THE BRITISH IN MEXICO
Número 4: Institutrices en México
Inglesas, Irlandesas y Escocesas
Introducción
Después de dos años de investigación acerca de los británicos en México, comienza a ser más claro para mí que no todos los ingleses residentes en este país pertenecían a los rangos altos y poderosos. Esta errónea impresión se originó con el hecho obvio de que los registros acerca de los “capitanes de la industria” son mucho más numerosos que aquellos relativos a un cochero. Las nanas no van a recibir la misma atención en las columnas de sociales que las esposas e hijas de los presidentes de los bancos. Y, seguramente, ninguno de aquellos mineros de Cornwall, que llegaron por cientos a trabajar en Pachuca, Real del Monte y Zacatecas durante el siglo XIX, eran ejecutivos en las compañías mineras, ni tampoco directores. De hecho, es una interesante experiencia el buscar entre los enormes libros de registros de la British Relief Society: caso tras caso de personas varadas en México, a donde habían venido a trabajar en las vías férreas o en proyectos de construcción o en granjas, cuyas posesiones fueron muchas veces robadas o que fueron atacados por la fiebre. A causa de la tendencia humana a preferir las historias exitosas en lugar de cuentos de miseria, enfermedad y errores, sería posible dar un vistazo a los aspectos menos glamorosos de la comunidad británica en México; aunque esto tal vez no estaría muy al servicio de la veracidad histórica.
Además, entre la llamada “pequeña gente”, no hay carestía de heroísmo. Y, lentamente, me di cuenta de que, bajo toda la pompa y circunstancia, la grandeza y las enormes fortunas amasadas por las familias inglesas aquí, había un elemento prevaleciente, la fuerza de aquellos que nunca serán determinados con precisión. Sin sobre-dramatizar su papel, creo que ha llegado el momento de darle a ella el reconocimiento que, hasta ahora, está siendo tomado en cuenta. Me refiero específicamente a la institutriz en México, ya sea inglesa, irlandesa o escocesa.
Cuando el significado de la influencia de la institutriz se me reveló en el curso de este proyecto de investigación, envié una solicitud pública de información en este evidentemente limitado tema. De pronto, las grandes y antiguas familias aristocráticas de México estaban ansiosas por dar un paso hacia adelante y contribuir con sus conocimientos a este estudio. Para mi sorpresa, los herederos de los mejores ascendentes familiares llegaron para hablar de sus profundos y nostálgicos recuerdos de sus institutrices de, tal vez, cinco o siete décadas atrás. No es que todas y cada una de estas mujeres sean recordadas amablemente, eso sería una exageración. Pero la reacción general fue tan positiva, que he disfrutado de incontables horas de placentera conversación y muchos, muchos agradables momentos en el proceso de recolectar anécdotas relacionadas con estas personas. Alguien ha dicho que “la risa es una vacación corta”. Yo solamente espero que pueda transmitirle a usted el humor, así como el patetismo, en muchas de estas vidas, a medida que recorremos juntos este breve paseo. También espero que, a través de este ensayo, aquellas mujeres logren, al menos en pequeña medida, la inmortalidad que realmente merecen.
Virginia G. Young.
Parte 1
“En la tarde fuimos a tomar el té en un mundo aparte de la política. Fue ofrecido por Madame de Riba (García Pimentel, de soltera), del círculo íntimo de los aristócratas, desde donde el gobierno se ve más o menos a distancia y en donde los extranjeros rara vez ingresan. Son personas encantadoras y amables que uno reconoce del mismo tipo en todo el mundo y que me recuerdan el “parentesco” de la “alta sociedad” en Viena. Constantemente se casan entre ellos y, a pesar de que viajan, casi nunca establecen alianzas con extranjeros; siempre vuelven a su propio país, el cual, a pesar de sus incertidumbres políticas, es más hermoso que ningún otro. Hay muchas obras de arte en México de los antiguos días españoles y en sus casas uno puede encontrarlas. Las hermosas, agradables y amigables mujeres, además, portan vestidos parisienses y juegos de joyas de Cartier; los hombres son vestidos por sastres londinenses. La escena de ayer sugería cualquier capital europea y ese círculo íntimo contenía la belleza, la riqueza y la distinción. Los miembros de ese círculo íntimo están todos a favor de la forma paternalista de gobierno. Ellos mismos ejercen un dominio, más o menos benevolente, con los trabajadores de sus grandes propiedades y están a favor, por experiencia, de un gobierno mucho más centralizado en este país...”[1]
​
El párrafo precedente describe el mundo de las institutrices, definidas por Webster como “mujer empleada en un hogar para enseñar y educar a los hijos”. En el caso de las institutrices inglesas, especialmente en México, la “enseñanza y educación” tenía dos fuertes énfasis: El idioma inglés y la religión católica. No todas las institutrices pueden caracterizarse así pero, ciertamente, es aplicable a aquéllas que fueron empleadas por las grandes familias mexicanas. A las institutrices que vivieron aquí con las grandes familias inglesas se les insistió mucho menos con las demandas del idioma y no necesariamente eran católicas romanas. Pero los requerimientos disciplinarios en un hogar victoriano eran estrictos y deben haber ejercido una fuerte presión sobre la institutriz para que mantuviera el orden en el cuarto de los chicos.
El importante papel desempeñado por las institutrices se pone en evidencia al leer las memorias de personas que crecieron en México durante los primeros años del siglo XX. Y gracias a la impresionante longevidad de algunas de estas institutrices, su residencia en México ha continuado hasta nuestros días.
​
Los registros de la British Benevolent Society contienen los nombres de muchas de estas rígidas educadoras, a quienes Patrick O’Hea describe gráficamente como “aún destituidas, siguen siendo tan rectamente británicas como la Cruz Charing”[2]. Justo cuando sus vicisitudes parecen haber terminado, el gran terremoto de la Ciudad de México en septiembre de 1985 perjudicó a este pequeño grupo de maestras retiradas con particular fuerza, ya que muchas de ellas estaban viviendo en las colonias Roma y Condesa, que fueron gravemente afectadas. La comunidad británica, sin embargo, está enterada de su presencia y sus necesidades, y responde generosamente a lo que debe hacerse.
Unas cuantas citas de recuerdos personales pueden ilustrar varios ejemplos de institutrices relacionadas con familias inglesas durante los años veinte y treinta. Helen Mogan (Phillips, de soltera), escribe lo siguiente:
“...mamá entrevistó a una mujer galesa y la comprometió a volver con nosotros a México como institutriz. Era una tal Miss Roberts; nunca supe su primer nombre. Al pensar en aquellos años del ayer, no puedo imaginarme cómo sería la vida para ella. No tenía contacto alguno con nuestros sirvientes mexicanos y no estaba incluida en ningún evento social de mis padres. Ella no podía hablar el idioma y debe haberse sentido terriblemente sola. Supongo que ese es el destino de todas las mujeres inglesas que se comprometieron en estos puestos con familias que vivían en el extranjero”.
​
“...Miss Roberts debe haber sido una muy eficiente institutriz, pues nuestras vidas transcurrieron sin aspavientos y, cuando ingresamos a la escuela en Inglaterra, dos años después, pudimos ir a clases con nuestros compañeros”.
“Otro incidente en el que figuró Miss Roberts fue cuando intentó montar el pony de Charlie, Santoy. Evidentemente, ella no tenía idea alguna de cómo manejarlo y, aunque nunca salió del patio trasero, el pony la arrojó, para placer mío y de Kitty. Debemos haber sido unos niños terribles. Ella procedió a sufrir un ataque de histeria y mamá la llevó al baño y le dio una fuerte bofetada en la cara”[3].
Dorothy Golding (Hamer, de soltera), recuerda a varias de sus institutrices:
“...una inglesa joven y bonita, Miss Phoebe, a quien todos queríamos. Era de naturaleza muy alegre. Creo que se había comprometido cuando partió de Inglaterra, pues se fue a finales de año para casarse. Ella era una maestra innata”.
​
“En seguida llegó una Miss Collins, quien llegó de Inglaterra bajo contrato por un año. Era una dama lánguida y gentil cuya familia había ‘llegado con Guillermo el Conquistador’. ...Miss Collins me ayudó con mi música pero, en otras áreas, no dejó mucha impresión en nosotros”.
“Mis Gill, la última del contingente inglés, llegó posteriormente. Mis matemáticas se fueron con los perros pero la literatura, que mis padres habían cultivado cuidadosamente durante años, floreció en todo tipo de interesantes y maravillosos senderos. Siempre la recordaré por eso. También me encantaban los paseos a los que nos llevaba para recoger flores silvestres y llevarlas a casa para dibujarlas y pintarlas. Ella también estuvo solamente un año y se fue a casa para contraer nupcias”[4]
​
Nan Martin (Turner, de soltera), recuerda haber tenido una institutriz que lloró de soledad durante todo un año. Finalmente, fue enviada a casa. Aparentemente, una de las principales fuentes de miseria entre algunas de estas mujeres era su incapacidad para comunicarse con los sirvientes mexicanos, dejándolas en un limbo solitario. Otro punto de conflicto era el horror con que las institutrices escuchaban las historias de brujería relatadas por los sirvientes y que creaban impresiones casi irreversibles entre los niños.
​
Todas las reconocidas familias inglesas parecen haber tenido institutrices, aunque muchas de éstas eligieron emplear fraüleins alemanas para instrucción adicional de lenguaje. A pesar de que la mayoría de sus historias se han perdido a través de un lapso de cincuenta años, unos pocos nombres permanecen y merecen mención especial por su valor, primeramente, en llegar a un país extranjero.
La familia de Richard Bell, el incomparable payaso inglés, recibió instrucción de cierta Miss Bulnes.
Miss Lena Grange fue la institutriz en el hogar de Sylvia Bell de Aguilar durante 20 años.
​
Miss O’Keefe fue una institutriz que después se convirtió en monja y dio clases en la Helen Herlihy Hall.
Miss Hawkins-Jones, mejor conocida como “Huggin’Jones”, es recordada por Nan Martin.
Una tal Miss Robbins, “una jamaiquina que hablaba un maravilloso inglés”, fue institutriz en la familia Creel.[5]
En esta categoría de institutrices que trabajaban para familias inglesas en México, existe una más que parece haber sido particularmente heroica; ella fue Winnie Jones. Su historia fue recientemente contada en una carta de Mrs. Ernest Cooper (Helen “Paddy” Lacaud, de soltera), y se reproduce a continuación:
Winnie llegó a México con la familia Kerse, que tenía siete hijos. Mr. Kerse murió joven; Mrs. Kerse decidió permanecer en México pero quería permitir a Winnie que volviera a Inglaterra. Simultáneamente, la familia de Robert Hay tenía una hija, ya grande, cuyo nombre era Carmen , aunque siempre fue conocida como “Dimity”. Esta hija tenía un serio retraso mental. Cuando Mr. Anderson murió, su último deseo fue que Dimity fuera llevada de regreso a Inglaterra, en donde la familia ayudaría a cuidarla. Fue Winnie Jones quien acompañó a Mrs. Anderson y a su hija. En Inglaterra, se establecieron en “Quinta Carmen”, en Sea View Road, Worthing. Muchos años pasaron antes de que Dimity y Winnie Jones murieran, casi al mismo tiempo; Mrs. Anderson vivió hasta sus cien años.
​
Mrs. Coopers termina su anécdota escribiendo, “Hace unos cuantos años estaba yo en Worthing y conduje a lo largo de la fachada de “Quinta Carmen”, pero la casa ya no estaba. En su lugar, había un complejo de departamentos y el nombre del edificio era ‘Apartamentos Carmen’”[6].
[1] O´Shaughnessy, Edith. A Diplomat´s Wife in Mexico (La Esposa de un Diplomático en México). Harper and Brothers. Nueva York, 1916. páginas 30-31.
[2] O’Hea, Patrick. Reminiscences of the Mexican Revolution (Reminiscencias de la Revolución Mexicana). Sphere Books Ltd, Londres, 1981. Página 156.
[3] Morgan, Helen M. A Wandering Life. (Una Vida Errante). Páginas 27-29.
[4] Golding, Dorothy. Some Memories of Childhood in Mexico (Algunos Recuerdos de Infancia en México).
[5] Carlota Creel, en una conversación con la autora. Octubre de 1988. Ciudad de México.
[6] Mrs. Ernest Cooper, en una carta a la autora. Noviembre de 1987, Hants, Inglaterra.
Parte 2
Cuando Don Porfirio Díaz renunció a su puesto presidencial, después de 35 años en el poder (1876-1911), él y su familia partieron a París, acompañados por una pequeña escolta de fieles seguidores mexicanos. Vivieron en muy cercana relación, hasta la muerte de su jefe en 1915. En aquel momento, México había visto el ascenso y caída de Francisco I. Madero y Victoriano Huerta; la anarquía de la Revolución reinaba en la provincia; Francisco Villa y Emiliano Zapata todavía eran populares líderes agrarios y los constitucionalistas, bajo el mando de Venustiano Carranza, estaban obteniendo apoyo para la presidencia. No era una situación atrayente para los mexicanos radicados en el extranjero: a pesar de que sus propiedades habían sido saqueadas y sus cosechas destruidas, al menos sus vidas estaban a salvo mientras continuaran fuera del país. Así, el grupo original que navegó con el Presidente Díaz se estaba haciendo cada vez mayor, a medida que empeoraba el peligro en casa. En los años veinte y principios de los treinta había una gran cantidad de emigrantes mexicanos viviendo en París y disfrutando de sus vacaciones en Biarritz, al suroeste de Francia. Tanto el tamaño de estas familias mexicanas y la cantidad de sirvientes eran sorprendentes. Y siempre había la necesidad de institutrices para “enseñar y educar” a los hijos de estas ricas, católicas y prolíficas familias.
​
Simultáneamente con esta situación en París, durante los años veinte estaban ocurriendo eventos desastrosos en la atribulada isla de Irlanda. El partido político Sinn Fein había ganado las elecciones de 1917; la república había sido declarada bajo el poder del Presidente Eamon de Valera y la Guerra Anglo-Irlandesa resultó en el Terror Black and Tan. La terrible hambruna de la patata, en 1848, que quitó la vida a un millón de irlandeses por inanición y envió a otro millón al exilio, principalmente a América, no sería olvidada. Las familias eran separadas por necesidad económica y divididas por diferencias políticas. La destitución, desmoralización y desesperación acechaban la tierra de Irlanda. “Cuando hay más necesidad, el demonio manda...”[1].
Así fue que estos dos grupos, los mexicanos viviendo casi en el exilio, en la Europa Continental, y los irlandeses en desesperada necesidad de empleos remunerados, unieron fuerzas y establecieron relaciones de poder simbiótico. Las siguientes páginas contienen las historias de vida de muchos de los sorprendentes ejemplos de estas relaciones.
Miss Julia Ring Homes (1883-1964)
Esta joven dama, nacida en Irlanda, vivió la desgracia de perder a su madre cuando sólo contaba con 7 años de edad. A pesar de tener muchos hermanos, no había quien se hiciera cargo adecuadamente de Julia y su padre no tuvo más remedio que enviarla a un convento. Allí, fue amparada por amables religiosas y tuvo una infancia relativamente feliz. Pero su futuro era incierto y no particularmente promisorio. Así, no es sorprendente que, el día que llegó al convento una solicitud para que una institutriz fuera a México, Julia aceptara la oferta de inmediato. Este hecho resulta muy revelador acerca de Julia Homes, de 8 años pues, comparada con los confines de un convento irlandés, México debe haberle parecido la Tierra Ignota de un mapa medieval.
​
Ella llegó a la Ciudad de México, en donde su destino era con la familia Escandón, localizada aproximadamente en donde actualmente se ubica el edificio Guardiola, en la esquina de las calles de San Juan de Letrán y Madero, cerca de la Casa de los Azulejos. Su cargo era de acompañante y tutota de inglés de Lolita Rubín de Celis Escandón, quien era dos años menor que Julia. Ella no sabría, en aquel momento, que permanecería con la familia Escandón durante los siguientes 63 años, acompañando a Lolita en su luna de miel cuando contrajo nupcias con Jorge Parada en 1910, pasando 10 años con la familia en París (1921-1931) y cuidando a los hijos y nietos de Lolita.
​
A la Sra. Inés Parada de Moren es a quien agradecemos por esta información biográfica: Miss Julia era la amada “Meme” de Inés. Don Jorge Parada era un jugador internacional de polo, quien pasó los años veinte de un campo de polo a otro en Europa, incluyendo juegos con el Rey Alfonso XIII de España. Él pudo hacerlo impunemente, sabiendo que su esposa estaba confortablemente instalada en París, en un hogar conformado por sirvientes, mascotas y nueve hijos. Durante los años en París, Miss Julia estaba a cargo de los tres menores, entre los que se encontraba Inés; había otras institutrices para los demás hijos. Inés recuerda que, solamente una vez, Meme decidió tomar vacaciones e irse a Irlanda durante diez días; regresó a los dos días para nunca volver a poner un pie en Irlanda.
​
Como se mencionó anteriormente, la colonia mexicana en París pasaba un tiempo considerable de vacaciones en Biarritz. Allí hizo Inés su Primera Comunión, justo antes de que la familia regresara a México en 1931. ¡Desde luego, Meme fue la encargada de organizar que hubiera tamales para la ocasión! De acuerdo con Inés, Meme fue siempre quien proporcionó una atmósfera hogareña los niños Parada, cuando su madre se encontraba viajando con su padre; cuando las discusiones maritales amenazaban con explotar, Meme hacía las veces de mediadora; cuando las usuales enfermedades de la niñez invadían a la familia Parada, era Meme quien permanecía toda la noche en el cuarto de los niños, arrullando a los enfermos y rezando interminablemente. Ella contaba con la autoridad plena sobre los niños, les enseñaba buenos modales, inglés, religión y los amaba mucho.
​
Contrario al concepto general de institutriz, Miss Julia nunca usó uniforme. En lugar de ello, utilizaba hermosos vestidos. Después de volver a México, a la edad de 48 años, vivió en su propia suite de habitaciones, en uno de los pisos superiores de la gran “Casa de Tacubaya”, que actualmente se localiza en la Colonia Condesa. Desde 1941, este notable edificio ha sido la Embajada de Rusia. Miss Julia tenía pocas amistades; en su mayoría se trataba de otras institutrices como Miss Rainey, quien también vivió en el hogar de los Parada y estuvo a cargo de los otros niños. La Hermana Evangelista, directora del Helen Herlihy Hall y Miss O’Keefe también eran sus amigas.
Miss Julia tenía su propia sirvienta, cierta mujer llamada Altagracia, “Altita”, y este hecho era inusual pero no único. Durante sus años de residencia en la gran casa, rodeada de campos abiertos y terrenos baldíos, Altita tenía el hábito de vaciar su orinal, por la mañana, haciéndolo girar varias veces, hasta ganar fuerza, y después arrojando el contenido por sobre el alto muro. Este método funcionaba bien mientras la familia Parada vivía en la gran casa pero, cuando la propiedad cambió a la Unión Soviética y Altita se mudó a una casa más pequeña, todavía en Escandón pero del otro lado del muro, obviamente esta práctica matutina tuvo que cambiar y esto no siempre era sencillo. Esta pintoresca sirvienta sobrevivió a Miss Julia por muchos años, llegando a la edad de 108.
​
Cuando, en 1960, falleció Lolita Parada, su compañera de tanto años, Miss Julia se mudó al aledaño hogar de Inés, quien ahora tenía ya a sus nueve hijos. Ahí, a la sombra de la gran casa, en la tranquila calle de Chicontepec, Miss Julia vivió sus últimos años “partiendo”, es decir, muriendo, justo quince días después que su patrón Jorge Parada. Esto ocurrió en 1964, cuando Meme tenía 81 años.
(Inserto. Miss Julia ring Homes, alrededor de 1905)
(Inserto. “Meme” con los hijos de Inés Parada de Moreno)
Miss Helen “Minnie” Rainey
Miss Minnie Rainey, a quien ya hemos mencionado anteriormente como amiga de Miss Julia Homes, dejó Irlanda y se unió a la familia Parada durante su interludio en París. En 1931, llegó a México por primera vez y permaneció con la familia durante 15 años. Sus pupilos especiales eran los tres varones mayores, dos de los cuales, Agustín (Tino) y Alejandro, se ordenaron sacerdotes posteriormente. ¡Esto debe haber enorgullecido mucho a Miss Rainey!, a pesar de que Don Jorge Parada nunca dejó de quejarse de la falta de habilidades atléticas de sus hijos y esas quejas, eventualmente, resultaron en la partida de Miss Rainey. Ella también tenía sus habitaciones en el tercer piso de la “Casa de Tacubaya”, con vista a lo que constituye la actual Colonia Condesa.
Miss Hannah Furlong (1882-1937)
Tal vez ella es el dechado de las institutrices británicas en México. El número de anécdotas relacionadas con su larga carrera es, aparentemente, infinito, y el talento de las hermanas Redo para contar historias resulta en casi escandalosos momentos de carcajadas.
Hannah había vivido la difícil infancia usual, sendo obligada a trabajar a temprana edad por una desagradable madrastra. Así, al leer y enterarse de la necesidad de una institutriz inglesa, tuvo la felicidad de dejar atrás su pasado y unirse a la familia Rincón Gallardo, que estaba viviendo los años post-porfirianos en París. Ella permaneció con esa antigua familia mexicana durante 10 ó 12 años, hasta que crecieron los niños. En 1922, habiendo regresado a México con los Rincón Gallardo, Hannah comenzó a prestar sus servicios como institutriz con la familia Redo, viviendo en la Colonia Juárez, en Versalles No. 28.
​
Como devota católica irlandesa, Miss Furlong nunca se separaba de su rosario. Las misas diarias e incontables novenas se encuentran entre los más lejanos recuerdos de los Redo. La segunda de sus prioridades fue, probablemente, la Familia Real, aunque los modales en la mesa constituían un alto nivel de importancia. María Teresa Sánchez Navarro (Redo, de soltera) y Beatriz Yturbe (Redo, de soltera), recuerdan que, si eran sorprendidas arrojando trozos de comida debajo de la mesa (esperando que el perro diera cuenta de ellos), Miss Furlong les dirigía mordaces regaños, finalizando con la amenaza de que, si esa práctica se convertía en hábito, las niñas regresarían, en sus próximas vidas, con “pequeñas lenguas, condenadas para siempre a lamer toda la comida que habían desperdiciado en su vida anterior”.
No es necesario decir que Miss Furlong era monumentalmente estricta en la administración de disciplina entre los niños Redo. Después de los buenos modales en la mesa, se tomó con absoluta seriedad la enseñanza de cruzar las calles con decoro. Una de las máximas de Hannah, claramente recordada después de más de 65 años, es que “es más importante perder la vida que la dignidad”. Fue ella quien leyó los clásicos a los niños y organizó elaboradas producciones teatrales para festejar los cumpleaños de los mayores de la familia, particularmente de la abuela. Iba con los niños a todos lados, “hasta a almuerzos campestres en el Panteón Dolores”, incluso después de que las hijas se habían comprometido en matrimonio. Y tuvo el mismo escrupuloso cuidado con los hijos de los amigos, lo cual hizo muy popular a la familia Redo, incluyendo también a la generación mayor. Con el paso de los años, se convirtió en una experta amazona y acompañaba a los niños en finos caballos a la pensión Welton.
¡Y cómo odiaba a los españoles, como resaca de la Batalla de la Armada Española en 1588! (¿Cómo se hubiera sentido si los españoles hubieran ganado en ese enfrentamiento?) Su conocimiento del idioma español estaba indudablemente impedido por este rencor, pues nunca aprendió a hablarlo bien. Este prejuicio no pudo contribuir a su popularidad en el hogar de los Redo, en donde, durante algún tiempo, hubo tres mozos y dos mayordomos hispanos.
​
Ante la pregunta acerca del romance en la vida de Miss Furlong, las señoras Sánchez Navarro e Yturbe respondieron con humor, cosa que suelen hacer con frecuencia. De hecho, aparentemente Hannah tuvo un pretendiente, un tal Mr. Gregory, ingeniero y ambicioso. Después de ganarse su corazón con atenciones, Mr. Gregory anunció sus intenciones de partir a los Estados Unidos para fundar una escuela, después de lo cual, enviaría por Hannah. El único obstáculo para su plan era la escasez de dinero...la cual...si Hannah...pudiera...bueno...hacerle un pequeño préstamo...Enamorada como estaba, ella retiró sus ahorros del banco, que representaban todas sus ganancias durante una década de trabajo con la familia Rincón Gallardo. Y, desde luego, adiós, Mr. Gregory. Muchos años después, las señoritas Redo recibieron instrucción para su Primera Comunión. Miss Furlong las entrenó para ofrecer tres plegarias especiales en aquella memorable ocasión: primero, que tuvieran buenos maridos; segundo, que tuvieran buenas muertes; y tercero, ¡que Mr. Gregory devolviera el dinero!
​
Durante su autocrático reinado como institutriz, Miss Furlong inspiró miedo y temor reverencial entre sus jóvenes pupilos. Posteriormente, sin embargo, cuando los niños crecieron y su madre enfermó, Miss Furlong se hizo cargo de la Señora Redo por completo, por lo que los sentimientos de los hijos se convirtieron en gratitud y amor. Hasta la muerte de la señora Redo, a la edad de 83 años, Hannah la atendió como cuidadosa y gentil enfermera, mostrando una personalidad muy distinta de la que habían conocido los hijos.
Desde siempre, Miss Furlong prometió que moriría a los 55 años. Muy dañada por la artritis, pero sin queja alguna, se encontró viviendo, a los noventa y tantos años, en el penthouse de María Teresa Sánchez Navarro, en las Lomas de Chapultepec. Cuando fue necesaria una transfusión de sangre, ella se rehusó a recibirla de un miembro de la familia Redo, arguyendo: “Nunca permitiré que mi pura sangre anglosajona sea contaminada por extranjeros”. Para entonces, ella ya había permanecido en el seno de la familia Redo durante más de medio siglo.
Durante sus últimos años, Miss Furlong fue más devota que nunca a las dos pasiones de su vida: la iglesia católica y la Familia Real. El padre Agustín “Tino” Parada la visitaba con frecuencia y, conociendo su apego a la Casa de Windsor, se esforzaba por llevarle las últimas noticias al respecto. Después de una de esas visitas, le confió a María Teresa que “el Padre Tino es un pretencioso, ¡de lo único que quiere hablar es de la realeza!”
​
Pasaron los años y la disciplina de acero de Miss Furlong nunca cedió. Para entonces tenía su propia sirvienta y regularmente hacía donativos a instituciones caritativas como la del Padre Wasson y la Madre Teresa. Justo cuando superó los 95 años y comenzó a esperar la llamada personal de la Reina de Inglaterra, que es un honor para todos los ciudadanos del Reino Unido en su cumpleaños número cien, Miss Furlong murió a los 96 años, en 1978.
​
“Generosa y devota, ordenada, pulcra, honorable, pretenciosa, disciplinada, fuerte, impecable con el dinero. Estoy segura de que nunca se robó ni una golosina. Ella fue una importante figura en nuestras vidas”. Este es el tributo final de los Redo a su institutriz de toda la vida.
(Inserto. Miss Hannah Furlong, alrededor de 1915)
(Inserto. Miss Furlong a los ochenta años)
(Inserto. Miss Furlong, una elegante amazona)
Mrs. Kitty McMahan Montaño, 1899-
Esta es otra sobresaliente institutriz irlandesa que llegó a México y permaneció aquí durante varias décadas. Pero, en el caso de Kitty, la significativa diferencia es que ella sigue viviendo aquí, vivaz, saludable e increíblemente brillante en la víspera de su cumpleaños número noventa. Nacida en Irlanda, Kitty vino a México en 1924 por primera vez. A pesar de haber sido empleada por una familia inglesa de nombre Higgins, muy pronto la familia decidió volver a las Islas Británicas. Kitty, sin embargo, se quedó en México como institutriz de Pat Honey, nieto del pintoresco Richard Honey* e hijo de Tom Honey, un jugador de polo de primera clase. Incluso ahora, 60 años después, esta adorable y pequeña dama pregunta sobre su joven pupilo, Pat, pero dice que verlo después de tanto tiempo, la pondría “muy nerviosa”.
A diferencia de la mayoría de las institutrices en México, Kitty McMahan se casó y tuvo una hija, Mary. Así, en lugar de vivir en la gran casa con los niños, Kitty caminaba o abordaba el tranvía para dar clases en inglés a los vástagos de la aristocracia mexicana. Piense en cualquiera de las familias más importantes del México post-revolucionario y existen grandes posibilidades de que Kitty haya visitado sus casas en innumerables ocasiones: Los T.R. Phillips** en la esquina de Liverpool y Dinamarca; la familia de George Conway***, los Escandón, los Parada y los Legorreta. Todos ellos son muy conocidos por Kitty, quien continúa interesándose por enterarse de los pormenores de esas familias.
A partir del momento en que Mr. Montaño sufrió un trágico accidente automovilístico, que lo dejó casi completamente lisiado por el resto de su vida (cerca de treinta años), Kitty y su hija fueron el único soporte de su hogar. Lo anterior implicaba impartir abundantes clases de inglés. Mary fue maestra, durante muchos años, en la Escuela Queen Mary así como en escuelas públicas. Kitty se retiró de la Escuela Montessori, en la calle Progreso, en la colonia Escandón, a los 80 años.
​
Ahora que Kitty puede caminar de nuevo sin dolor, después de una operación de cadera en agosto de 1987, se deleita en acudir a la misa diaria en la colonia Roma Sur, en donde ha vivido durante 40 años. Sus numerosos parientes en Irlanda (Kitty es la mayor de 10 hermanos) le envían fotografías con frecuencia y, hace cinco años, las señoras Montaño pudieron visitar la Isla Esmeralda. Si Kitty nos dejara alguna vez y volviera a su amado Condado del Rey, muchos de nosotros extrañaríamos ese rostro dulce y querido, además de su maravilloso sentido del humor. Kitty McMahan Montaño es una institución en la Ciudad de México.
(Inserto. Mrs. Kitty McMahan Montaño con su hija, camino a la misa por la celebración de su cumpleaños número noventa. 29 de mayo de 1989. Ciudad de México)
A pesar de que probablemente existieron muchas institutrices escocesas en México durante aquellos años, una en particular es la que llama nuestra atención. Ella es Miss Florence Helen Rose Reid y llegó de Aberdeen. Durante cuatro años (1933-1937) estuvo a cargo de las hijas de la prominente familia Creel. De acuerdo con Carlota “Toti” Creel, Florence era “recta, justa y muy bonita”, como puede apreciarse en la fotografía. Todos los primos Creel se sentían muy atraídos por Florence y solían invitar a las niñas Creel al cine, sólo para estar con su institutriz. Este es el único ejemplo de su tipo durante esta investigación, de manera que, tal vez, Florence Reid merece algún tipo de distinción. Eventualmente, nuestra joven chica escocesa se convirtió al catolicismo romano, se casó con un hombre mexicano y lo último que se supo de ella es que vivía en Progreso Industrial, en el Estado de México.
(Inserto. Miss Florence Helen Rose Reid, 1935)
Una institutriz más reclama nuestra atención especial, a pesar de que permanecerá anónima por siempre. Una dama inglesa de calidad, aunque de escasos recursos, leyó en un periódico de Londres que se requería una institutriz para una familia mexicana en la Ciudad de México. Respondió al anuncio, fue aceptada sin haber sido vista y llegó en avión. En el camino, ella perdió la dirección de la familia mexicana pero, en el aeropuerto, buscó el nombre y llamó al número telefónico. Anunció a la señora que contestó el teléfono, que la institutriz inglesa para sus dos hijos había llegado. La señora replicó fríamente que sus hijos tenían 32 y 30 años respectivamente y que, seguramente, no necesitaban de una institutriz, inglesa o de donde fuera. Aparentemente había otra familia...
[1] Shakespeare, William. All´s Well That Ends Well (Todo está bien si termina bien). Primer Acto, Escena 3.
* Richard Honey fue un pionero de la minería y la agricultura del siglo XIX, a quien el Presidente Porfirio Díaz siempre se refería como “Gran Bretaña”
** La familia Phillips fue, probablemente, la primera familia inglesa en llegar a México, en 1824, y eran propietarios de la prestigiada compañía Watson Phillips, que todavía existe en la actualidad.
*** George Conway fue director de la Compañía de Luz y fuerza de México durante muchos años, y vivía en Paseo de la Reforma.
Epílogo
Todo lo anterior corresponde a una era del pasado, una época de mayor tranquilidad y muy pocas distracciones. Nunca manejo a lo largo de la Avenida Mazatlán, en la Colonia Condesa, sin recordar la descripción de Inés Parada de cómo, cada tarde, después de que habían pasado las lluvias, Miss Julia y Miss Minnie podían verse caminando a lo largo del camino de tres líneas, al centro de la calle, sus largos vestidos flotando, sus sombreros protegiendo sus rostros de los rayos del sol poniente, mientras rezaban tranquilamente el rosario...