglaterra, bajo el poderoso Ministro de Exterior George Canning, advirtió a la Santa Alianza que cualquier ataque en un país sudamericano tendría que luchar en contra de la formidable fuerza naval británica. Tanto Monroe como Canning se mantuvieron implacables en el principio de no intervención.
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El Ministro de Exterior Canning ofrece un ejemplo tan claro de cómo un hombre puede determinar el curso de los acontecimientos, no solamente en su propio país sino alrededor del mundo, que es necesario un análisis más minucioso de este líder tan brillante. Desde el año de 1822, cuando fue nombrado Secretario de Exterior, hasta 1827, cuando murió en oficio como Primer Ministro Británico, George Canning fue la cabeza virtual del gobierno británico. El Rey Jorge IV, después de actuar como regente durante la enfermedad de su padre, había sido coronado rey en 1820; no fue ni exitoso ni popular como monarca y, como crípticamente escribe un autor, tenía “todos los vicios de su edad”. Bajo el poder de Canning, la reforma constitucional estaba ganando terreno y las bases de la representación popular estaban extendiéndose en el Parlamento. Esta relajación de restricciones y la restauración de libertades se convirtieron en una de las más importantes corrientes en la Europa contemporánea, incluso en Francia, en donde la monarquía se estaba haciendo cada vez más represiva bajo el reinado de Luis XVIII y Carlos X, posteriormente.
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Antes que todo, George Canning creía de manera absoluta en la no intervención en los problemas de otros estados. Simpatizaba con los países de América Latina que luchaban por su independencia del régimen español, que Canning consideraba tiránica; y contaba con una poderosa fuerza naval para respaldar sus simpatías. Por estas razones, mas el hecho de que Gran Bretaña había desarrollado lazos comerciales con México y América del Sur, Canning reconoció tempranamente a los gobiernos revolucionarios como soberanías de facto en 1824. Esto sirvió como importante anexo a la doctrina Monroe y, como el mismo Canning dijo: “Yo reconozco la existencia del Nuevo Mundo para recuperar el equilibrio del Viejo”[1]. Esta declaración proveniente de un líder menos importante hubiera sonado absurda, pero recordemos que fue en ese mismo momento que los británicos estaban creando un imperio en Asia, en la que no había precedentes desde el final de la expansión romana. Era Canning tan poderoso que, por mucho que creyera en la no intervención, ¡se reservaba el derecho de intervenir con el fin de prevenir la intervención!
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Ahora revisemos la situación en México, en donde había tanta confusión y levantamientos en el año de 1824 como en Europa e Inglaterra. El último virrey español, O´Donojú, había llegado en 1821, e incluso con Iturbide habiendo recibido el título de Emperador, los españoles siguieron controlando el fuerte de San Juan de Ulúa, en la bahía de Vera Cruz. La controversial figura de Santa Anna apareció en escena en ese momento y permaneció durante los siguientes 30 años. México fue declarado una república independiente en 1823, Iturbide fue derrocado por un complot de Santa Anna y Guadalupe Victoria, quien fue nombrado el primer presidente de México. Iturbide fue ejecutado como traidor en 1824. El catolicismo romano fue declarado la religión estatal, factor de gran importancia en este capítulo.
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Ernest Gruening, uno de los escritores más importantes de la historia de México, describe los años de 1800 a 1825 como una “sórdida garra de pillaje”[2]. Continúa diciendo que la historia política de aquellos años estuvo marcada por la “inconstancia y el oportunismo”, con la “sumisión de toda la amplitud política a las exigencias del momento”[3]. La diferencia entre los Conservadores, que dominaban la nación, y los Liberales, se hizo cada vez mayor, otro hecho que jugará un importante papel en esta historia. Fuera de esta lucha, que Gruening caracteriza por ser “peculiarmente básica” y capaz de sofocar el progreso humano, apareció la Constitución Mexicana en 1824. Este documento incorporaba muchos aspectos de la Constitución de los Estados Unidos, intentando convertir a México en una federación descentralizada de estados semi-autónomos. De acuerdo con Lesley Byrd Simpson, otra autoridad líder en la historia de México, este fue el peor plan posible, pues en México y en toda América del Sur, “federación significaba anarquía”[4].
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La confusión política no era adecuada para el caos económico de aquellas primeras décadas del siglo XIX. La primitiva economía mexicana como colonia, había sido drenada por 11 años de insurgencia y guerra. Las grandes familias españolas, con enormes capitales, abandonaron México en la era de la Independencia. El reinado del Emperador Iturbide se caracterizó por una exagerada extravagancia, pero en los siguientes años hubo más gastos incontrolables. En 1825, bajo en mandato del Presidente Guadalupe Victoria, los gastos militares eran aproximadamente del doble del ingreso del gobierno.[5] Y fue precisamente en ese momento (no bajo el poder de Porfirio Díaz, 60 años después, como erróneamente se cree) que comenzó la deuda externa de México. Guadalupe Victoria solicitó un préstamo de 30 millones de pesos al mercado financiero inglés, “sujeto a severas tasas de interés y descuentos”[6]. Gran parte de esta cantidad fue gastada para comprar armas británicas de la era napoleónica, y solamente una pequeña proporción del total llegó al tesoro del gobierno. Además, como México aprendería muy pronto, era una deuda que tenía que ser pagada y no como las deudas personales o domésticas. “Las deudas externas estaban respaldadas por los gobiernos extranjeros con buques de guerra”[7]. En general, el dinero prestado (sin importar qué cantidad del mismo habría llegado al gobierno), se utilizó para pagar a los burócratas y a la milicia. Tristemente, nada de eso se utilizó para construir una infraestructura nacional; para ella, el país tendría que esperar siete décadas. Los resultados de la deuda externa fueron al menos de tres categorías: 1) altos impuestos; 2) pobres relaciones internacionales y 3) eventual xenofobia entre los mexicanos, que parecían hereditariamente dispuestos a esta característica.
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Los británicos habían dominado por largo tiempo el comercio exterior de las Américas españolas. Era natural que, con la independencia, los mercaderes ingleses comenzaran a mirar hacia los mercados mexicanos como propios. El capital londinense, junto con el dinero francés y alemán, comenzaron a fluir a México, reemplazando la anterior economía española. Para probar que el eterno concepto extranjero de México como El Dorado seguía muy vivo, sólo tenemos que mirar las astronómicas cantidades de las inversiones británicas en las minas españolas abandonadas. Fue un período de vastas fortunas, algunas logradas y otras perdidas.
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Una de las circunstancias negativas más rotundas sobre los productos del dominio español sobre México fue la falta de liderazgo cuando los coloniales tomaron las riendas del gobierno. Con Guadalupe Victoria, había tres nombres prominentes, pertenecientes a hombres que buscaban seriamente una reforma: José Luis mora, un economista criollo*; Valentín Gómez Farías, también criollo y doctor de Zacatecas; Lorenzo de Zavala, un mestizo* nacido en Mérida. Probablemente de importancia más duradera que la de estos tres estadistas combinados, encontramos al aristócrata Don Lucas Alamán. Este “teórico conservador”[8], ingeniero educado en Francia y Alemania, era también un hombre de negocios historiador clásico; no había nadie como él en su época. El poder ejercido por Lucas Alamán sobre los asuntos de estado mexicanos fue comparable con la posición de Canning en Gran Bretaña, de manera que parece muy indicado realizar un acercamiento a su carrera.
Como niño que creció en Guanajuato, Alamán recibió la fuerte influencia de la histórica insurrección en la Alhóndiga. Los gritos del populacho asaltando la construcción, tipo fortaleza, que se usaba para almacenar granos, le perseguirían durante el resto de su vida y arrasó cualquier prejuicio que se hubiese formado acerca del “pueblo mexicano”. En 1815, visitó Inglaterra y quedó profundamente impresionado por lo que allá encontró: industria, opulencia, una aristocracia conservadora y responsable y, sobre todo, orden[9]. A la edad de 30 años, Alamán ocupó el cargo de Ministro de Estado con Iturbide y, en esta posición, realizó grandes esfuerzos para organizar un fuerte gobierno centralizado. Combinó las maneras gentiles y la profunda cultura con el amor por el tradicionalismo romántico y el rígido autoritarismo. Cuando Guadalupe Victoria se convirtió en presidente, este “odiado pero indispensable aristócrata”[10] fue requerido nuevamente como Ministro de Estado.
A pesar de ser atacado como monarquista, un adorador de sacerdotes, un hispanófilo autócrata y “cripto-gachupín”[11], y ser obligado a renunciar en enero de 1824, Lucas Alamán influyó significativamente en el curso de los eventos en México. Mostró una marcada preferencia por lo británico y negoció con George Canning por el reconocimiento democrático de la Independencia Mexicana, lo cual fue inmediatamente seguido por el primer tratado comercial entre los dos países. Alamán comprendía y desconfiaba del rápido crecimiento de los Estados Unidos en aquel tiempo y se opuso al concepto de “Destino Manifiesto”. Su mayor temor era que México fuera absorbido por los Estados Unidos. Para prevenir los futuros abusos norteamericanos, Lucas Alamán hizo encolerizar al Embajador norteamericano Joel Poinsett, negándose a abrir la Vía Férrea de Santa Fe al comercio con los Estados Unidos, hasta que se hubiese firmado un tratado comercial y, después, impidió el progreso de dicho tratado. Mr. Poinsett continuó involucrándose en los asuntos mexicanos y pudo provocar la caída de Alamán en septiembre de 1825, bajo las acusaciones de anglófilo, no democrático y traicionero. Antes de desaparecer de la escena política, sin embargo, este hombre de estado propuso la admisión de capital y capacitados mecánicos extranjeros, como remedio a la escasa población de México y la falta de fondos. Con esta innovación final, Alamán se retiró a sus intereses intelectuales y terminó su monumental Historia de México, antes de su muerte en 1853.
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Tal era la situación de los asuntos en México cuando se envió una comisión del gobierno de Su Majestad para averiguar las condiciones en este país desde su separación de España en 1821, por el Tratado de Córdoba. Estos caballeros, nombrados así por el Rey, abordaron el barco “Thetis” el 18 de octubre de 1823. Sus nombres eran:
M. Lionel Hervey, responsable de la Comisión;
Mr. Charles T. O´Gorman, quien se convertiría en el cónsul General de Su Majestad en México;
Mr. Mackenzie, quien se convirtió en el Cónsul Británico en Jalapa, Vera Cruz;
Mr. Thompson, Secretario de la Comisión;
Dr. Mair;
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Mr. Henry G. Ward, quien se convirtió en el Agregado Comercial de la Legación Británica y escribano de este primer viaje a México, así como futuro autor acerca de este país. En este viaje inicial no iba acompañado de su devota compañera de viaje y esposa Emily Elizabeth (Swinburne, de soltera), a quien debemos algunos de los más finos dibujos producidos en el siglo XIX. En 1825, él regresó nuevamente a México.
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El 11 de diciembre, el barco echó anclas en las afueras de la bahía de Vera Cruz. Mr. Ward estaba comisionado para llegar a tierra, a la mitad de la distancia de tiro del castillo de San Juan de Ulúa, todavía ocupado por los españoles. La suerte estaba con Mr. Ward cuando llegó a la casa del General Guadalupe Victoria, que en aquel tiempo era gobernador de la provincia y comandante en jefe del ejército; desconocido era para los ingleses que aquel día era el santo del general y que todos los oficiales de la guarnición estaban con él festejando la ocasión. Esta fortuita coincidencia no pasó inadvertida y ésta fue la primera de muchas veces en que Mr. Ward escribió acerca del placer con que la llegada de la comisión británica fue recibida. El General Victoria llegó a decir que, después de lograr la independencia para su país, su deseo más profundo en la vida había sido establecer una relación con Inglaterra.[12]
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Sin duda, es muy entretenido el relato de Mr. Ward acerca del viaje que realizó el grupo de Vera Cruz a la Ciudad de México, incluyendo “50 mulas de equipaje y tres carruajes ingleses, jalados por animales pertrechados”. Gracias a la fortaleza de los británicos y sus camas de bronce de campaña y, sobre todo, a sus mosquiteros, este muy difícil viaje terrestre fue exitosamente finalizado el 31 de diciembre. Pero, concluye Ward, “si esto fue un extraño espécimen de introducción a la diplomacia americana, habría pocos candidatos para las misiones a los Nuevos Estados entre los antiguos servidores diplomáticos de Su Majestad en Europa”[13].
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La llegada de la comisión fue, ciertamente, “una nueva época en la historia de América”. Había entusiasmo en ambos lados del Atlántico y, en una pequeña ciudad, Ward expresó su sorpresa al ser recibido con gran educación por un religioso, portando sus “vestidos sacerdotales...tal instancia de cortesía hacia los herejes es sorprendente...” Finalmente, el cansado grupo pudo apreciar la vista del Valle de México en donde, en el puente de Guadalupe, fueron encontrados por el Ministro de Asuntos Exteriores, no otro sino Don Lucas Alamán. Aquí fueron llevados por un largo carruaje, que anteriormente perteneció a Iturbide, a una casa en la Alameda, “en donde se les proporcionaba todo lo que pudieran desear”.
De esta manera comenzó lo que ha sido llamado “el segundo descubrimiento del Nuevo Mundo”. Ciertamente, este viaje marcó el inicio de una relación mas libre de restricciones con Europa, que también significó la llegada a las costas mexicanas de cada vez más ingleses y el consiguiente nacimiento de la comunidad británica. Muy pronto se estableció la primera institución británica en México, el Antiguo Cementerio en Tlaxpana.
[1] Enciclopedia Americana. Volumen 5, página 504.
[2] Ernest Gruening. Mexico and its Heritage. The Last Word of Mexico. (México y su Herencia. La Última Palabra de México). Página 51.
[3] Ibid
[4] Lesley Byrd Simpson, Many Mexicos (Muchos Méxicos). Páginas 206-207
[5] T.R. Fehrenbach, Fire and Blood. A History of Mexico (Fuego y Sangre. Una Historia de México). Página 366.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
* Criollo se refiere a individuos nacidos en América, de supuestamente pura sangre europea. Criollo tiene el mismo significado en el territorio español, es decir, coloniales.
* Mestizo significa, simplemente, “sangre mezclada”. Para 1800, sumaban 2 millones.
[8] Op. Cit. Fehrenbach. Página 367.
[9] Op Cit. Simpson. Página 205.
[10] Ibid. Página 207.
[11] Ibid.
[12] H.G. Ward. Traveling Through the Recently Independent Mexico (Viajando a Través del México Recientemente Independiente.
[13] Ibid.
II.- LA HISTORIA DEL ANTIGUO CEMENTERIO BRITÁNICO DE TLAXPANA, 1825-1926
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Tres siglos de dominio español no dejó duda alguna de que México era católico romano. La población nativa había sido conversa, al menos ostensiblemente; cualquier signo de herejía quede alguna manera se hubiera mantenido oculta en el país había sido combatida por la Inquisición. Así es que, después de la Independencia, surgió la urgente pregunta, “¿En dónde se puede dar sepultura decente a un protestante que tiene la mala fortuna de morir estando en este país, tan lejos de casa?” Y de esta imperiosa necesidad surgió la primera institución británica en México, el Antiguo Cementerio Británico, localizado en Tlaxpana, en las cercanías de la Ciudad de México.
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El primero de julio de 1824, el Comisionado Británico en México, Mr. Lionel Hervey (a quien conocimos a través de la bitácora de viaje de Mr. Henry Ward) se postuló para el gobierno mexicano a nombre de los británicos, quienes buscaban “asegurar los privilegios de que disfrutaban en otros estados, que están en camino de lograr una relación amistosa con Gran Bretaña”. Los privilegios más esenciales se enlistan a continuación:
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Libertad de propiedad y de las personas británicas en contra de cualquier acto del gobierno, surgido de sus relaciones políticas con otros países o de tensiones políticas entre los mismos mexicanos;
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Exención del servicio militar;
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Exención de cualesquiera “impuestos peculiares” o contribuciones no inherentes generalmente a la comunidad;
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Tolerancia a sus opiniones religiosas, libre ejercicio de sus ceremonias religiosas y la “decente celebración de los ritos de sepulcro de acuerdo a su propia creencia”.
A cambio de esos privilegios e inmunidades que fueron vistos por el gobierno mexicano, los firmantes, Lionel Hervey y Charles T. O´Gorman, aseguraron una conducta pacífica y ordenada, con “la debida deferencia y sumisión al gobierno bajo cuya protección vivirían en estricta obediencia a las leyes y con el más escrupuloso respeto a las costumbres, usanzas e instituciones, tanto civiles como religiosas, del pueblo mexicano”* Esta carta tiene el objeto de asegurar al gobierno mexicano que “el mayor disgusto de Su Majestad sería causado por cualquiera de los súbditos del Rey que fuera causa de ofensa al gobierno mexicano o a su población”.
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El 6 de julio, sólo cinco días después, se recibió de la pluma de Don Lucas Alamán una respuesta a la solicitud inicial, cubriendo separadamente cada uno de los “privilegios esenciales”, este anglófilo de tantos años debe haber sentido un gran placer en este proceso formal de dar la bienvenida a los ingleses para vivir a salvo en México. Las primeras tres consideraciones no significaron problema alguno y fueron fácilmente garantizadas. La cuestión de la libertad religiosa era más complicada. El Artículo 4 de la Constitución prohíbe específicamente la práctica de cualquier religión que no fuera la “católica, apostólica y romana”. De esta manera, no estaba en el poder de Alamán acceder a dicha libertad de culto sin causar “notable escándalo y mucho peligro”. Sin embargo, en su deseo de motivar a la comunidad anglicana, el ministro del exterior ofreció contactar al gobernador de cada uno de los estados de la República para solicitarles que eligieran un lugar apropiado para ser utilizado como camposanto para los ingleses. Pero no debía conducirse ninguna ceremonia religiosa en el lugar de las inhumaciones. Alamán extendió esta carta con un párrafo completo ensalzando el “excelente comportamiento” exhibido por los ingleses desde su llegada a México y, en recompensa a tan loable conducta, él prometió la protección completa de la ley.
Pasaron seis meses, durante los cuales fue designada una ubicación para el cementerio cerca de la Ciudad de México. En una carta fechada en 7 de febrero de 1825, el Cónsul General O´Gorman estaba nuevamente enviando una solicitud a la Oficina de Asuntos Exteriores: después de expresar su profundo agradecimiento por “el espacioso e independiente terreno”, cedido por el Gobierno Supremo y la Ilustre Municipalidad, reflejó una fuerte desaprobación a la estipulación del gobierno de que no hubiera muros o cualquier otro tipo de demarcación. En vista de su acuerdo de confinar los sepulcros al “mero acto de inhumación”, O´Gorman solicitaba al gobierno reconsiderar su posición y reconocer “la propiedad de guardar de todo insulto los restos mortales de los individuos británicos que murieron dentro del Distrito, sin profesar la religión católica romana”. Dos semanas después, el permiso fue otorgado con la condición de que los británicos financiaran por sí mismos la construcción del muro para demarcar su cementerio.
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Charles T. O´Gorman tenía razón en su complacencia por sus progresos en este asunto y, el 2 de marzo de 1825, escribió a la Oficina Británica de Asuntos Exteriores, a Mr. Joseph Planta, una nota triunfante. Describía “el amplio y conveniente espacio de terreno en las cercanías de la ciudad y declaró que fueron cedidas “sin cargo alguno de renta de ningún tipo”. Quería asegurarse de que la Oficina de Asuntos Exteriores fuera informada de su éxito en la obtención de la modificación de la “detestable cláusula” que negaba el permiso de construir un muro. Y expresó su expectativa de tomar posesión muy pronto. Posteriormente surgió el asunto del apoyo monetario para la más venerable de las instituciones británicas. O´Gorman escribió confiadamente de sus esperanzas de que “todos los gastos (sic) referentes al amurallado de los camposantos, así como fueran cedidos por los diferentes estados” fueran sufragados por el gobierno de Su Majestad, a través de las instrucciones y autoridad del Sr. Secretario Canning. Esto fue una repetición de una solicitud anterior en la que O´Gorman había expresado “mi convicción de la totalmente inadecuada circunstancia de que los residentes británicos cubrieran ese costo mediante suscripción voluntaria”. Además, O´Gorman calculaba que había menos de 200 extranjeros viviendo en la Ciudad de México que no pertenecían a la iglesia católica, por lo que dedujo que los pagos por los entierros no serían suficientes para el cuidado del cementerio durante el largo tiempo por venir.
Hasta este momento, el lector ha sido introducido a dos de los temas principales en esta historia: el financiamiento y el muro. Existen otros temas relevantes y recurrentes de los cuales nos informaremos a continuación, pero los dos tópicos ya presentados continuarán siendo objeto de discusión durante las reuniones y las minutas al respecto durante los siguientes cien años.
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Antes de examinar el tedioso tratado llamado “Regulaciones acerca de los Entierros en el Terreno del Panteón Británico en la Tlaxpana, sin las Barreras de la Ciudad de México”, demos un poco de vida a esta historia con una descripción del lugar que fue designado como cementerio, después de varios meses de búsqueda.
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El área conocida como la Tlaxpana se refería a una región “más allá de la garita”*, localizada al final del camino Ribera de San Cosme. Con frecuencia, estos aislados distritos a lo largo de las vías transitadas eran los territorios de los ladrones y los asesinos. Este lugar, la Tlaxpana, era una excepción. Un antiguo cronista de la ciudad describió el área como “el mejor, más placentero y saludable distrito de la ciudad”[1]. Don Manuel Rivera Cambas escribió: “Antes de que los cementerios (británico y americano) se establecieran aquí, había un parque o Alameda, en donde se detenían para descansar los carruajes de familias que iban a un paseo vespertino”[2]. Tlaxpana era muy conocida por su fuente, que contenía agua potable traída de Chapultepec a través de un acueducto.* Tal vez a causa de esta fuente, la plaza recibió el nombre indígena en náhuatl de Tlaxpana, que significa “un lugar barrido”.
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Una cita del libro México y sus Alrededores, 1855 y 1856 proporciona una clara idea del lugar “...la animación esterior (sic)...unos frondosos árboles...y allá en el fondo se contempla el Panteón de los Ingleses, contrastando su fría calma...”[3]
La antigua Calzada de Tlacopan, que recibía diferentes nombres desde el Zócalo* hasta “la pequeña y preciosa villa de Tacuba” fue reservada a ambos lados por Hernán Cortés. Él cedió terrenos de este agradable lugar a sus soldados favoritos, con sus totalmente frescas asociaciones de la ruta de los españoles por los defensores aztecas. El terreno en donde existió el cementerio era la ubicación de una gran casa que perteneció a Cortés. El terreno adyacente al cementerio, conocido como el “Rancho de los Tepetates” todavía pertenecía a los descendientes del conquistador hasta 1880, de acuerdo con Rivera Cambas.
Ciertamente, parecería que el gobierno mexicano hizo un gran favor a la amistosa comunidad británica cuando le cedió este terreno en específico para ser utilizado como cementerio protestante. Algunas fotografías antiguas confirman la presencia de altos árboles, campos sembrados y huertos...Esto es lo que escribió, describiendo la región de Tlaxpana en 1826, el Capitán G.F. Lyon, quien fue comisionado por las compañías mineras de Real del Monte y Bolaños a venir a México a un viaje de inspección: “Entre las espléndidas residencias, las bien pavimentadas calles y los adecuadamente definidos carriles para los carruajes, es difícil creer que, en este lugar, miles de indígenas encontraron la muerte defendiendo la tierra”[4].
Si esta descripción tuviera que ser actualizada para efectos de encontrar el antiguo Cementerio Británico en un mapa actual, diría algo como: en auto, siga el Circuito Interior hacia el norte, hasta el entronque con la Calzada México-Tacuba; ahí, viendo hacia abajo por el paso a desnivel, hacia la derecha, hay un pequeño parque con una capilla de sorprendente pureza arquitectónica. Usted está mirando el lugar del Cementerio de Tlaxpana. Imaginar la pastoral tranquilidad del ayer en los lugares actuales requiere un increíble esfuerzo de la imaginación.
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El Acta de Propiedad fue entregada el 27 de abril de 1825, emitida por el Secretario del Consejo Ciudadano de la Ciudad de México, Lic. José María Guxidi y Alcocer. Adjunto al acta había una copia del trazo del plano del terreno. Se formó una comitiva de dignatarios para escoltar al Cónsul Británico hasta el lugar que, a partir de entonces, serviría como cementerio protestante y, a través de muchas formalidades y rituales expresados en elocuentes términos, se obtuvo la propiedad.
El primer entierro no demoró mucho. El Honorable Augustus Waldegrave, que formaba parte del personal de la legación de Su Majestad, había recibido un balazo accidental y había muerto en una expedición de cacería, en la Hacienda de Cristo. Su cuerpo había sido enterrado en el jardín de la Legación. El anteriormente mencionado Capitán Lyon hizo una visita a la casa de Henry Ward, entonces Agregado Comercial, y describió el inmenso jardín donde, entre árboles florales, vio la tumba de su llorado amigo Waldegrave. En aquel entonces, Ward vivía en lo que era el palacio del Conde de Buenavista, en la calle de Puente de Alvarado No. 50*.
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Poco después de la apertura del Cementerio Británico, el cuerpo de Waldegrave fue nuevamente inhumado en Tlaxpana, el primer entierro que tuvo lugar allí. Pero la historia todavía no termina: el 8 de marzo de 1827, el Cónsul General O´Gorman envió una misiva al Gobernador del distrito, quejándose amargamente de que la tumba de Waldegrave había sido “víctima del pillaje y el saqueo”, el primero de muchos incidentes similares.
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Las regulaciones que gobernaban los entierros en el Cementerio Británico eran muchas y variadas para aquellos forasteros que murieran en el Distrito Federal de la Ciudad, “fuera de los límites de la religión católica romana”. Esta última frase fue muy usada en la correspondencia. Para comenzar, a pesar de que a varias nacionalidades se les permitía celebrar sepelios en el cementerio, era obligatorio enviar una solicitud al cónsul británico. En segunda, era necesario el permiso del gobernador de la ciudad para que el cadáver pasara la guardia policíaca en la barrera (“garita”) de San Cosme, o cualquier otra barrera que tuviera que pasarse para llegar al camposanto. Era estrictamente obligatorio que un mensajero del consulado estuviera presente “a la hora precisa de cruzar la barrera”, para constatar que se preservara el orden.
Como ya se ha dicho anteriormente, no debía haber ceremonia religiosa pública en el cementerio. Por esta razón, los amigos y familiares eran citados a los ritos religiosos, que debían tener lugar “antes del retiro del cadáver de la habitación en donde había ocurrido el deceso”. El acuerdo intentó mitigar la cláusula de la “mera inhumación del cuerpo”, dirigiendo a los deudos a la parte izquierda del camposanto, en donde existía un “Salón de Depósito” y en donde, tras las puertas cerradas, se podía leer una oración a cuerpo presente, antes de llevar el cadáver a la tumba.
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Estas restricciones, y muchas más que les siguieron, fueron consideradas necesarias por las autoridades de la ciudad y se basaban en el “estado de tranquilidad y sentimiento públicos” en el momento en que se iniciaron. El recuerdo de la Inquisición todavía estaba muy fresco en muchas mentes. Se sugería insistentemente que hubiera “una escolta para mantener el orden durante las procesiones funerarias desde la ciudad...para mantener al margen a los espectadores y para impedir las conductas impropias durante el entierro”. El autor continúa señalando que “un cabo y cuatro hombres eran suficientes para mantener el orden”.
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Sólo se permitía que los amigos y familiares del difunto presenciaran el entierro y, sin autorización del Cónsul, no se permitía el acceso a visitantes. El vigilante tenía órdenes estrictas de permitir la entrada de materiales para construir los monumentos, “pero no permitir el retiro de ningún material sin la venia del Consulado”. A este vigilante se le asignaba un salario semanal para cortar “la vegetación y retirar la basura sobre y cerca de los muros...limpiar los techos...y mantener limpias las tuberías para que el agua corriera libremente”. A la derecha de la entrada estaba la habitación del vigilante: “Tiene permitido contar con un cobertizo adicional con el propósito de hacer tortillas, atole, y la facultad de circular por el vecindario; puede tener un par de caballos o mulas para uso de su carruaje; pero tiene estrictamente prohibido permitir que cualquier familiar o persona resida en sus instalaciones”.
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Este largo y detallado reporte, redactado por el Cónsul General O´Gorman, terminaba con muchas páginas de cantidades referentes a los salarios propuestos para los trabajadores adicionales, es decir, los excavadores de diques durante las fuertes lluvias, los que cargan los ataúdes y los que “manejan las cuerdas y las alzaprimas y las espadas”, a pesar de que los últimos objetos debían estar bajo la responsabilidad del vigilante.
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Se realizó un registro completo de cada entierro en Tlaxpana durante la década de 1827 a 1837. Contamos con un “Índice de la Correspondencia relacionada con los entierros”, que contiene una lista meticulosa de cada permiso otorgado para “pasar el cuerpo de (nombre) al panteón”, con la garantía de que el finado no fuera católico. Cuando la muerte era de un sirviente, esto era anotado en la correspondencia, así como si el difunto era de otra nacionalidad. (Había unos pocos alemanes, norteamericanos y franceses enterrados allí en aquel tiempo). Aparentemente, el paso por la “garita” era un asunto serio. En 1833, dos sujetos británicos se ahogaron en Coyoacán y fueron llevados a enterrar a Tlaxpana. Hay registro de entierros simultáneos de marido y mujer, así como de bebés nacidos muertos, de niños y de un clérigo muerto por cólera. De hecho, hubo 18 entierros de víctimas de cólera durante 1833. Hay un reporte de sepultura de Mr. Charles Mairet, el Cónsul Suizo, quien fuera “salvajemente asesinado por ladrones”. Estos registros confirman claramente la necesidad que existía en aquel tiempo de un cementerio protestante, en las cercanías de la “Novilísima Ciudad de México”.
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Obviaremos el “Inventario de Accesorios, Utensilios y Materiales Diversos en el Cementerio Británico”, compilado por O´Gorman en 1837. De mayor interés es la “Lista de Británicos Notables, Mercaderes y Comerciantes residentes en la Ciudad de México”. Da la impresión de que en esta lista estaba incluida en la correspondencia del cementerio, con el fin de convencer a la Oficina de Asuntos Exteriores de la incapacidad de la comunidad británica existente de hacerse cargo de las finanzas y el mantenimiento del cementerio. El Cónsul establece que el número de individuos británicos en la Ciudad de México en 1837 era 120, “de los cuales, al menos dos terceras partes son artesanos y obreros, por lo que no puede esperarse que puedan hacer contribución anual alguna”. ¡Ah! Pero “los Británicos Notables”, incluían a 18 comerciantes, dos doctores en medicina, un pintor de retratos, tres corredores y “hombres de negocios”. En esta última categoría entraban los siguientes: un fabricante de relojes, un dueño de factoría de algodón, uno o dos dueños de tiendas, un plomero, un sombrerero, un cervecero, un fabricante de carruajes, dos dueños de cafeterías, un pintor de anuncios y un encargado de un establo. El número total fue aumentado por personal de la Legación, el Consulado y el Comisariato. Estos números nos dan una pequeña perspectiva de la embrionaria comunidad británica, diez años después de la fundación de su primera institución.
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Si el Cónsul General Charles O´Gorman no hubiera dejado más rastros de su enorme contribución a los británicos en México*, este tratado acerca de la manutención del cementerio le hubiera asegurado un lugar en la historia. Página tras página están cubiertas con su fina caligrafía, describiendo temas tan prosaicos como la excavación de diques, la construcción de una barda e incluso varias sugerencias sobre las mejores fuentes de arena, para que sea utilizada por los morteros en la colocación de los cimientos. La siguiente prosa merece ser citada en resumen, es decir, en una frase:
“Los diques que rodean tres lados del terreno, al norte, al este y al sur, fueron limpiados y profundizados adecuadamente durante el proceso de trabajo del recinto, siendo el gasto uno de los costos sufragados por el gobierno de Su Majestad, ya que el pantanoso estado del terreno requiere de toda la tierra firme que fue retirada de los diques y del río, para elevar el nivel del interior, como se expresó en los estimados y, especialmente, para elevar todo el espacio en donde están situadas las construcciones, la puerta de entrada y el puente; como el Municipio ha elevado los dos caminos laterales cerca de 4 pies para controlar las inundaciones, el cementerio se hizo proporcionalmente más bajo y más expuesto a la inundación, y las construcciones, así como el terreno, serían inservibles durante la estación de lluvias”.
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Ahora, el lector ha sido introducido a un tercer problema permanente, que ha asolado al Cementerio Británico durante sus cien años de existencia: las inundaciones. Pero volvamos a las finanzas, porque parece avecinarse una crisis.
El cónsul General O´Gorman, tan exitoso en la mayoría de sus proyectos, aparentemente no fue capaz de alcanzar un acuerdo satisfactorio en lo que se refiere a los fondos para el mantenimiento del cementerio. Entre los años de 1853 y 1859, el Cónsul Británico de su Majestad, Mr. Frederick Glennie, tuvo a su cargo no solamente la entera responsabilidad de la administración de los cementerios, sino que también tuvo la responsabilidad financiera de los mismos. Tan heroica fortaleza de parte del Cónsul Glennie expiró finalmente, pero no antes de emitir una factura personal por $800, justificando cada centavo como pago por haber “mantenido las cuentas con la mayor precisión y regularidad”. El Cónsul Interino, Mr. John Walsham, convocó a una reunión en el Consulado Británico, ubicado en la Calle de San Agustín No. 9. Aproximadamente 15 caballeros acudieron a la invitación y, por decisión unánime, se le expresó “el más profundo agradecimiento” al Cónsul Glennie. Inmediatamente, resolvieron tomar las acciones necesarias para reembolsarlo; al final de la reunión se habían recolectado $400 para el pago de Glennie y se recibieron $100 más a manera de abono anual. También se conformó un comité de tres personas para tomar la administración: Mr. Nathaniel Davidson fue electo tesorero, y los señores William Jolly y Thomas Phillips fueron seleccionados como fideicomisarios. Con el fin de recibir apoyo de la corona, era imperativo formar este comité para cumplir con las disposiciones de la frecuentemente mencionada Acta 6. Geo: IV, capítulo 87. La junta terminó con la solicitud de Mr. Walsham de “reportar los procedimientos de la junta ante el gobierno de Su Majestad, y suplicarles se plazcan tomar bajo su consideración las necesidades presentes del Cementerio Británico...si así les parece adecuado, destinar alguna ayuda monetaria para el seguimiento de los asuntos que la Junta ha observado...”
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La primera Junta General fue prorrogada con el anuncio de que las cuotas de los sepelios seguirían sin alteración: diez libras por individuos británicos y veinte para los extranjeros. Pero también se determinó que las cuotas por la construcción de monumentos luctuosos ($36) y por cercar las tumbas con barandillas ($50) eran exorbitantes y requerían regulación.
El año de 1859 fue muy significativo en la historia del Cementerio Británico, además de la situación que se ha descrito anteriormente. Uno de los primeros actos registrados de robo fue descubierto cuando se encontró que un pequeño mosaico de mármol había sido retirado de una prominente tumba. Se realizó una investigación que representó un costo de $39.62 ½ (sic) para el fondo del cementerio y la pieza faltante fue recuperada, habiendo estado en manos de un escultor italiano. Este suceso hizo más evidente la necesidad de una más extensiva construcción de muros divisorios, así como de reparación de los ya existentes.
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Sin embargo, y aún más persistente que el robo, en materia de seguridad también se tenía el problema de la lucha entre el Partido Conservador, representado por la Iglesia Católica, y los Liberales, bajo el liderazgo de Don Benito Juárez. Durante tres años (1858-1861), este devastador conflicto mantuvo a la República entre sus garras. Ya había tenido lugar una batalla en Tlaxpana en 1858, cuando unas balas de cañón de doce libras dañaron considerablemente al cementerio. El suburbio de San Cosme era un frecuente campo de batalla, recibiendo “disparos y proyectiles”, de acuerdo con las Minutas. Cuando Juárez fue electo presidente, ratificando la victoria de los Liberales en el campo, se adoptaron las famosas Leyes de Reforma y la Iglesia y el Estado fueron declarados independientes uno del otro. Pero, a pesar de que el partido liberal mantuvo el capital, los rebeldes conservadores continuaron su guerra de guerrillas en el país. La amargura, por ambos lados, era aguda, pero alcanzó su cima cuando los conservadores asesinaron a Melchor Ocampo, hombre de estado liberal, después de su retiro de la política para vivir pacíficamente en su hacienda en Michoacán.
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El Cónsul Gennie escribió un particularmente fino análisis de la amenaza militar al cementerio. La siguiente cita proviene de las Minutas de la Junta de los Residentes Británicos en la Ciudad de México, el 21 de diciembre de 1859:
“Con referencia a las reparaciones del cementerio...considerando el incierto estado presente de los asuntos de la República y la improbabilidad de que la tranquilidad sea restablecida sin un conflicto que tenga lugar en la capital; considerando que, en el evento de un ataque a la ciudad, que probablemente sucederá, como regularmente ha sido el caso, precisamente del lado en donde se localiza el Cementerio Británico y, en la instancia presente, en que se espera un conflicto mucho más serio, no solamente a causa de la virulenta animosidad que cada contendiente guarda hacia el otro, sino del hecho de las extensivas fortificaciones que han sido construidas en el área inmediata al cementerio; considerando, en resumen, que el Cementerio Británico se encuentra circunscrito dentro de fuertes muros, por lo que calificaría en la guerra mexicana como una posición militar o, al menos, como pantalla para muchas tropas de reserva que fuesen destinadas a la defensa de las anteriormente mencionadas fortificaciones, en cualquiera de cuyos casos, los muros del cementerio sufrirían un daño incalculable de los batallones de ataque, sería de la opinión del Cónsul de su Majestad (a cuya presencia acudimos todos los concurrentes) que sería imprudente continuar con cualquier tipo de construcción en el predio del cementerio, hasta que la Revolución, que ahora azota al país, llegue a su término...”
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Estamos en 1861 y, nuevamente, las reparaciones tuvieron de retrasarse hasta que “existan más razones para esperar que la tranquilidad será restablecida y sostenida en esta nación”. Finalmente, en 1864, las condiciones permitieron que comenzaran las obras de construcción en los muros, para proteger la propiedad de las depredaciones, “y también para proporcionar a este lugar de último descanso de tantos de nuestros compatriotas, una apariencia de decencia, de la cual carece en su condición actual”.
No es exagerado decir que una gran parte de la historia mexicana se encuentra reflejada en la historia del Cementerio Británico. Consideremos el hecho de que, en 1847, muchos oficiales norteamericanos, muertos durante la invasión de los Estados Unidos a México, fueron enterrados en Tlaxpana y luego transportados al Cementerio Norteamericano adyacente. Unos 15 años después, cuando se registró en las Minutas que la situación en México era suficientemente estable para permitir la construcción en el cementerio, la situación política puede describirse en pocas palabras:[5] el ostensiblemente victorioso Partido Liberal estaba en desesperada bancarrota y no era capaz ni de pagar su deuda externa ni de compensar a los extranjeros por los daños ocasionados durante la guerra civil; el Partido Conservador, especialmente los clérigos, permanecieron en una postura intransigente incluso en la derrota y fomentaba la intervención extranjera; Inglaterra, Francia y España estaban intentando obligar la indemnización y llegaron al punto de firmar un tratado que los unía en este esfuerzo en común. Napoleón III, con sus ilusiones de impero, a través de un falso plebiscito pudo imponer al Archiduque Maximiliano de Habsburgo en el “trono” de México. De esta manera, en 1864 se reportó que el emperador y la emperatriz, es decir, Maximiliano y Carlota, se detenían con frecuencia en el Cementerio Británico durante sus paseos matutinos desde el Castillo de Chapultepec. Allí descansaban y bebían una taza de café o un vaso de agua, atendidos únicamente por la anciana cuidadora Doña Elena Doxal[6]. De igual manera, en las Minutas de 1864, se enumeran los siguientes egresos:
Cavado de tumbas: Por cada una: $ 3.00
Podado de árboles y cortado de leña: $11.72
Limpieza de ríos y diques: $25.00
Iluminación con ocasión de la llegada del Emperador Maximiliano I: $ 3.08
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Uno de los problemas recurrentes del siglo XIX en el Cementerio Británico fue el de las autorizaciones para los entierros. Con la cuestión del Estado y la Iglesia en una prolongada agitación, parecía inadmisible para el Cementerio Protestante Británico verse involucrado en cualquier gran extensión. En 1851, sin embargo, el Cónsul Británico extendió un permiso para el entierro del General Don Manuel Gómez Pedraza, quien murió siendo protestante. Diez años después, en General Don Santos Degollado fue asesinado por los conservadores y, después del servicio funerario oficiado por un sacerdote mexicano en la capilla del panteón de San Fernando, la familia condujo los restos mortales al Cementerio Británico para su entierro.* Esta práctica, si se hubiera permitido que continuara, hubiera generado verdaderos problemas con el sector clerical mexicano. Así, en 1867, el cónsul Glennie recibió autorización de la Corona de permitir entierros católicos romanos “sólo si hay espacio disponible” y cobrar a los solicitantes las cuotas establecidas para los individuos no británicos.
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Es interesante seguir la organización del Cementerio Británico pues era, bajo toda apariencia, muy poco ordenada pero altamente efectiva. Tal vez una de las razones de su efectividad radicaba en la increíble continuidad del personal del comité. Mr. Thomas Phillips fue el fideicomisario de 1859 hasta su muerte. Después de su fallecimiento, su hijo, Charles O. Phillips, se convirtió en miembro del comité (1891) y, para 1898, Thomas Rupert Phillips fue fideicomisario, como lo había sido su abuelo.
Otra familia Phillips, de Pachuca, produjo otro Thomas, conocido como “Lakeside”, quien también estuvo cercanamente relacionado con el cementerio.**H. E. Bourchier y William B. Woodrow, ambos pioneros en el campo de los seguros en México, contribuyeron con muchas horas a la administración del cementerio, así como con espacios para oficinas en Vergara No. 4, en donde Woodrow era, con frecuencia, el anfitrión de las reuniones. Mr. George Biorklund y Mr. C.T. Ambridge se encontraban entre las primera personas en acudir a las junta del cementerio, además de Mr. charles Blackmore y el reconocido hacendado, el propietario de Miraflores en Chalco, Felipe N. Robertson. Éste último fue designado para escribir una historia del Cementerio Británico en 1902, cuyo resultado nunca fue reportado. Otra vitalicia figura y propietario de hacienda, Mr. richard honey, de Ixmiquilpan, en el Estado de Hidalgo, fue fideicomisario del Cementerio Británico al final del siglo pasado. Regularmente, el Ministro de la Iglesia de Cristo jugaba un importante papel en los asuntos del cementerio; el nombre del Reverendo W. Jones-Bateman aparece con frecuencia en las minutas, aproximadamente de 1903 a 1912. Y, desde luego, el Cónsul Británico también figuró por mucho tiempo, como puede apreciarse en los casos de Charles T. O´Gorman y Frederick Glennie; muy pronto, las poderosas personalidades de Sir Reginald Tower y Sir Lionel Carden, ambos Ministros Británicos, se harán sentir en esta historia del cementerio.
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Las reuniones del comité del cementerio se realizaban en varios lugares. La oficina del Cónsul Británico Glennie se localizaba en la calle de San Agustín No. 9 y allí se celebraba la reunión anual general. En principio, lo anterior significaba una concurrencia de tal vez una docena de individuos británicos con conciencia cívica, quienes se mostraban dispuestos a conducir el carruaje con caballos, a altas horas de las noches de enero o febrero, para atender los asuntos del cementerio. Cuando la congregación se hizo mayor, cerca del cambio de siglo, la reunión anual general se realizaba en el Hotel Jardín, en la esquina de San Juan de Letrán y 16 de Septiembre. A menos que hubiera una razón especial, el comité del cementerio se reunía dos o tres veces por año y esas sesiones se realizaban en la oficina de algún miembro (frecuentemente en las oficinas centrales de Watson Phillips & Co., en la calle de Don Juan Manuel No. 10) o en el Club Británico. Esta última institución, que estaba destinada a convertirse en un factor principal para la Comunidad Británica durante al menos 60 años, estaba convenientemente ubicada en la calle de Coliseo, sobre el Teatro Principal. No solamente era este un sitio central sino que, aparentemente, había grietas suficientemente amplias en el suelo como para que los miembros tuvieran una buena vista de las actuaciones en el escenario de abajo. Posteriormente, el Club Británico se mudó a la calle de Coliseo Viejo, en donde, a pesar de ser menos excitante que el local anterior, también proporcionaba cierto entretenimiento, al estar situado sobre el famoso restaurante Sylvain.
Nuevamente, la historia de México puede verse reflejada en el espejo de las minutas del Cementerio Británico. Después del trágico fiasco de la intervención francesa, las relaciones diplomáticas entre Inglaterra y México fueron suspendidas. Los ejecutivos de Watson Phillips & Co. se hicieron cargo de la administración del cementerio, con los cargos de tesorero y fideicomisario, en ausencia de un representante oficial del gobierno británico. Esta situación duró de 1867 a 1891 cuando, finalmente, Sir Lionel Carden, Cónsul Británico, escribió un memorándum bajo la instrucciones del Marqués de Salisbury, a nombre del gobierno de Su Majestad y con la aquiescencia del Gobernador del Distrito Federal. Sir Lionel Carden convocó a una reunión para considerar la transferencia de derechos de posesión y el uso del cementerio a un comité de personas privadas que representaran a la Comunidad Británica. Durante cerca de 20 años, el cementerio había estado bajo el control administrativo de una empresa comercial, la compañía de importaciones y exportaciones Watson Phillips & Co.
Pero, si esta situación casual parece sorprendente, al menos fue dictada por las circunstancias resultado de la ruptura de las relaciones diplomáticas. Y, de hecho, se formó un comité de tres caballeros en 1891, para reemplazar a Watson Phillips en la administración. Pero, entre 1891 y 1898, no existe registro de reunión oficial alguna, ni siquiera sobre el Sylvain. El comité había desaparecido cuando dos de sus miembros habían partido de México y el tercero, Mr. Charles O. Phillips había muerto; una vez más, Watson Phillips & Co., bajo en mando de Mr. Thomas R. Phillips, estaba actuando como tesorero y fideicomisario. El Cónsul Británico Carden insistió en convocar una junta general de los suscriptores del Fondo del Cementerio Británico, siendo cada uno de ellos una poderosa figura dentro de la Comunidad Británica: Mr. T.R. Phillips, Don Felipe Robertson y Mr. Richard Honey, a quien el Presidente Porfirio Díaz llamó “Gran Bretaña” a su muerte. Este triunvirato aumentó a un grupo de nueve elementos en 1902, que oficialmente incluía al Cónsul Británico y al rector de la Iglesia de Cristo; a todos se les solicitaba ser británicos de origen. El Club Británico fue designado como el lugar oficial de reunión, a pesar de que todavía no ocupaba su última ubicación en la calle de Capuchinas, es decir, Venustiano Carranza.
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Revoluciones, emperadores y comités: todos vienen y se van. La única condición que parece ser permanente es la inundación. Tanto si se trata del viejo cementerio en Tlaxpana como del “Nuevo” Cementerio Británico en Tacuba, parece seguro decir que más daño se ha causado por las crecientes aguas que por el robo, la violencia y la contaminación combinadas. El Río Consulado era frívolo, en un rango que iba desde el cauce seco de río hasta un amenazante torrente de agua. En 1898, sólo 13 años después de que se había realizado costosas reparaciones, las fuertes lluvias provocaron que el Consulado se desbordara. Seis pies de agua se llevaron parte del muro del oeste, el del norte y la casa entera del vigilante. Esta situación provocó la primera de seis investigaciones por parte del gobierno mexicano, que indudablemente mantuvieron al Comité del Cementerio en un estado de tensión. El Sr. Ramón Corral, Gobernador del Distrito Federal, escribió una carta fechada el 16 de abril de 1901 al Cónsul Británico, demandando que las personas fallecidas a causa del tifus fueran sepultadas en un área especial y aislada del cementerio. Esta medida fue solicitada con el interés de mejorar los niveles de salubridad del México porfiriano. El comité respondió que, a pesar de que solamente se habían registrado nueve casos de tifus en los últimos diez años, sería indudablemente compatible con los requerimientos de la Oficina de Salud tan pronto como se especificaran. Un mes después, el 18 de mayo, esta extrañamente insulsa correspondencia se terminó con la aceptación del Distrito Federal del cementerio en su condición presente y el asunto quedó concluido, al menos de manera temporal.
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El año de 1907 fue testigo de otro intercambio de cartas oficiales entre la Oficina de Salud del Distrito Federal y el Cónsul Británico, Reginald T. Tower.* Había fuertes rumores de que se prohibirían más entierros y de que la clausura del cementerio inminente, por razones de salubridad pública. Tower, reconocido como hombre de acción, inmediata y personalmente investigó los rumores, después de lo cual, recibió un comunicado oficial que negaba cualquier intención al respecto. Sin embargo, con base en el temor, el Comité del Cementerio votó para conservar el área sepulcral original y, de ser necesario, cedería la porción de terreno que no estaba siendo utilizada al Gobierno Mexicano, a cambio de otro terreno adecuado.
Entonces, sucedió la más desastrosa inundación, cuando las aguas alcanzaron los dos metros de altura. No había llovido en la ciudad aquel día, el 3 de octubre de 1915; así que la acumulación de nubes en las montañas, que enviaron torrentes a los valles, fue inesperada. La primera construcción en resentir el golpe de las furiosas aguas fue el Cementerio Americano; posteriormente, cayeron los muros que dividían los dos panteones. Como el Cementerio Británico se encontraba a un nivel de terreno más bajo, sufrió una inundación inmediata y las aguas no cedieron hasta el 6 de octubre. Sólo refugiándose en las escalinatas de la capilla pudieron sobrevivir la cuidadora y el vigilante, y cincuenta tumbas y monumentos tuvieron que ser reemplazados. Al año siguiente reapareció el patrón acostumbrado: la Oficina de Salud envió un comunicado oficial ordenando la clausura inmediata del cementerio. Thomas B. Hohler, Chargé d´Affaires de Su Majestad Británica, pudo conseguir una revocación de dicha orden cuando, bajo minuciosa inspección, las autoridades de salubridad quedaron satisfechas con el cuidado de los terrenos y el cumplimiento general con las regulaciones sanitarias. Esta fue la tercera ocasión en que se repitió la rutina.
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Las finanzas se encontraban bajo control, gracias a las generosas contribuciones de los británicos residentes en México. El país estaba en paz, al menos aparentemente, gracia a las políticas dictatoriales de Don Porfirio y sus rurales, encargados de resguardar la ley. En la comunidad británica había una próspera imitación de sus compatriotas en todo el mundo en donde floreció el imperio. En este ambiente de opulencia y estabilidad, el 9 de junio de 1904 se convocó a una Junta Especial a todos los británicos interesados en asuntos relacionados con el Cementero Británico. El pequeño grupo que pudo reunirse en la oficina de seguros de Mr. William Woodrow fue informado que Sir Weetman Pearson, quien posteriormente se convertiría en Lord Cowdray, había expresado su deseo de erigir un monumento en el Cementerio Británico. La junta, “después de profunda discusión, acordó aceptar la propuesta”. Se le solicitó a Mr. Woodrow que contactara a Mr. Pearson para conocer “sus puntos de vista e intenciones de manera más precisa”.* En la Reunión Anual General, realizada año y medio después, en enero de 1906, el deseo de Sir Weetman Pearson de erigir un monumento “a la memoria de sus empleados que habían muerto en México” se hizo público. Pocos meses después, S. Pearson & Son, Ltd. hizo una solicitud de asignación de un terreno de 396 metros cuadrados para la construcción de una Capilla Conmemorativa. Se nombró un comité especial, en el que figuraban los ya familiares nombres de los señores H.E. Bourchier, Thomas Phillips y William B. Woodrow. Mr. John Body quedó a cargo de realizar los trámites a nombre de los Pearson. Mr. Body, quien era el enormemente talentoso Primer Ingeniero para todos los proyectos de la empresa y traductor personal de Mr. Pearson, resultó ser un valioso vínculo en cada contrato y proyecto de la misma.
Justo cuando parecía que los asuntos comenzaban a avanzar y la Capilla Cowdray estaba a punto de convertirse en realidad, el comité comenzó a albergar serias dudas de naturaleza moral. Dichas dudas se expresan en una carta a Mr. John Body, fechada el 8 de noviembre de 1906: “...que el asunto de salubridad de, en última instancia, cerrar el cementerio para futuros sepelios, pueda volver a surgir en el futuro inmediato y no tengamos el poder para enfrentar una orden del gobierno mexicano para que se cierre el cementerio”. Esta misiva dice que, a pesar de que se agradece profundamente la oferta, el comité no puede aceptarla moralmente hasta que no se tuviera asegurado el futuro del cementerio. Se propone buscar la oportunidad de hablar personalmente con Mr. Pearson y sugerir que la oferta se extienda al “nuevo terreno que confiamos que el gobierno mexicano nos ceda a cambio del presente cementerio”. Nuevamente, Mr. Reginald Tower probó su efectividad, pues tan pronto como el gobierno mexicano fue informado de la oferta de Mr. Pearson de construir una capilla, obtuvo inmediatas garantías de permanencia y uso irrestricto de la propiedad del cementerio.
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El 12 de mayo de 1909, la inauguración de la Capilla Conmemorativa de Todas las Almas tuvo lugar en una ceremonia vespertina, que incluyó la presentación de la “Escritura de Dote” al Chargé d´Affaires de Su Majestad, Mr. Ronald Mackay. Habían pasado cinco años desde que Weetman Pearson había hecho público su deseo por un tributo tangible a sus trabajadores que habían muerto en México. El arquitecto inglés Charles S. Hall, reconocido por haber construido el Palacio Municipal de Puebla, estaba justificadamente orgulloso de su más reciente logro. No es difícil imaginar la fina impresión causada por este hermoso edificio resultado de la unión de los esfuerzos de dignatarios británicos y mexicanos: su cálido exterior de tezontle* brillando bajo el sol del atardecer, mostrando una serenidad y dignidad que han durado por más de ocho décadas.
El Comité del Cementerio procedió a elaborar una lista de once reglas para el uso de la capilla, cuya prioridad serían los servicios fúnebres. El mantenimiento se realizaría a través de contribuciones voluntarias y cuotas de sepelios. Se solicitaba que los visitantes firmaran un libro de visitas, que se guardaba en la sacristía. Las Minutas de 1910 expresan agradecimiento a Mr. Reginald Tower por la “hermosa Biblia y libro de oraciones” que donó a la capilla. Y, admirablemente, por primera vez en casi cien años de existencia del cementerio, el comité mostró reconocimiento a las Damas Auxiliares del Fondo Británico de Benevolencia por ser la mejor alternativa para hacerse cargo del cuidado de la capilla.
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El final de una era se acercaba rápidamente, y eran muy pocas las personas que no se vieron afectadas por la creciente ola de cambios y revolución. Tal vez los miembros de la comunidad británica sintieron que habría necesidad, en el futuro inmediato, de proteger sus instituciones, para preservar al menos una sensación de orden en un mundo que, muy pronto, se vería envuelto en la violencia y el caos. A principios de 1911, muchas organizaciones, que hasta entonces habían operado de manera independiente, unieron fuerzas bajo el nombre de Sociedad Británica. La intención es que fuera una institución secular, en manos de una administración laica y abierta a los individuos británicos sin restricciones relacionadas con el credo. Con esta amalgamación, el Cementerio Británico, la Iglesia de Cristo y el Fondo del Orfanato de Victoria Jubilee se unieron y, muy pronto, el proceso de integración fue mayor con la inclusión del British Relief Fund, todos coordinados dentro de las regulaciones de la Sociedad Británica de México. Fue así como los registros del Antiguo Cementerio Británico en Tlaxpana pasaron a formar parte de los asuntos de la comunidad y perdieron su identidad individual.
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Un interesante asunto, como signo de los tiempos, se reporta en los documentos Inman: en 1914. El Ejército Revolucionario de Chihuahua estaba utilizando la entrada del cementerio de Tlaxpana a manera de almacén. El famoso billete de “Dos Caras”* eran la moneda de cambio por alimentos, ropa y otras necesidades de esta andrajosa banda de soldados de guerrilla. Esta es solamente otro ejemplo del papel que este histórico lugar y panteón tuvo en la historia de México.
A pesar de que el cónsul británico había mostrado una extraordinaria habilidad para eludir los variados tratados del gobierno mexicano, era obvio que los días estaban contados para que el cementerio de Tlaxpana fuera forzosamente cerrado por las autoridades. Además, el cementerio estaba a punto de agotar su capacidad. Así, cuando el Grupo de Administradores de la Sociedad Británica encontró un terreno adecuado, cerca de los demás cementerios extranjeros, se dio prisa para adquirirlo. A un costo de 26 mil pesos por 21,432 metros cuadrados, la compra tuvo lugar en marzo de 1923. Los fondos provinieron de los tres bancos británicos que operaban en México; cada uno de ellos aportó la misma cantidad hasta recolectar 30 mil pesos, permitiendo así un excedente para el vallado, la siembra y la provisión de agua. En un panfleto titulado “Cementerios Británicos en la Ciudad de México”, la Sociedad Británica envió una solicitud de contribuciones a la comunidad británica, para cubrir los costos de esta gran inversión.
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¿En dónde se localizaría este nuevo cementerio británico? En la antigua ciudad de Tacuba, ubicada en el lejano extremo oeste de una de las más antiguas calzadas, la Calzada de Tlacopan, lo cual significa que los nuevos panteones estarían en la continuación de la vieja ruta, simplemente a las afueras de la ciudad. Viajando hacia el oeste desde la Alameda hacia la nueva ubicación, se tenía que pasar por la primera Legación Británica en Puente de Alvarado No. 50; a la derecha, se veía la esculpida fachada de la Casa de los Mascarones; al llegar a Popotla, se podía ver el Árbol de la Noche Triste, en donde se dice que Cortés derramó algunas lágrimas mientras su ejército era vencido por los guerreros aztecas, quienes fueron vencedores temporales en su defensa a Tenochtitlán. La villa de Tacuba, o Tlacopan, que significa “lugar de esclavos”, tenía una larga historia desde la era de la llegada de los españoles: Muchas veces conquistada por tribus indígenas vecinas durante el siglo XV, Tlacopan no opuso resistencia cuando atacaron los aztecas. Se convirtió en un reconocido mercado de esclavos. Con los conquistadores españoles y su empeño por la conversión religiosa, Tacuba pasó a ser la parroquia de San Gabriel, con una bella iglesia del siglo XVI y rodeada de huertos y rancherías, que se alineaban a lo largo de un importante camino hacia el extremo noroeste de la ciudad.
Durante la primera y segunda décadas del siglo XX, muchos de los cementerios extranjeros originales estaban saturados y, justo como en el caso de los británicos, fueron obligados a mudarse. Entre los cementerios extranjeros que se mudaron a la zona de Tacuba estaban el español, el alemán, el judío, el francés de San Joaquín y el norteamericano.
Los servicios del artista-arquitecto Charles S. Hall, mencionado anteriormente como diseñador de la Capilla Conmemorativa de Todas las Almas, fueron nuevamente contratados. Se cavarían pozos artesianos hasta una profundidad de 60 metros. Hall tenía planes muy específicos para la plantación de árboles: eucaliptos en el límite occidental para atajar al sol de la tarde; sauces, pinos, cipreses y fresnos; bugambilias a lo largo de los muros divisorios. La entrada, de acuerdo con el arquitecto, sería una “adaptación liberal de la fachada del Templo de Isis”, con obeliscos de 15 pies de altura a cada lado y grabados, no con jeroglíficos sino con los nombres de los ingleses fallecidos. Este diseño tan exótico, que Hall insistía en decir que sería más económico de construir que “un buen estilo renacentista inglés o español”, debe haberse enfrentado con una considerable resistencia cuando fue colocado en planos en el British Club, la Sociedad Británica y la Cámara de Comercio Británica.
El Reporte de la Sociedad Británica de 1924, mientras buscaba recolectar donaciones para este nuevo panteón, al mismo tiempo era definitivo con respecto de Tlaxpana: que continuaría siendo atendido incluso después de haberse suspendido allí los sepelios. Se decidió que la Capilla de Todas las Almas continuara sirviendo según su propósito original, “tal como está en el camino principal del nuevo cementerio”. Y, si duda, la comunidad británica mantuvo fielmente ambos camposantos durante un período de casi 45 años, desde el último entierro en Tlaxpana*, en 1926, hasta 1970. Un total de 1,129 entierros habían tenido lugar en la historia de cien años del antiguo Cementerio Británico. Se contaba entre las principales instituciones británicas en la República Mexicana y permaneció como lugar tradicional para ocasiones como el Día de la Remembranza, hasta que fue expropiado. En 1927, a pesar de que se prohibirían futuros sepelios, la comunidad británica dedicó un monumento conmemorativo a aquellos soldados muertos en la Primera Guerra Mundial. Este monumento de guerra no pudo ser transportado de Tlaxpana a Tacuba cuando tuvo lugar el cambio, de manera que se erigió un monumento réplica en el nuevo cementerio. Cuando esta estructura sustituta empezó a mostrar signos de deterioro, la British and Commonwealth Society decidió, a mediados de los años ochenta, que fuera demolida y que las placas de bronce que la adornaban fueran colocadas en el patio de la Iglesia de Cristo.
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Dos fechas posteriores permanecen en esta narración histórica del Antiguo Cementerio Británico. El 5 de noviembre de 1970, el Embajador Británico, Mr. Peter Hope, firmó un contrato con el Sr. Alfonso Corona del Rosal, Gobernador del Distrito Federal: “Tlaxpana” regresaría a las manos del gobierno mexicano, para utilizarse como parque público, y el 25 de abril de 1973, el Gobernador del Distrito Federal, Sr. Octavio Sentíes, envió un mensaje al Embajador Británico, comunicándole los planes de hacer un gran paso a desnivel en la intersección de la Calzada México-Tacuba y la Calzada Melchor Ocampo, que se convertiría en lo que ahora es el Circuito Interior. Esta construcción de vías de tránsito iba a requerir 14 metros de la propiedad del cementerio, lo que significaba que sería necesario exhumar los restos del área, transferirlos y enterrarlos nuevamente en el cementerio de Tacuba. Este fue un proyecto de largo alcance, que incluía contactar a los familiares de los difuntos cuando fuera posible, conseguir los permisos correspondientes, buscar lugares alternativos para sepultarlos y reemplazar las viejas tumbas.
¿Y qué ocurrió con la Capilla Conmemorativa de Todas las Almas? Fue declarada Monumento Nacional por el gobierno mexicano y se convirtió en la biblioteca del Centro Cultural Juan Ruiz de Alarcón. Aquí se realizaron conciertos y obras teatrales para las multitudes mexicanas que estaban llegando a la ciudad capital en cantidades sin precedentes. Para reemplazar esta elegante y majestuosa casa de oración, el gobierno mexicano ofreció construir una nueva capilla para la comunidad británica en los terrenos del cementerio de Tacuba.
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Sabiendo lo que ya conocemos acerca de Lord y Lady Cowdray, nos parece que ellos verían el asunto con amabilidad, desde la escena de sus generosas donaciones a la comunidad británica, incluso si esto representa una partida radical de sus propósitos originales. El parque público contiene instalaciones recreativas, césped con bancas y unos pocos árboles que luchan por sobrevivir en la fuerte contaminación producida por los eternos gases del congestionado tráfico en casi cualquier lado del parque. Por la noche, la escena se suaviza con una atractiva iluminación en las áreas verdes y, directamente en el lado opuesto del parque, está la entrada del Teatro San Rafael, fundado por Manolo Fábregas, nieto de la famosa actriz Virginia Fábregas. Es una vista placentera: jóvenes parejas de paseo, bebés jugando, la ocasional tonada musical de una banda itinerante, deliciosos aromas de elotes asados, el eterno “camote”* y especias variadas...es atinado adivinar que ninguna de las miles de personas que recorren este verde jardín conocen su significado histórico o saben el nombre de Lord Cowdray.
* En el proceso de leer esta correspondencia intercambiada durante varios años entre la Oficina Mexicana de Asuntos Exteriores y el representante diplomático británico en México, la gloriosa prosa de Charles T. O´Gorman se convierte en un placer literario, en justicia con otros escritores, casi pedestres en comparación.
* Una “garita” es una caseta de centinela. Éstas eran ubicadas en las principales entradas de la ciudad para proteger a sus habitantes.
[1] Mexico Tourist Guide (Guía Turística de México). Guía Roji, página 154.
[2] Ibid.
* Las litografías de la época muestran una encantadora escena centrada alrededor de una exageradamente adornada estatua de piedra, del género churriguero, “La Fuente de los Músicos”. Este enorme monumento consistía en muchas figuras que tocaban instrumentos de cuerda. En la parte superior estaba el escudo de armas de Austria, referencia del papel de los Habsburgo sobre España y sus colonias. La fuente fue construida en 1737 por el Arzobispo y virrey Juan Antonio Bizarrón. Miles de indios, siguiendo los altos arcos del acueducto cargando sus bultos de vegetales y leña, deben haber llegado con expectación a este lugar de descanso, con el fin de aliviar su sed. Esta fuente tan significativa fue demolida en 1879.
[3] En el texto original la cita aparece en español, por lo que esta referencia es la traducción al inglés.
* Tacuba, Hidalgo, Puente de Alvarado y Rivera de San Cosme.
[4] Journal of a Residence and Tour in the Republic of Mexico in the Year of 1826. (Diario de Residencia y Viaje en la República de México en el año de 1828). John Murray. Londres. 1828
* Este palacio estaba ubicado en el elegante distrito de San Cosme y actualmente es el Museo de San Carlos.
* Esta contribución incluye muchos descendientes, que se han destacado en los campos del arte, la escultura y la arquitectura. Edmundo O´Gorman, uno de los líderes en México de los historiadores contemporáneos, es bisnieto del Cónsul General.
[5] Op Cit. Gruening. Página 207
[6] Documentos Inman
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* En 1961, los restos del General fueron exhumados y transferidos al Panteón de Dolores, en Tacubaya.
** En ocasiones es imposible distinguir a un Thomas Phillips del otro. El primero formó documentos del cementerio alrededor de 1859. “Lakeside” estuvo activo en la comunidad, particularmente en la Iglesia de Cristo, unos 14 años después.
* Posteriormente, Sir Reginald T. Tower
* Probablemente, este contacto no fue difícil de establecer durante aquel período: Pearson y su esposa residían en México al menos tres meses al año durante la primera década del nuevo siglo. S. Pearson & Son, Ltd. ya había terminado la hercúlea empresa del Gran Canal para control del nivel de agua en la Ciudad de México y el drenado de la Bahía de Vera Cruz. En el momento de la propuesta al Comité del Cementerio Británico, la compañía estaba realizando los siguientes proyectos en México: Los trabajos portuarios en Puerto México (Coatzacoalcos), la Línea Férrea Nacional de Tehuantepec, la Bahía de Salina Cruz y sus muelles, y varios proyectos de drenado y abastecimiento de agua, así como la Línea Férrea de Minatitlán. Los ingenieros de Pearson también estaban comenzando con la construcción de los túneles del East River de la ciudad de Nueva York, en 1904.
* Roca volcánica, de color rojo profundo y de textura rugosa.
* Francisco I. Madero y José María Pino Suárez eran las “dos caras” de los billetes de la era revolucionaria, emitidos aproximadamente en 1912.
* Mrs. Bertha Greenwood
* Patata dulce.
III. EPILOGO
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El Cementerio Británico sigue siendo una de las más importantes instituciones británicas en el México actual. Una mirada a las Minutas de la British and Commonwealth Society revela la verdad del viejo dicho: “Plus ca change, plus c´est la meme chose”:* “Una inundación del pasado domingo por la noche dañó la casa de la cuidadora”; “Se han recibido quejas de que los jardines se han descuidado”; “Se han debido talar treinta y tres árboles, pero serán reemplazados...”. Han sido muchos, muchos los cambios que han tenido lugar en la comunidad, la ciudad y el país. En lugar de caminar dos cuadras en el centro desde Plateros, por ejemplo, de Madero, a Capuchinas, por ejemplo, a Venustiano Carranza, para una junta del cementerio, ahora el comité se reúne en Lomas de Chapultepec, en donde la Iglesia de Cristo se considera un punto central entre Coyoacán, Tlalpan, Pedregal y Ciudad Satélite o más allá. No solamente las distancias eran menores; la vida era más simple. La interferencia del gobierno mexicano se dio, tal vez, dos veces en una década; actualmente, es un ir y venir constante de impuestos sobre propiedad, regulaciones sanitarias, demandas laborales e inconvenientes de transporte. Además, gracias a la gran estabilidad y longevidad de la comunidad británica, anteriores a la Segunda Guerra Mundial, y por el tremendo incremento en los viajes durante los años a partir de entonces, ha habido una mayor continuidad en la administración de los asuntos del cementerio. ¡Cuatro generaciones de Phillips han sido fideicomisarios durante un período de cien años y más!
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Hay un dicho mexicano que dice que los pájaros de hogaño no usan los nidos de antaño. Los empleados del cementerio ya no usan palas, picos ni azadones. Ahora, están equipados con segadoras mecánicas de césped, cortadores eléctricos de las zonas altas de las cercas vegetales y de copas de árboles, además de sierras para facilitar su labor. Los planes a futuro muestran claramente la importancia que le otorga la British and Commonwealth Society al Cementerio Británico; la expulsión legal de la perrera que lentamente ha usurpado cientos de metros cuadrados de terreno en la parte posterior del cementerio; y la construcción de un área para albergar nichos, en donde las cenizas puedan ser preservadas en urnas después de la cremación.
¿Quién hubiera predicho la presencia de una inmensa refinería petrolera en el cercano vecindario de Azcapotzalco? Las probabilidades de ser asaltado en el camino a visitar la tumba de un familiar no son tan grandes ahora como lo eran cuando alguien se aventuraba “más allá de la garita”, hace un siglo y medio. Pero es raro el día en que uno puede pasar más de unos cuantos minutos en el cementerio sin que los ojos comiencen a escocer o que las ventanas nasales no sean agredidas por los acres olores de contenido letal. Con suerte, la famosa refinería 18 de Marzo tiene un limitado futuro en su ubicación presente.*
El hecho de que se las haya arreglado para sobrevivir ciento cincuenta años de inundaciones, interferencias gubernamentales, trastornos administrativos, cambios de ubicación, varias revoluciones y, recientemente, toneladas de precipitación radioactiva, específicamente de la refinería, por no hablar de la lluvia ácida que contamina la ciudad en toda su extensión, incluso corroyendo el suelo incluso a una profundidad de seis pies; tal habilidad de supervivencia es un buen augurio para el futuro del Cementerio Británico. Será interesante saber cuál será su siguiente desafío, aunque todos confían en que será enfrentado y superado, como siempre lo ha sido en el pasado.
Virginia G. Young.
Ciudad de México
1ro. de julio, 1991.
* “Mientras más cambian las cosas, más permanecen iguales”
* Para difundir el regocijo y el aplauso caluroso, el Presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, pronunció la clausura de la venenosa refinería, utilizando el 18 de marzo como la fecha apropiada para tal anuncio. Esta valiente acción deberá significar una considerable diferencia en el futuro del área, incluyendo al Cementerio Británico que, idealmente, se encontrará nuevamente rodeado de áreas verdes y arboladas, en lugar de estar perdido entre los desperdicios industriales de los últimos cincuenta años.
IV. RECONOCIMIENTOS
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La mayor parte del material utilizado para la investigación de esta historia del Antiguo Cementerio Británico en Tlaxpana está contenida en dos volúmenes originales de registros: “Documentos de la Colonia Británica”, que datan de 1824, y las “Minutas del Cementerio Británico”, de julio de 1824 a enero de 1911. No es necesario decir que estos volúmenes son invaluables y es gracias a Miss Dolores Fernández, Secretaria de la British and Commonwealth Society, que fueron rescatados de la ignominia de oscuras cajas de cartón, escondidas en los nichos de los cimientos de la Iglesia de Cristo.
Como en numerosas ocasiones anteriores, nuestra gratitud es expresa a Mrs. Nancy Martin por muchas de las fotografías y extractos de las publicaciones de la Sociedad Británica, que ella ha conservado por un gran sentido histórico. Las copias de programas especiales también provienen de esta tan confiable fuente.
Las fotografías del Antiguo Cementerio fueron tomadas por Mr. John Wortman, quien era la persona responsable de cambiar las tumbas al nuevo terreno.
V. BIBLIOGRAFÍA
British Colony Papers (Documentos de la Colonia Británica). Conteniendo el Acta original de Posesión, minutas de las reuniones de 1825 a 1837, el Acta de Cesión para la Capilla Conmemorativa de Todas las Almas, etc.
Minutas del Cementerio Británico. Julio de 1859 a enero de 1911.
Fehrenbach, T.R. Fire and Blood, A History of Mexico (Fuego y Sangre. Una Historia de México) Macmillan Publishing Co. Nueva York. 1973.
González Obregón, Luis. México Viejo.
Gruening, Ernest. Mexico and Its Heritage. (México y su Herencia). The Century Co. Nueva York, 1928.
Inman, William James, Documentos escritos acerca de varios aspectos de la Comunidad Británica durante su secretariado en la Sociedad Británica, 1964.
Lyon, George Francis, Journal of a Residence and Tour in the Republic of Mexico in the Year of 1826. (Diario de Residencia y Viaje en la República de México en el año de 1828). John Murray. Londres. 1928
Simpson, Lesley Byrd, Many Mexicos (Muchos Méxicos). University of California Press, Berkeley, 1957.
Valle-Arizpe, Artemio de, Calle Vieja y Calle Nueva.
Ward, Henry G. Mexico in 1827 (México en 1827), Londres 1828. 2 vols.
(Inserto 1. Fotografías casuales del Cementerio de Tlaxpana. Circa, 1965.)
(Inserto 2. Fotografías casuales del Cementerio de Tlaxpana. Circa, 1965.)
(Inserto 3. Fotografías casuales del Cementerio de Tlaxpana. Circa, 1965.)
(Inserto 4. Fotografías casuales del Cementerio de Tlaxpana. Circa, 1965.)
(Inserto 5. Fotografías casuales del Cementerio de Tlaxpana. Circa, 1965.)
(Inserto 6. Fotografías casuales del Cementerio de Tlaxpana. Circa, 1965.)
(Inserto 7. Fotografías casuales del Cementerio de Tlaxpana. Circa, 1965.)
(Inserto 8. – México y sus alrededores -)
(Inserto 9. - Remember Day -)
(Inserto 10. -1914 – 1918- )
(Inserto 11. – Parte del terreno... -)
(Inserto 12. - Memorial Service -)
(Inserto 13. – Deed of Gift - )